Dicen que las mejores historias
empiezan siempre a trompicones.
A veces me pregunto si eso será
cierto o si, en cambio, me paso la vida auto engañándome, esperando imposibles arrastrados por algún
huracán al que le dé por arrasar mi vida para divertirse un rato. Pero supongo
que todos necesitamos creer en algo, mantener cierta chispa de esperanza en un
mundo que dio las ilusiones por morralla anticuada y las tiró todas a la basura
hace demasiado tiempo.
Me contaron que se conocieron un
catorce de abril. Los dos cumplían años ese mismo día, pero ambos habían vivido
en tiempos y lugares paralelos. Supongo que la casualidad actúa cuando la
condición es propicia y los volcanes están listos para explotar. O tal vez sea
yo, que en el fondo soy un poco sentimental. No sé, llamadme melancólico, pero
me gusta imaginármelos en aquel momento, los dos tan perdidos e ignorantes, sin
saber que la tormenta de su primer encuentro desataría todo un cambio climático
en sus vidas.
Aquella noche ella brillaba más
que su sonrisa, abriendo paso a la primavera que la había visto nacer poco más
de dos décadas atrás. Él, por su contra, se preparaba para el inicio de un
ocaso imparable que amenazaba con alcanzarle por el pasar de los años. Él iba
acompañado por una modelo de revista, y ella no soportaba estar ni un minuto
más en aquel lugar repleto de extraños insoportables. Y como en cualquier
tormenta, la primera gota la derramó ella tirándole la copa a la famosa modelo
justo cuando ya se iba.
Ya os podéis imaginar lo que
pasó, la modelo montó en cólera, hizo retumbar los truenos y lanzó todos los
rayos. Y él, que siempre había pecado un poco de tener síndrome caballeresco,
se lanzó a defender a su dama después de que ésta le contase una versión
exagerada —aunque no falsa— de la historia.
Para cuando él la alcanzó a ella
y ambos se vieron por primera vez, el tornado se aproximaba a la costa y el
volcán regurgitaba lava candente.
—¿Se puede saber por qué vas
insultando a la gente por ahí? —El viento sopló entonces a velocidades
vertiginosas, y los árboles comenzaron a resentirse—. Baja esos humos, chica.
Aquí no eres mejor que nadie.
Y entonces resultó que el tornado
era una catástrofe natural de alto nivel y acababa de aterrizar en la costa,
arqueando la ceja izquierda de ella y haciendo que se cruzase de brazos.
—¿Disculpa? —Preguntó.
—Le has tirado la copa a mi
acompañante —se explicó él, poniendo a todos los edificios del paseo marítimo
en peligro—. Y luego la has llamado idiota. ¿De qué vas?
Ella rodó los ojos, deteniendo la
vorágine que se aproximaba sin piedad hacia todas aquellas preciosas casas a
orillas del mar, y rodó los ojos con exasperación. Tenía ganas de marcharse de
allí, de olvidarse de esa playa de una vez y de sus gentes estúpidas y sin
mucho valor intelectual. Pero él, inconsciente como solo un hombre puede ser,
quiso desafiar a las fuerzas de la naturaleza y siguió hablando.
—Oye, escucha, conozco a las
chicas como tú —y adquirió, para más inri, uno de esos odiosos y equivocados
tonos paternales—. Tenéis algo de fama y os creéis con derecho a cualquier
cosa. Pero en éste mundillo también es necesario tener algo de educación. Y
aunque seas una cría, tendrías que haber asumido el concepto de respeto.
Y entonces, por idiota, el volcán
estalló y Pompeya fue arrasada, además, por un huracán despiadado con hebras
rubias.
—Mira, hoy ya he hecho la obra de
caridad de la semana disculpándome con tu chocho con patas. Así que no abuses
de mi paciencia, porque tu querida amiguita la ha dejado un poco tocada y ya es
muy tarde para cargarle la batería.
Suele suceder que todo aquello
que da algo que contar no termina bien. Como pasó con la leyenda de Pompeya, o
con el tsunami que arrasó Tailandia. Las catástrofes naturales siempre son una
mina de relatos apasionantes, desgarradores y en ocasiones espeluznantes. Ésta
fue una tormenta tan perfecta que no pudo sino dejar como secuela una gran
historia. Y como él estaba destinado a aumentar aquel peligro inminente, no
pudo sino fruncir el ceño ofendido y espetarle con desdén:
—Eres una niñata retrasada.
Tendrías que volver al colegio a ver si aprendes algo.
Y ella, como buen cataclismo que
era, le respondió:
—Si yo soy una niñata retrasada,
entonces el noventa por ciento de la gente de ésta fiesta, incluyéndote a ti,
claro, sufrió un aborto cerebral mientras se gestaba en el vientre de su madre.
Así que él, como la víctima que se queda paralizada ante la ola
gigante o la lava arrolladora, la observó sin saber que decir y cuando pudo
reaccionar, ofendido y herido en el orgullo, le espetó de mala gana:
—Mira, niñata, muy pronto vas a
ver como al igual que has llegado a lo más alto, te precipitas al vacío.
Alguien con esos humos que te gastas tú no va a llegar a mucho más en ésta
industria. Y créeme, yo me voy a alegrar mucho de que no sea así, porque las
crías altivas como tú son la vergüenza de éste trabajo.
La verdad es que tentó a su
suerte con aquello. Ella era lo suficientemente venenosa como para meter una
ración de juego sucio en todos los elementos apocalípticos que la componían.
Pero era tan tarde y ella detestaba tanto aquel lugar, que prefirió contar por
lo sano una conversación de besugos que no le importaba en absoluto.
—Muy bien —asintió, sonriendo con
cinismo—. No te preocupes, me apuntaré tu discurso en mi lista de cosas que me
importan una mierda y me lo leeré todas las noches antes de dormir. Ahora si me
disculpas, tengo cosas mejores que hacer antes que hablar contigo, como
suicidarme o revisarme las espinillas. Así que vete un poco a la mierda, o a
follarte a tu muñeca hinchable, lo que prefieras.
Y antes de que pudiese
reaccionar, algo natural en éstos casos, ella ya se había marchado. Con su
lava, con sus nubes, con sus olas de ocho metros y sus vientos amenazantes.
Dicen que las mejores historias
empiezan siempre a trompicones. Bueno, esa comenzó como un verdadero
cataclismo, pero tal vez por ello fue una de las grandes.
A veces me pregunto si seguirán
existiendo las bromas irónicas de la casualidad, o si tendré que conformarme
con los recuerdos ajenos. Aunque tampoco me pesa, ciertamente, porque al
escuchar ésta historia siento que puedo sentir, en mi propia piel, sin saber muy
bien por qué, aquella terrorífica orquesta de rayos y truenos.
Un choque de trenes en toda regla, ese primer encuentro entre los dos. A ver qué les depara el destino, tengo ganas de leer más de estos dos^^
ResponderEliminar¡Besos!