martes, 23 de abril de 2013


Dicen que las mejores historias empiezan siempre a trompicones.
A veces me pregunto si eso será cierto o si, en cambio, me paso la vida auto engañándome,  esperando imposibles arrastrados por algún huracán al que le dé por arrasar mi vida para divertirse un rato. Pero supongo que todos necesitamos creer en algo, mantener cierta chispa de esperanza en un mundo que dio las ilusiones por morralla anticuada y las tiró todas a la basura hace demasiado tiempo.
Me contaron que se conocieron un catorce de abril. Los dos cumplían años ese mismo día, pero ambos habían vivido en tiempos y lugares paralelos. Supongo que la casualidad actúa cuando la condición es propicia y los volcanes están listos para explotar. O tal vez sea yo, que en el fondo soy un poco sentimental. No sé, llamadme melancólico, pero me gusta imaginármelos en aquel momento, los dos tan perdidos e ignorantes, sin saber que la tormenta de su primer encuentro desataría todo un cambio climático en sus vidas.
Aquella noche ella brillaba más que su sonrisa, abriendo paso a la primavera que la había visto nacer poco más de dos décadas atrás. Él, por su contra, se preparaba para el inicio de un ocaso imparable que amenazaba con alcanzarle por el pasar de los años. Él iba acompañado por una modelo de revista, y ella no soportaba estar ni un minuto más en aquel lugar repleto de extraños insoportables. Y como en cualquier tormenta, la primera gota la derramó ella tirándole la copa a la famosa modelo justo cuando ya se iba.
Ya os podéis imaginar lo que pasó, la modelo montó en cólera, hizo retumbar los truenos y lanzó todos los rayos. Y él, que siempre había pecado un poco de tener síndrome caballeresco, se lanzó a defender a su dama después de que ésta le contase una versión exagerada —aunque no falsa— de la historia.
Para cuando él la alcanzó a ella y ambos se vieron por primera vez, el tornado se aproximaba a la costa y el volcán regurgitaba lava candente.
—¿Se puede saber por qué vas insultando a la gente por ahí? —El viento sopló entonces a velocidades vertiginosas, y los árboles comenzaron a resentirse—. Baja esos humos, chica. Aquí no eres mejor que nadie.
Y entonces resultó que el tornado era una catástrofe natural de alto nivel y acababa de aterrizar en la costa, arqueando la ceja izquierda de ella y haciendo que se cruzase de brazos.
—¿Disculpa? —Preguntó.
—Le has tirado la copa a mi acompañante —se explicó él, poniendo a todos los edificios del paseo marítimo en peligro—. Y luego la has llamado idiota. ¿De qué vas?
Ella rodó los ojos, deteniendo la vorágine que se aproximaba sin piedad hacia todas aquellas preciosas casas a orillas del mar, y rodó los ojos con exasperación. Tenía ganas de marcharse de allí, de olvidarse de esa playa de una vez y de sus gentes estúpidas y sin mucho valor intelectual. Pero él, inconsciente como solo un hombre puede ser, quiso desafiar a las fuerzas de la naturaleza y siguió hablando.
—Oye, escucha, conozco a las chicas como tú —y adquirió, para más inri, uno de esos odiosos y equivocados tonos paternales—. Tenéis algo de fama y os creéis con derecho a cualquier cosa. Pero en éste mundillo también es necesario tener algo de educación. Y aunque seas una cría, tendrías que haber asumido el concepto de respeto.
Y entonces, por idiota, el volcán estalló y Pompeya fue arrasada, además, por un huracán despiadado con hebras rubias.
—Mira, hoy ya he hecho la obra de caridad de la semana disculpándome con tu chocho con patas. Así que no abuses de mi paciencia, porque tu querida amiguita la ha dejado un poco tocada y ya es muy tarde para cargarle la batería.
Suele suceder que todo aquello que da algo que contar no termina bien. Como pasó con la leyenda de Pompeya, o con el tsunami que arrasó Tailandia. Las catástrofes naturales siempre son una mina de relatos apasionantes, desgarradores y en ocasiones espeluznantes. Ésta fue una tormenta tan perfecta que no pudo sino dejar como secuela una gran historia. Y como él estaba destinado a aumentar aquel peligro inminente, no pudo sino fruncir el ceño ofendido y espetarle con desdén:
—Eres una niñata retrasada. Tendrías que volver al colegio a ver si aprendes algo.
Y ella, como buen cataclismo que era, le respondió:
—Si yo soy una niñata retrasada, entonces el noventa por ciento de la gente de ésta fiesta, incluyéndote a ti, claro, sufrió un aborto cerebral mientras se gestaba en el vientre de su madre.
Así que él, como  la víctima que se queda paralizada ante la ola gigante o la lava arrolladora, la observó sin saber que decir y cuando pudo reaccionar, ofendido y herido en el orgullo, le espetó de mala gana:
—Mira, niñata, muy pronto vas a ver como al igual que has llegado a lo más alto, te precipitas al vacío. Alguien con esos humos que te gastas tú no va a llegar a mucho más en ésta industria. Y créeme, yo me voy a alegrar mucho de que no sea así, porque las crías altivas como tú son la vergüenza de éste trabajo.
La verdad es que tentó a su suerte con aquello. Ella era lo suficientemente venenosa como para meter una ración de juego sucio en todos los elementos apocalípticos que la componían. Pero era tan tarde y ella detestaba tanto aquel lugar, que prefirió contar por lo sano una conversación de besugos que no le importaba en absoluto.
—Muy bien —asintió, sonriendo con cinismo—. No te preocupes, me apuntaré tu discurso en mi lista de cosas que me importan una mierda y me lo leeré todas las noches antes de dormir. Ahora si me disculpas, tengo cosas mejores que hacer antes que hablar contigo, como suicidarme o revisarme las espinillas. Así que vete un poco a la mierda, o a follarte a tu muñeca hinchable, lo que prefieras.
Y antes de que pudiese reaccionar, algo natural en éstos casos, ella ya se había marchado. Con su lava, con sus nubes, con sus olas de ocho metros y sus vientos amenazantes.
Dicen que las mejores historias empiezan siempre a trompicones. Bueno, esa comenzó como un verdadero cataclismo, pero tal vez por ello fue una de las grandes.
A veces me pregunto si seguirán existiendo las bromas irónicas de la casualidad, o si tendré que conformarme con los recuerdos ajenos. Aunque tampoco me pesa, ciertamente, porque al escuchar ésta historia siento que puedo sentir, en mi propia piel, sin saber muy bien por qué, aquella terrorífica orquesta de rayos y truenos. 

1 comentario:

  1. Un choque de trenes en toda regla, ese primer encuentro entre los dos. A ver qué les depara el destino, tengo ganas de leer más de estos dos^^

    ¡Besos!

    ResponderEliminar