14 de Abril de 1993
Recuerdo éste día cuando tenía ocho años.
Recuerdo a la gente saliendo a las calles, las banderas tricolores y a mi padre
cogiéndome en brazos y alzándome en el aire. Mi madre y él reían y se besaban,
todos mis vecinos habían salido de sus casas para ir a la plaza del
Ayuntamiento a celebrar el nuevo gobierno. Era el fin de tantos años de
sufrimiento y la celebración de un nuevo amanecer que auguraba tiempos mejores.
O, al menos, algo más justos para todos nosotros. Aquel día incluso me dejaron
librar en la fábrica, y todos mis compañeros
y yo marchamos, gritando y riendo, porque la República había sido
declarada.
Todo eso duró poco, y si tuve una infancia escasa
cuando era niño, la Guerra me quitaría los resquicios que todavía yacían
pegados en mi alma, convirtiéndome en un hombre antes siquiera de que supiese
lo que significaba la palabra madurez.
Hoy hace más de sesenta años de ese día, y
hay alguien que acaba de llegar a éste mundo. Todavía no he perdido la
costumbre de apuntar todo lo que me sucede, aunque he reducido el número de
páginas diarias a unas pocas, y me limito a anotar aquello que considero
importante. Hemos tenido que partir de improvisto a París, y aunque ya cuento
con algunos años a mis espaldas debo presumir de buena salud y mucho aguante.
Hacía tiempo que no visitaba Francia, creo que desde que mi hija se graduó en
la universidad. Y hoy su hija, mi nieta, yace a su lado en una sobria
habitación de hospital, durmiendo sin apenas hacer ruido. Hoy, día catorce de
abril, ha nacido una niña con nombre de mes de otoño y sangre de guerrilleros
de clase obrera.
Recuerdo éste día a mis quince años. Abril olía
a bombas y a pérdida de una guerra sentenciada a muerte para nosotros desde el
primer instante. Y recuerdo a aquel muchacho tendido en el barro que no
entendía ni papa de español. Apenas tenía un año más que yo y se había alistado
voluntario para luchar en algo que no le incumbía en absoluto, pero de lo que
se sentía responsable. Recuerdo, también, éste día cuando los nazis amenazaban
con asolar Europa y me encontré con
aquel mismo bribón después de años y exilios, en la cama de una enfermería
improvisada, defendiendo de nuevo una causa similar y luchando porque no sabía
hacer otra cosa.
Ahora él está conmigo y mira a su nieta, que
es la mía, porque un día como hoy nuestros hijos decidieron casarse, aunque
luego no resultó llegar a buen puerto aquella unión.
Se llama November y mi brazo es más grande que ella, duerme al
lado de mi hija apaciblemente, ajena a todo lo que sucede a su alrededor.
Joseph y yo sabemos que nuestra nieta será grande. No porque seamos sus
abuelos, es algo que hemos intuido desde el mismo momento en que la hemos
visto. Ella llegará a lo más alto, y si es lo suficientemente inteligente no se
dará de bruces contra el suelo demasiado pronto. Tal vez alcance el éxito un
catorce de Abril. Tal vez tenga a un hijo éste día. Supongo que ni Joseph ni yo
podremos admirar su grandeza, pero si al menos puedo atisbar algún indicio de
ella, uno que me cerciore de que mis intuiciones no son falsas, entonces podré
marcharme al otro barrio tranquilo.
Joseph me ha dicho hoy que recuerda
perfectamente éste día. Nunca me lo había comentado, después de sesenta años,
pero tal día como hoy conoció a la que después fue su mujer.
Curiosamente, nuestros hijos también se
conocieron un abril en día catorce.
En ésta insólita familia, fundada por dos
carcamales a los que unió la casualidad que les arrebató sus juventudes a base
de trincheras y pólvora, una niña ha nacido en la fecha que nos marcó a todos
nosotros. Y eso solo puede significar que será grande, la más grande de todos
nosotros.
Solo espero que no se ahogue en su propia
grandeza, porque mucho me temo que ni Joseph ni yo duraremos lo suficiente para
disuadirla.
Tiene buena pinta el comienzo. A ver qué sale de tanta curiosa casualidad encarnada en la pequeña November.
ResponderEliminar¡Besos!
Un catorce de Abril, nació November. Seguro que hará algo grande, que casualidades.
ResponderEliminarSaludos.