—¡Estás loco!
Lauren, su sobrino, el hijo
mediano de su hermana Tiffany siempre había tenido un carácter bastante
combativo. Se parecía a su madre en ese aspecto, quizá por aquella misma razón
ambos se llevaban a matar cada dos por tres. Ahora estaba echando humo,
plantado en su despacho y acusándolo con la mirada. Darius ni siquiera se había
dignado a alzar la vista de su ordenador portátil, tenía demasiado que hacer
como para ir perdiendo su tiempo en un crío de veintidós años.
—Lauren, pide cita y ya
hablaremos.
—¡Y una mierda! —insistió,
frenético. Desprendía ira por cada uno de sus gestos—. ¡Has
hecho que despidan a Celia!
—He hecho que se deshagan de un
lastre para la empresa —alzó
sus ojos negros durante una fracción de segundo y luego posó su vista de nuevo
en la pantalla—. Ni siquiera me consultasteis que la ibais a
contratar. Sabes que eso no me gusta nada.
—¿Desde cuándo tu supervisas el
personal de la empresa de moda? —Inquirió el joven, frunciendo el
ceño.
Lauren se parecía un poco a Rogue
físicamente. Su pelo era negro, sus ojos grandes y muy azules y tenía una
mandíbula cuadrada que le daba un aspecto bastante varonil. Era guapo, y poseía
un aspecto descuidado que le incrementaba el atractivo. Aparentaba un par de
años más de los que tenía por aquella barba de tres días que nunca se
arreglaba.
Darius dejó su ordenador a un
lado y cruzó los brazos encima del escritorio de su despacho. Su sobrino apenas
tenía diez años menos que él, pero lo consideraba un niñato inmaduro que no
sabía cómo encaminar su vida. Lauren trabajaba en la empresa de moda,
adjudicada a Tiffany, en la que también estaban sus otros dos hermanos.
—Lauren, si quieres conseguirle
trabajo a tu polvo de todas las noches me parece muy bien, pero no metas
incompetentes en mi empresa solo para asegurarte un revolcón al día. Eso no es
nada profesional.
—Sabes perfectamente que Celia no
es ninguna incompetente —replicó Lauren, apretando las
mandíbulas—. Acaba de volver al país y tú la as echado de
casa. Es justo ofrecerle algo temporal para que pueda comer ¿no crees?
Darius alzó las cejas, impasible.
—No la eché de casa —puntualizó—.
Su padre era nuestro mayordomo, vivía con nosotros porque nos ofrecía un
servicio. Ella no trabaja para nosotros, y yo no voy a alquilar gratuitamente a
nadie ni a darle comida por caridad. Las buenas obras no son mi fuerte, ya
deberías saberlo.
—Solo la echas porque está
conmigo, y lo sabes —gruñó. El pálido rostro de Lauren iba enrojeciéndose
por momentos, y entre toda aquella furia contenida el muchacho no se percató
del brillo divertido que se asomaba por los ojos de su tío—.
Eres un puto clasista de mierda.
Darius alzó las cejas.
—Sí, pero eso no es nuevo —asintió,
como si se tratase de la mayor obviedad del mundo—. Lauren, algún día se te pasará
ese capricho que tienes por la chica. Hasta entonces, yo no voy a
subvencionarle la vida, que se la busque ella solita.
—Por favor, no seas cínico —le
espetó, torciendo el gesto en una mueca de asco—. Quieres que se largue ¿no es
así? Quieres verla fuera de circulación. Incluso has sobornado a los caseros de
muchos de los pisos de alquiler de la ciudad solo para que no le den hospedaje.
Eres el mayor cerdo que me he echado a la cara. Mamá tiene razón, solo eres un
capullo amargado.
—Soy un capullo, eso es cierto —asintió,
con total frialdad—, pero no soy un amargado. No, en absoluto,
éste juego me está divirtiendo mucho. Digamos que es un buen pasatiempo para
escapar del interminable trabajo que tengo a causa de la inutilidad de tu madre,
tus tíos, tus hermanos y tus primos. Esa inutilidad que tengo que suplir yo
encargándome de todo ¿he de recordártelo?
Lauren fue a responder, pero
Darius no le dejó.
—Lauren, entiéndeme, no puedo
dejar que salgas con la hija hippie de un mayordomo ¿qué imagen daría de la
familia? —El tono de Darius era de cinismo absoluto. Se
notaba a la legua que todo aquello era una mera excusa, hablaba con un deje de
burla y choteo que a Lauren no le pasó desapercibido.
El sobrino se cruzó de brazos y
miró a su tío con desdén.
—¿Y la boda de Cartier? —Inquirió—.
Cuando mi hermano te soltó que era gay a ti te importó una mierda.
—Los homosexuales están de moda —Darius
se encogió de hombros—. La boda de tu hermano solo puede traernos
buena publicidad.
—Eres un hipócrita.
Darius soltó una carcajada, una
de aquellas risotadas maliciosas, cargadas de falsedad y con un tono más que
forzado. Miró a su sobrino como si le estuviese perdonando la vida y negó con
la cabeza.
—Lauren ¿de verdad eres tan
estúpido de no entender de qué va todo esto? —Preguntó el menor de los
hermanos Golden, que por aquel entonces ya tenía treinta y dos años bien
llevados y con una carga de maldad más que considerable—. Tu madre
nunca le perdonará a Cartier que sea un marica, ni a tu hermanita que haya
salido estúpida. Eres su hijo favorito, y no creas que no se que llevas colado
por esa niñata de Celia desde que eras un adolescente. Si Celia se hunde, tú te
hundes. Y si tú te hundes…
—Eres repugnante —escupió
Lauren, frunciendo el ceño. Su mirada era una mezcla entre decepción, enfado y
verdadero asco. Miraba a su tío como si estuviese viendo un vómito o algo
realmente desagradable.
—No, mi querido sobrino —Darius
esbozó una media sonrisa cargada de maldad—. Soy el peor enemigo con el que
te vas a topar. No tientes a tu suerte, si quieres seguir saliendo con ese
chucho de comuna con aires de grandeza, entonces adelante. El juego seguirá, yo
me divertiré, tu noviecita sufrirá, tú estarás muy mal y tu madre se
desesperará. La vida es un juego peligroso, Lauren, y si no sabes saltarte las
reglas será mejor que dejes de jugar antes de que se carguen todas tus fichas.
Me encanta este hijo de puta, es grandioso :D
ResponderEliminar¡Besos!