La miró como si fuese la primera vez. Como
si volviesen a tener veinte años y ella lo esperase con el pelo recogido en un
moño y la mirada perdida entre la gente. Como el aliento a tabaco y los ojos
castaños ahogándose en un eterno mar de melancolía. La miró como lo hizo
aquella tarde calurosa, abriendo mucho los ojos y frunciendo los labios,
respirando profundamente y haciendo amago de todas sus fuerzas para reprimir
los nervios. Pero de nada sirvió, como hacía tanto tiempo tampoco había valido
de nada. Porque ellos siempre se habían desarmado con una sola sonrisa, los
dos, al mismo tiempo. Aunque ésta fuese cínica, aunque estuviese premeditada.
Daba igual, era algo casi patológico, instintivo. Y lo hizo, como cuando tenían
veinte años, como el día en que se conocieron con expectativas limitadas y el
tiempo los traicionó alargándose hasta altas horas de la madrugada. Sonrió,
ampliamente, y sus ojos chispearon como aquella vez. Y entonces dio igual,
porque él volvió a mirarla de aquella manera, aunque ninguno de los dos fuese
el mismo. Porque ella volvió a sonreírle, aunque ésta vez fue con el ego de los
años surcándole el rostro. Pese a que ambos se hubiesen convertido en unos
completos desconocidos, todo dio igual. Se miraron del mismo modo, como lo
hacen los amantes con cuentas pendientes que no fueron saldadas de raíz, sino
cubiertas neciamente con un par de vendas en los ojos. Reprimieron los latidos
ahogados por el frío de sus almas y refrescaron el ardor de sus entrañas con
altivez. Se vieron a sí mismos siendo unos niños desconocidos que hablaban de
la pasión con escepticismo y del amor como fatalidad. Y se encontraron frente a
frente reprimiendo unos instintos que jamás consiguieron enterrar.
Con tu permiso, me instalo en tu blog para pasarme cada vez que pueda ¡Qué bonito descubrimiento del día!
ResponderEliminar(sonrisa de elefante)