sábado, 11 de mayo de 2013


La miró como si fuese la primera vez. Como si volviesen a tener veinte años y ella lo esperase con el pelo recogido en un moño y la mirada perdida entre la gente. Como el aliento a tabaco y los ojos castaños ahogándose en un eterno mar de melancolía. La miró como lo hizo aquella tarde calurosa, abriendo mucho los ojos y frunciendo los labios, respirando profundamente y haciendo amago de todas sus fuerzas para reprimir los nervios. Pero de nada sirvió, como hacía tanto tiempo tampoco había valido de nada. Porque ellos siempre se habían desarmado con una sola sonrisa, los dos, al mismo tiempo. Aunque ésta fuese cínica, aunque estuviese premeditada. Daba igual, era algo casi patológico, instintivo. Y lo hizo, como cuando tenían veinte años, como el día en que se conocieron con expectativas limitadas y el tiempo los traicionó alargándose hasta altas horas de la madrugada. Sonrió, ampliamente, y sus ojos chispearon como aquella vez. Y entonces dio igual, porque él volvió a mirarla de aquella manera, aunque ninguno de los dos fuese el mismo. Porque ella volvió a sonreírle, aunque ésta vez fue con el ego de los años surcándole el rostro. Pese a que ambos se hubiesen convertido en unos completos desconocidos, todo dio igual. Se miraron del mismo modo, como lo hacen los amantes con cuentas pendientes que no fueron saldadas de raíz, sino cubiertas neciamente con un par de vendas en los ojos. Reprimieron los latidos ahogados por el frío de sus almas y refrescaron el ardor de sus entrañas con altivez. Se vieron a sí mismos siendo unos niños desconocidos que hablaban de la pasión con escepticismo y del amor como fatalidad. Y se encontraron frente a frente reprimiendo unos instintos que jamás consiguieron enterrar. 

1 comentario:

  1. Con tu permiso, me instalo en tu blog para pasarme cada vez que pueda ¡Qué bonito descubrimiento del día!

    (sonrisa de elefante)

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