Estoy cansada de ti, de tus ojos de lobo, tu sonrisa de
niño. Cansada de aquellos años locos que nunca vivimos, de los océanos que nos
separan, de las tierras áridas, los mares cálidos y el par de cervezas que te
dejé a deber. Somos un recuerdo inmutable, siempre jóvenes, sin compromisos, la
pasión a flor de piel y un verano eterno que solo duró un suspiro.
Me pregunto si dentro de unos años, cuando las canas hayan teñido tu pelo y las
arrugas comiencen a hacer mella en el borde de mis ojos, seguiremos recordando
el éxtasis del momento, las promesas sin cumplir y ese libro abierto que nunca
se cerró. Si tú, entre risas de niños y un
plan de pensiones, pensarás en esa chiquilla que no sabía volar. Si yo, entre
el ajetreo de la vida y el caos de la juventud que se escapa, tendré un momento
para saborear aquellos besos con regusto a nicotina. Cuando apareces,
aferrándote a las noches de insomnio, apropiándote de unos sueños que no te
pertenecen, pienso en lo cansada que estoy. Cansada de ti, de tus cuentas de
guerra, de las batallas que no quisiste librar. Cansada de promesas vacías, de
palabras que murieron con el frío del invierno, dela primavera en la que decidiste
no regresar. Somos incertidumbre, una cuenta pendiente. El interrogante al
final dela oración, los puntos suspensivos. La pregunta de si algún día, el
suspiro de quizás en otro lugar. Somos la duda, el solo la vida dirá. Pero
estoy cansada de ti, de tu risa de Pan y tus manos de Garfio, del calor en el
cuerpo y el frío en el pecho. Cansada de tu fantasma en los domingos de resaca
y tu nombre en el timbre melancólico de una tal Lana. Estoy cansada de ti, del
anhelo y del rechazo, del recuerdo de un abrazo. Estoy cansada de estar
cansada.
Cansada de no olvidar.
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