martes, 6 de octubre de 2015

Esos humanos hablan de tener la regla como si los cambios hormonales de las humanas fuesen algo extraordinario. Uno puede estar más sensible un día o ser propenso a pillarse un buen cabreo, pero nadie sabe lo que implica "tener esos días del mes" hasta que no conoce a un hombre lobo. Eso sí que es una puta bestialidad. 
Los licántropos natos aprenden a controlar sus poderes cuando adquieren consciencia de sus actos, les cuesta un par de entrenamientos y algún que otro destrozo en cualquier casucha del bosque habitada por paletos demasiado ebrios como para recordar lo que han visto, no les cuesta gran trabajo. Pero cuando se trata de un licántropo converso... Dios, más te vale que no te toque soportar a un puto preadolescente, si ya es una putada tener que vértelas con alguna mala bestia de esas en su edad adulta, cuando están en plena ebullición de crecimiento directamente te metes en una misión suicida.
Ray solía tener unos "días del mes" bastante jodidos. Cuando lo encontré, medio muerto y casi sin muslo, solo era un chavalín de once años que había sobrevivido al ataque de aquel cabrón de Clark. El puto Clark era un maldito psicópata y no sabía tener los dientes quietos. Ray no sufrió las consecuencias de la mordedura hasta pasado un mes, y a mí casi me cuesta un brazo mantenerlo controlado. Tardé cinco años en lograr que aprendiese a controlar sus putos poderes, pero finalmente lo conseguí. Los catorce y los quince años para un licántropo converso son los peores del mundo, cuando están en "esos días del mes" puedes encadenarlos al mismísimo Monte Rushmore que ellos se encargarán de llevarse la puta cara de Lincoln por delante. Una bestialidad, a su lado cualquier arranque de furia femenina es una puta broma.
Crié a Ray porque me invadió una especie de sentimiento paternal bastante inusual en mí, o quizás era sencillamente que me sentía solo. Hacía décadas que no me lo pasaba realmente bien. Desde que aquellos hippies hijos de puta hicieron que la Guerra de Vietnam pareciese una especie de Holocausto 2.0 para todos los norteamericanos decidí largarme del país durante alguna temporada, en busca de conflictos. Encontré poca cosa, la verdad, y Europa se había convertido en un nido de intelectuales comunistas que me estomagaba demasiado. Cuando cayó el Muro de Berlín decidí volver a Estados Unidos, estaba realmente deprimido porque los humanos ya no eran tan divertidos como antes. No aguanté mucho, Estados Unidos es un sitio donde solo puedo pasar una temporada corta, cuando estoy de buen humor puedo soportarlo durante veinte, quizás treinta años, pero si no estoy en vena entonces no aguanto ni medio lustro. Me largué de allí cuando descubrí que mi camello, Bill, se había vuelto un marica que se follaba humanas. No hay nada más vergonzoso para un vampiro que fornicar con la comida.
Regresé a Europa cuando estalló la guerra en Bosnia, allí volví a encontrarme con Athea, que ahora se llama Sophia. Cada cien años se cambia el nombre, aunque Sophia le pega bastante, suena un poco a hijaputa y no hay mayor cabrona en este mundo que ella. Sophia y yo rememoramos los tiempos de la Gran Guerra, la Guerra de Secesión Americana o las grandes expediciones coloniales mientras les hincábamos el diente a los soldados. Siempre nos ha gustado matar soldados. Cuando terminó la guerra en Bosnia, Sophia me dijo que no pensaba volver a un país tan desagradable como Estados Unidos así que me volví yo solo, las guerras siempre me ponen de buen humor. Sophia nunca ha soportado pisar otra ciudad en ese país que no sea Nueva York porque dice que América es un continente formado por pordioseros que Europa no quería, y ella es de la realeza vampírica, y la realeza vampírica no puede rebajarse tanto.
Fue durante una de mis habituales escapadas a Las Vegas cuando me topé con Ray. Yo había encontrado a un nuevo proveedor de sangre yonqui. La sangre yonqui es la droga de los vampiros, se la sacamos a esos mierdas que se mueren y nos pegamos un buen chute con los restos de estupefacientes que encontramos ahí. Una buena dosis de sangre sacada de algún heroinómano puede hacerte flipar más que cualquier orgía, y si ya te montas una orgía colocado ni te cuento hasta qué punto la gozas.
Recuerdo que acababa de matar a una rubia que me había tirado los trastos. Las humanas que se creen buenas para ligar con uno de los nuestros siempre me han hecho gracia y es divertido matarlas, dejarles claro que no pueden saltarse las reglas de la cadena alimenticia por muchas tetas que tengan. Los monos también tienen tetas y los humanos en sus cabales no se los follan, ¿verdad?
Me la llevé a un hotel, estaba muy colocado, y justo cuando iba a chupármela la rajé entera. Soy un poco sádico cuando estoy drogado, se me va la olla y lo pongo todo perdido. Sophia dice que parezco Jack el Destripador. Quizás fuese Jack el Destripador, estando hasta el culo todo es posible para mí.
Después de tirar el cadáver de la humana por ahí me dirigí a un viejo motel al que suelo ir siempre que visito Las Vegas, lo lleva un viejo trasgo que se largó de España cuando la Guerra. Yo y Sophia estuvimos en aquella también, fue una buena época ésa. Primero la Gran Guerra, luego la Revolución Rusa, más tarde la Civil española y nada más acabar el Holocausto. En aquellos días uno podía ponerse las botas bien a gusto, ahora los humanos se desahogan jugando a videojuegos y todo se ha vuelto demasiado insulso para mi gusto.
Ricardo, el trasgo, me comentó que Clark había vuelto a la ciudad. Todos los tiraos sin fecha de caducidad o con poderes mágicos acabamos en su pensión, aunque algunos seamos la peor escoria del planeta. Decidí que prefería esperar al alba para volver al motel, le debía dinero a Clark y había luna llena. No es bueno cabrear a un licántropo en pleno apogeo de poder.
Salí a dar una vuelta y cuando me dirigía al Club Southern, un antro llevado por Iris, el súcubo más cabrón que te puedas echar a la cara, una violadora en potencia, vi a Clark en la distancia y me escondí tras una esquina. Allegra dice que si he sobrevivido tan bien a lo largo de los siglos es porque soy una sabandija escurridiza y repugnante. Tiene razón en realidad, yo paso de todo y si hay algún problema me abro. Cuando uno es inmortal no tiene tiempo para hacerse dramas, debe disfrutar un poco de las cosas pequeñas.
Cuando Clark se largó salí de mi escondite y fui hacia el local. Entonces vi a una figura pequeña y quejumbrosa. El olor a sangre activó mis colmillos y cuando quise darme cuenta estaba a medio palmo del rostro moribundo de un chiquillo. Estaba tan delgado como un espagueti y, de hecho, tenía cara de italiano. Uno reconocer a los macarroni cuando los ve en cuanto lleva algunas décadas visitando la tierra de la libertad. Incluso teniendo el estómago lleno, la sangre de aquel crío me embotaba los sentidos. Los humanos que todavía no han llegado a la pubertad son como un pequeño manjar, un dulce como el que te tomarías después de la comida. Su sangre es realmente tentadora porque está más dulce y libre de impurezas que la sangre adulta. Sin embargo no mordí a Ray, la saliva de Clark se había extendido por su cuerpo a gran velocidad y el olor a chucho lo impregnó antes de que yo pudiese rematarlo. Cuando alguien se convierte en una criatura mágca, aunque no sea inmortal, adquiere un olor que repele completamente a los vampiros u otras criaturas que se alimentan de humanos. Pasa también con los brujos, aunque en cierto modo sean humanos su sangre es mágica, y por tanto sabe a rayos.
Pensé en dejarlo ahí, Clark le había hecho un boquete tan grande en su muslo que pese a convertirse en un licántropo no pasaría de aquella noche. Estaba perdiendo demasiada sangre. No sé muy bien por qué lo recogí de aquel callejón, pero cuando me di cuenta lo tenía en la pensión de Ricardo y le estaba haciendo una transfusión después de cargarme a un fulano que pasaba por ahí. No me costó mucho curarlo, Ricardo tiene su almacén y me ayudó a cambio de sangre yonqui. Los vampiros pagan el doble por una habitación con algo de mierda en el minibar.
Después de aquello me vi cuidando a un puto crío de once años con accesos de rabia y demencia espontánea cuando llegaba la luna llena. Supongo que encargarme de Ray era más entretenido que ver pelis de guerra en la tele y no poder ir a ninguna guerra. Ahora ese pequeño cabroncete ya tiene veinte años, pero todavía le cuesta controlarse de vez en cuando. Le quiero mucho en realidad, el día en que se muera me voy a deprimir muchísimo. Eso es lo malo de ser eterno, que a veces eres gilipollas y haces amigos que no lo son, así que cuando se mueren lo pasas mal.

1 comentario:

  1. Qué guay, no sabía que piblicabas otras cosas en el blog y, hoy que me he decidido a entrar, me he quedado encantada, pues ya tengo algo más que leer tuyo :)

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