-Scott Grant pasó tres años de instituto pidiéndome salir todas las semanas, incansablemente -la tía Joan puso los brazos en jarras y me miró incrédula-. ¿Se puede saber qué narices has hecho para terminar con su paciencia?
-¿Saliste con el Sheriff?
-No, no salí con él -respondió como si acabase de insultarla o algo parecido-. Y no me cambies de tema, jovencita. Que ayudases a Scott era parte del trato, tienes que aprender a convivir en una comunidad, ser parte de la misma y aportarle tus cualidades.
-Llevar café no es una cualidad, es explotación si no está remunerado.
-Que la Universidad de Yale no emprendiese acciones legales en tu contra ni te hiciese pagar el doble de lo que acordaste debería ser suficiente compensación para ti.
-Tía, el padre de Mister Doe construyó un edificio ahí, ya les dio un huevo de pasta. Lo último que faltaba era que encima me hubiesen puesto una indemnización de la hostia, no te jode. Pues no son listos esos cabrones.
Joan suspiró, exasperada, creo que comenzaba a comprender por qué Scott había terminado hasta los huevos de tener que verme la cara todos los días. Era algo que se me daba bien, sacar de quicio a la gente. Cada persona era distinta y un mismo mecanismo no era aplicable a todo el mundo, pero desde pequeña poseo un talento natural para captar los puntos flacos de las personas y siempre he sabido cómo tratar a los demás para que me odien o me tengan estima, dependiendo de lo que más me convenga. La gente de Whistle Dust, incluída la tía Joan, no iban a ser una excepción.
Chasqueó la lengua y me miró, agitando la cabeza.
-Tendrás que cuidar a los hijos de Mae.
-Eso es imposible -respondí con calma, mascando el chicle con la boca abierta intentando hacer el mayor ruido posible. No sé muy bien por qué siempre disfrutaba haciendo rabiar a los demás, cuando me daba cuenta de lo que estaba haciendo ya era demasiado tarde.
La tía Joan enarcó una ceja.
-¿Y por qué es imposible, si puede saberse?
-Porque sería una irresponsabilidad por tu parte dejar a una cría de diecinueve años a cargo de unos pobres niños.
-Eres mayor de edad, Charlotte.
-Técnicamente sí, a efectos prácticos no. He fumado mucha marihuana en esta vida, no estoy capacitada para la educación o el cuidado infantil.
Presionó el puente de su nariz con los dedos pulgar e índice, intentaba hacerse la dura conmigo pero en el fondo yo era perfectamente consciente de que me hubiese partido la cara ahí mismo. Y con razón, hubiese estado en todo su derecho.
Mientras tanto, yo mascaba sin parar, algo asqueada ya porque aquella mierda había perdido todo el sabor.
-A tu edad hay gente que tiene un trabajo, está casada o incluso tiene hijos.
-Lo de tener un trabajo vale -concedí-. Pero tía Joan, una persona que con diecinueve años está casada o tiene críos es más bien un ejemplo de fracasado sin dos dedos de frente, no algo con lo que puedas reprocharme que sea una auténtica parásita social.
Clavó sus ojos azules en mí. Lo había conseguido, iba a matarme.
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