lunes, 14 de septiembre de 2015

En la vida hacen falta buenos chicos que se encarguen de la mala hierba, perseverando en su arranque aunque siempre vuelva a brotar; valientes con más ideales que cojones que intenten domar a las bestias salvajes aunque eso suponga perder algún miembro en el proceso. Es parte del equilibrio vital, de una armonía cósmica necesaria para que la sociedad no se vaya al carajo. En el mundo deben haber seres caóticos, tóxicos y nocivos para que los héroes románticos y abnegados puedan ejercer su trabajo, es una ley no escrita para el buen funcionamiento de la humanidad. Los asiáticos saben bien de lo que hablo, ellos creen mucho en estas cosas.
En Whistle Dust, Alabama, el Sheriff Grant era uno de esos tíos, se encargaba del mantenimiento de la escombrera repleta de basura blanca que era el Earl's, impidiendo que su hedor llegase al pueblo, y ayudaba a tipos como Jared Morris a tener un objetivo en la vida no relacionado con la cerveza. También se ocupaba de mantener a los cafres como Leigh Duhon a raya para que no supusiesen un peligro para la sociedad y, en definitiva, mantenía el mínimo orden recomendado para que una comunidad como la de aquel pequeño pueblo gozase de cierta armonía intermitente.
El Sheriff Grant llevaba escrita la palabra "chico bueno" en la frente, y así como yo reconocía a ese tipo de gente a primera vista, ellos identificaban mi cartel de "problemas" casi al instante. Así que cuando aquella mañana fui a la oficina para cumplir el encargo de buscar trabajo que me había encomendado la tía Joan, la afabilidad risueña de aquel hombre se disipó nada más verme, como cuando los profesores identifican a un alumno problemático, contemplándolo con una mezcla entre desazón, condescendencia y fastidio que pasa desapercibida para todos excepto para los expertos diablillos. Y yo no era una experta, yo tenía dos masters y el doctorado.

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