viernes, 10 de abril de 2015

Edu le había dicho que era maricón justo antes de que lo metiesen en el talego, era un valiente para muchas cosas pero un cagado cuando se trataba de sus asuntos personales. Todos en la familia tenían ese defecto; cinco hermanos con unos huevos más grandes que dos sandías de temporada, capaces de sobrevivir en uno de los peores mataderos de Madrid como si estuviesen haciendo turismo por La Moncloa pero unos inútiles cuando debían asumir públicamente que también eran humanos, como todo el mundo. Solía pensar que se debía al ambiente, uno se olvida de que tiene sentimientos cuando lucha constantemente para que no le desahucien y eso no es del todo bueno, ahora lo tiene muy claro. Si tapas la mierda con más mierda al final saldrá, y lo hará oliendo todavía peor. Pero quién coño les iba a avisar de eso en aquella época, hubiera sido de locos. 

Edu no sabía como enfrentar su mierda delante de la familia, así que cuando lo metieron en el talego por primera vez, cuando ya no iban a ser seis meses de reformatorio sino dos años de trullo, entonces decidió que había llegado la hora de admitir públicamente que le iban las pollas. Raúl se limitó a encogerse de hombros y decirle que bien, pero que eso no le quitaría el cabreo que llevaba encima. Que le importaba una puta mierda por dónde metiese el rabo pero que podría haber elegido cualquier otro momento para hacer contrabando. 

Edu se limitó a sonreír mientras los policías le indicaban que se había terminado el tiempo para hablar. Sonrió de una forma tan sincera e inusual en él que Raúl casi se conmueve. Casi, porque su cabreo era demasiado grande y no le dejó enternecerse del todo. Su hermano era un capullo.

Raúl siempre supo lo de Edu, no recuerda una época en la que no tuviese muy claro que a su hermano mayor no le iban los chochos. Tampoco se ha cuestionado jamás cuándo lo descubrió, y en el fondo presiente que no fue ninguna revelación ni una pillada in fraganti que se ha borrado misteriosamente de su memoria. Simplemente lo ha sabido siempre, no puede recordar ningún momento en el que se le viniese Edu a la mente y él no estuviese seguro de que era homosexual. Quizás es que los cuarenta se le vienen encima demasiado rápido y la memoria ya no es lo que era, o puede que esos modernos tengan razón y esté seleccionando lo que le salga de los huevos. Pero está seguro de que siempre lo supo. Los hermanos saben esas cosas, o al menos eso quiere pensar.  

Edu eligió el peor momento para que lo detuviesen y Raúl fue incapaz de odiarlo pero le costó mucho perdonarle aquella jugada. Raquel acababa de pirarse con Nuño meses atrás, intentando huir de aquel pozo de podredumbre en el que vivían, buscando una vida mejor que no encontrarían y dejando a sus hermanos pequeños totalmente desamparados en el intento. Eduardo había vuelto a la casa, estaba sin un duro y vino con un regalo bajo el brazo en forma de bebé recién nacido, al parecer había estado fundiéndose el dinero de la Seguridad Social en pagarle a cualquier fulana cartones de bingo y después de parir y robarle hasta el DNI la susodicha se había largado sin mediar palabra. Raúl se sorprendió, no hubiese sido raro que Eduardo dejase al crío en cualquier contenedor, se había pasado más de veinte años jodiendo al resto de sus hijos. 

Fue el principio del fin, como si todo lo malo que pudiese pasar se convirtiese de repente en algo sin importancia al haber cosas mucho peores. Raúl siempre se preguntaba por qué sus hermanos mayores se comportaban como unos críos, por qué él, siendo el tercero, debía encargarse de toda la familia. Hace poco, después de tanto tiempo, ha comprendido que la culpa en cierto modo no fue de ellos, sino de él, que se adjudicó la cabeza de aquella tribu descarriada antes de que los demás pudiesen postularse para ese puesto. Tampoco se arrepiente de nada en realidad, ese ha sido el único motor de su vida y no se queja. 

El puto Edu, qué bien ha vivido siempre el cabrón. Cuando eran críos tenía a Raquel salvándole el culo y de mayores fue Raúl quien le consiguió aquellos contactos para que montase su puto antro de travelos. Ahora se las da de gay con pasta, Raúl ha aceptado ya que su hermano es una de esas personas que llegan alto sin tener que hacer casi nada, y aunque a veces eso le cabrea un poco, es más fácil lidiar con eso que con todas las horas en comisaría que le tocó tragarse gracias a él durante su infancia. 

Nadie hubiera apostado una mierda por esa familia veinte años atrás pero Raúl siempre supo que terminaría siendo rico. No tenía más sueños, no anhelaba ninguna otra cosa, solo quería ganar dinero. Para sus tres hermanos pequeños, para su educación y para que pudiesen ir a la universidad porque quería que tuviesen lo mejor. Para su madre, para encontrarle un buen médico que no le recetase cualquier mierda que la dejase medio lela en la cama durante días, y para Eduardo, para echarlo definitivamente de sus vidas. Aunque eso lo lograron mucho antes de salir del agujero. 

Raúl había sido creado para conseguir sus propósitos y para llegar adónde le diese la gana. Se fijó un objetivo y no paró hasta conseguirlo, porque a él no le importaba en absoluto lo que tuviese que hacer para conseguir un piso amplio en un barrio que al menos fuese limpio y donde no hubiese jeringuillas en cada papelera o putas en las esquinas. La gente a la que tuviese que pisar se la traía floja, las putadas que fuesen necesarias para alcanzar sus fines eran daños colaterales a personas que no le interesaban una puta mierda. Lo único relevante para él era su familia, y mientras consiguiese lo que quería para ella todo estaba bien aunque el mundo entero estuviese en ruinas.Y lo hizo, con dos cojones. Porque en su familia otra cosa no, pero cojones para ese tipo de mierdas sobraban. 

Cuando le consiguió el local a Edu, este le aconsejó relajarse un poco. Le dijo que el dinero era otra adicción, como el bingo o las drogas. Raúl se pilló tal cabreo que no le habló en dos semanas, pero tampoco le quitó el local. Raúl nunca le quitaba nada a sus hermanos, solo les daba, es una regla no escrita que todavía mantiene a día de hoy, aunque ultimamente les da menos porque ellos ya son mayorcitos para hacerse cargo de sí mismos. Pero esa se la guardó, y muy adentro. Él solo tenía una adicción y esa era el tabaco, no estaba dispuesto a escuchar según qué insinuaciones. 

-Tu problema es que llevas toda la vida intentando diferenciarte del viejo, y eso tampoco es así -Edu no se parecía a Eduardo, y eso que llevaba su nombre. Era alto, como él, pero le sacaba varios centímetros y tenía una constitución mucho más fuerte. De espalda ancha y músculos que se le marcaban si hacía ejercicio, nada que ver con el esmirriado de su padre. Además, Edu era guapo. Hasta años después nunca repararía en su aspecto, en aquella época todavía era un joven con cara de muerto de hambre curtido a navaja limpia, pero ya por aquel entonces resultaba atractivo-, no por cuidarnos a nosotros vas a ser distinto. Tienes que aceptar que os parecéis mucho, como yo acepté hace años que me van las pollas. Es algo natural de la vida. 

Raúl no respondió. Había tenido los cojones para vender su alma a cambio de una buena suma de ceros al mes y de hacer todo tipo de burradas en el proceso, pero no podía hablar de sus cosas personales. Eran temas que no se tocaban, una ley no escrita que parecía estar resquebrajándose con la llegada del primer mundo a sus vidas. Y no le gustaba, no le agradaba en lo más mínimo. 

-Eres igual que Eduardo, y antes de meterme un puñetazo o ponerte a gritar como un energúmeno te digo que eres igual porque os parecéis un huevo físicamente. Tenéis el mismo cuerpo y la misma cara, hasta os faltan los mismos dientes solo que tú te has puesto implantes. Por cierto estás raro sin los piños de oro, te estás volviendo un poco pijo y no te pega. 

No le pegó porque tampoco conseguiría nada. Edu era mucho más fuerte que él y Raúl sabía que si le atizaba una buena este se la devolvería el doble y no podía permitírselo. Ahora que estaba ganando tanto dinero ya no podía pelearse, ni ir con aquellas pintas horribles con las que se paseaba tranquilamente por la ciudad, ni vestir trajes por encima de su talla o peinarse el pelo con gomina todo hacia atrás. Los ricos tienen que estar guapos, pero su idea de estar guapos es distinta a la que él había tenido hasta entonces. 

-Tengo que largarme, algunos trabajamos de verdad y no vivimos de la sopa boba. 

Estaba empezando a volverse un poco cascarrabias. Ahora que no podía solucionar las cosas con palizas tenía que hacerlo hablando, y la única forma que tenía de ganar la partida a uno de sus hermanos era recordando que él se pasaba seis días a la semana dando el pego para que ellos tuviesen ciertos lujos. 

-Échale cojones, hermanito. La mierda solo puedes limpiarla tú, aunque te de puto asco hacerlo. 

Nunca lo ha hecho, quizás solo sea capaz de admitirlo si algún día lo meten en el talego o puede que salir de la selva en la que nació lo haya vuelto un cagado sin huevos. Pero nunca ha tenido el valor para admitir el pavor que le da mirarse al espejo y ver a Eduardo en él. Por eso se ha ido cambiando a lo largo de los años. Un retoque por aquí, unas carillas de porcelana por allá. Afinarse la nariz, disimular los ojos con las gafas, peinarse como le dicen esos peluqueros soplapollas que lo haga... Cualquier cosa para diferenciarse, para no levantarse un día y ver en el espejo esa imagen que tiene guardada en su memoria y que huele a gasolina y a coches arrancando mientras se pierden fuera del alcance de las luces de neón anunciando un área de servicio. El rostro de las noches frías y solitarias plagadas de monstruos que acechan a los niños extraviados o de los moratones después de encontrar las botellas de alcohol vacías sobre la mesa del comedor. 

Lleva años intentando que la imagen de Eduardo en él sea solo una ilusión, pero ni arreglarse media cara ha conseguido deshacerse del fantasma, solo hacer que parezca más guapo, o que al menos no esté tan feo como antaño. 




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