miércoles, 25 de marzo de 2015

Recuerdo la primera vez que lloré viendo una película, yo tenía quince años y un buen amigo me dijo que para comprender el final de una vida hay que ver American Graffiti, que ningún otro film captura tan bien la recta final de toda persona antes de que las luces se apaguen para siempre. Una noche, una última noche oscura antes de que las vidas de todos sus protagonistas se terminen completamente y empiecen otras nuevas. Durante unas pocas horas, todos los personajes lo pierden todo de una forma u otra, lo poco que les queda de infancia se marchita antes de que, al amanecer, empiecen desde cero siendo unas personas totalmente nuevas encarnadas en la forma de futuros adultos. 
-Todos ellos mueren a su manera, todas sus vidas se acaban entonces. 
Yo no podía dejar de llorar. Por todos ellos y todo lo que dejaban atrás. Lloré por Curt descubriendo una vida más allá de lo que siempre le habían dicho que existía después del instituto, por Steve en aquella eterna bifurcación que se le abría paso entre lo conocido y lo extraño, dos futuros totalmente diferentes con vidas quizás opuestas. 
Pero John, joder John Milner. Ese sí que me hizo llorar. John, el que solo tenía su coche y las carreras, que no veía futuro más allá de correr. El que mientras sus amigos decidían quedarse dentro o fuera del pueblo, él sencillamente se había hecho a un lado casi sin darse cuenta. Uno de aquellos seres salvajes que no tienen cabida en el mundo civilizado que nos espera a todos después de los dieciocho, cuando el animal que tenemos dentro termina por domesticarse gracias al tiempo. Milner, el que muere un poco cuando se va el Rock n' Roll junto con Buddy Holly y que la noche en la que todo se termina él está a punto de perder su primera carrera. 
Todos los demás hicieron algo, por pequeño que fuese, pero a John Milner lo terminaron matando. Y cuando vi aquel final de acotaciones a pie de página no pude sino venirme abajo totalmente. 
-A Milner lo terminan matando porque no puede ser de otra forma -dijo aquel buen amigo encogiéndose de hombros-. Es lo que pasa cuando no tienes más vidas. 
Me explicó entonces que todos tenemos varias vidas a lo largo de nuestra existencia. Cada una de ellas tiene un inicio y un fin distintos según la persona, y siendo algo tan individual, es lógico que cada individuo posea un número de vidas particular. 
-Hay vidas que pueden durar décadas y otras algunos meses, nunca se sabe -me explicó-. Tu infancia, si es toda igual, podría considerarse una vida. Y tu adolescencia, si no tiene demasiados acontecimientos importantes, otra. Pero por ejemplo, si hay algo que te marca a los ocho años y te hace cambiar, entonces tu infancia tendrá dos vidas, ¿entiendes?
Yo no podía dejar de llorar porque aquellos chicos se habían hecho mayores de repente, porque todo su mundo acababa de evaporarse en apenas una noche. Porque John moriría y Terry desaparecería y Steve y Curt tomarían caminos diferentes. Pero esa noche los había cambiado, deshaciéndose de los viejos niños de pueblo para dar lugar a personas totalmente nuevas con futuros separados. Y eso me destrozaba por dentro, porque algo tan real y tan crudo es imposible que no te rompa aunque solo sea un poquito. 
-Milner solo tenía un tipo de vida, la vida que puedes vivir a una cierta edad. Como Dallas Winston, ¿te acuerdas de él? Al final se dejó matar porque ya no veía nada más allá, había llegado su final. A veces pasa eso. A veces entiendes cuándo ha llegado tu última vida y otras simplemente te pilla por sorpresa el final. Así están las cosas. 
-¿Pero cómo sabes eso? -balbucí- ¿Cómo sabes si hay algo más allá? 
Él me sonrió tendiéndome un pañuelo. Nunca olvidaré lo que me dijo después. 
-Cuando lloras por quienes solo tienen una noche más es porque sabes que a ti todavía te quedan muchas otras. 
Asentí, lo había comprendido todo aunque eso no calmara mi llanto. 
No me di cuenta entonces de que él no estaba llorando. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario