domingo, 1 de marzo de 2015

-¿Te piensas que me importa eso?

-Pues claro que te importa, porque sabes que es verdad. Eres un cateto. 

Como para no importarle, esos trajes de Armani, esas gafas de Carolina Herrera. Las corbatas de Hugo Boss y los zapato de piel auténtica. Por supuesto que le importa ser un cateto, claro que le jode cuando alguien queda por encima suyo en público, es lo que más le revienta. Por eso se comporta como una serpiente venenosa, por eso siempre ataca antes de verse forzado a construirse una defensa, porque es plenamente consciente de que si lo asaltan con ciertos temas no tardará demasiado en hundirse. 

-¿Un cateto por qué, porque no sé quien es el Ronal Frigan ese?

-Ronald -le corrige-, Ronald Reagan. 

-¿Puedo sacar dinero de Ronald Reagan?

-Hombre, pues lleva muerto más de diez años. 

-Entonces poco me importa quién sea -se encoge de hombros-. A mí solo me interesa lo que pueda darme beneficios, lo demás me la pela. ¿Qué eso me convierte en un cateto? Puede ser, pero es que me da igual. Me crié en un barrio de mierda y ahora vivo en una mansión, todo me lo he ganado yo; puedes quedarte con tu cultura general de las narices que yo me iré a no morir de hambre. 

Y ya está, conversación zanjada. Aunque la rabia ha estado presente todo el tiempo en sus palabras, porque es consciente -y solo hay que conocerlo un poco para darse cuenta- de que toda esa fachada que se ha construido de lujo y seguridad no es más que un cristal barato repleto de fisuras. Maquillaje de poca calidad para imponer un respeto que con aquellas sudaderas que vestía hace años nadie le profesaba, un miedo que le encanta provocar y que dificilmente lograría infringir en los demás si no diese una imagen que distorsionase la realidad. 

Le jode, claro que le jode, que gente mucho más pobre que él, sin ambición, sin la astucia suficiente para llegar adónde él ha ascendido lo mire por encima del hombro. Si por él fuera les reventaría la cara a esos becarios de mierda que se pasean con su título universitario y sus aires de superioridad mirándolo condescendientemente por haber leído un par de libros gruesos en su vida y por saber inglés. A esos camareros que le sirven en el restaurante y lo desprecian porque a ellos les avala un título en bioquímica o una licenciatura en políticas. Esos desgraciados sin talento que seguramente terminarán siendo mileuristas mientras él se embolsa más de un cuarto de millón al mes, que se jactan de leer filosofía estando en el paro mientras él no se acuerda ni de Platón y vive para el trabajo, que se creen muy importantes por saberse los nombres de todos los allegados de Hitler pero no tienen ni para hacer la compra semanal mientras que él puede hasta pagarle el colegio a sus sobrinos. Le cabrea que ella se lo haya recordado, le hierve la sangre solo de pensarlo, pero es demasiado listo -porque culto no, pero avispado más que nadie- como para demostrarlo. 

-En esta vida no importan los libros que te leas o lo mucho que sepas sobre un tema -la señala con el dedo índice, está serio, casi sombrío-, lo único que se valora a nivel práctico es cuánto puedas pagar por el pan que te llevas a la boca. ¿Qué soy un cateto? Pues vale, pero me gustaría saber a cuántos de tus amiguitos de la facultad les estarán jodiendo la vida por no poder pagar el alquiler aun teniendo toda esa verborrea mental de universitarios culturetas mientras que yo, que no sé quién es el Ronald Reagan ese, llevo más de diez años embolsándome casi 10.000 euros por semana. 

Y ese es el animal, la soberbia materializada, la mezquindad del ser humano hecha hombre. El que no puede ocultar su catetismo pese a la chapa y la pintura que el dinero sucio le ha proporcionado, que se mofa de los que más saben porque no sabe argumentar sino morder, que se educó con la idea de que en este mundo hay que aplastar antes de que te aplasten. 

-Lo peor de todo es que lo llevas fatal -ella no puede sino sonreír con incredulidad-. Debe de ser durísimo. 

-¿Pero qué dices?

-Ser tú -responde-. Debe ser una auténtica locura. 

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