domingo, 8 de marzo de 2015

Se comía la vida, se la comía a bocados gigantes. Clavaba sus enormes colmillos en la carne tierna de la infancia y le hincaba el diente con desesperación a la jugosa aspereza adolescente. Nadie le dijo que si seguía comiendo al final el plato se quedaría vacío, y cuando se enteró supo que no seguiría tragando, no podía dejarlo sin nada. Amaba demasiado aquel manjar, o quizás es que temía demasiado el segundo y tercer plato, quizás pensaba que no le iban a gustar y era mucho mejor quedarse con el buen sabor del primero. Pero es que, joder, tendrías que haber visto como lo consumía todo, con verdadera desesperación, con una pasión que no he vuelto a ver jamás. Todo lo que hacía le salía de dentro, supongo que por eso no pude enfadarme cuando se fue. La decisión no la tomó él, brotó desde sus entrañas, e incluso siendo apenas una niña yo sabía que no es justo enjaular a un animal al que se ha admirado por ser salvaje. 

Un día despertó y se dio cuenta de que realmente no se estaba comiendo nada, sino que era él quien se consumía lentamente. El tiempo lo había traicionado haciéndole creer que era él quien se bebía las horas a chupitos, pero realmente eran los minutos quienes, poco a poco, le iban secando en aquel desierto sin caminos al que llamamos vida. No podía permitírselo, él no era así. No iba a dejar que le ganasen la batalla, él no podía consumir la vida, tenía que vivirla, ¿pero cómo hacerlo si en realidad todo aquello no era más que un cigarrillo en vías de extinción? No estaba dispuesto a mirar atrás algún día y ver que todo había pasado ya, que la locura de aquellos años locos en los que todavía late el niño pero ya amanece el adulto se hubiese extinguido, dando paso a una razón gris e impersonal, hacedora de las buenas decisiones y asesina de los momentos inolvidables. 

La vida comienza a pasar cuando pones los pies sobre la tierra, y yo no puedo con la comida rancia. Aquella fue la última frase que me dijo, después me dio un beso en la frente y no volvió. No podía volver, la gente como él se marcha para no tener que ver las arrugas de sus malas decisiones ni las canas de lo que fue alguna vez y ya no volverá. Tú no te comes la vida, la vives. Quieres vivirla toda, consumir hasta el último gramo, por eso no puedes seguirme. Tampoco le insistí, realmente no quería que me llevase con él. Creía que éramos iguales, y quizás lo éramos en muchos aspectos, pero él tenía miedo de vivir y yo estaba ansiosa por hacerlo. 


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