martes, 10 de marzo de 2015

A veces pensaban que era un mago, algo de magia negra debía esconder en aquellos ojillos divertidos, una maldición gitana justo detrás de sus colmillos de lobezno, no podía ser posible que su magnetismo fuese algo natural, no les cabía en la cabeza. Tenía ese poder que albergan algunas personas de callar a la selva haciendo que todas las bestias se arrodillasen silenciosas para observar sus movimientos. Enmudecían a su paso, maravilladas por aquellas plumas invisibles de pavo real que lucía sin apenas darse cuenta, sacando pecho como el dueño del corral y rugiendo entre risas cual león en la roca más alta de la sabana. Y ellos no daban crédito, pero eran incapaces de apartar su mirada de aquel muchacho de pelo cobrizo y mejillas pecosas. 

Fue caballero de todos, príncipe de los malditos y rey de los desterrados, jurando proteger a todo aquel que lo necesitase para resguardarse de los buitres que esperaban, ansiosos y despiadados, a un tiempo cada vez más cerca del número dieciocho. Y tenía por ley no dejar a nadie colgado, fuera cual fuese su procedencia. 

Nadie se le resistió, claro, abogaba por los niños tan perdidos como él que habían sido privados del cariño humano sustituyendo el calor de un abrazo por el flash abrasador de las cámaras, y todos aquellos chiquillos de caras pixeladas se le colgaron del brazo como los animales hambrientos que se entregan desesperados al regazo de cualquiera que les pueda amamantar. Abrumados por aquella promesa de familia alternativa y seducidos por las palabras de un valiente que había nacido para dejarse admirar, se entregaron a la mayor aventura que jamás podrían contar bajo juramento de sangre, porque aquello que tenían era demasiado bueno para compartirlo con los demás y cualquier amago de hablar sería considerado traición fatal. 

Fueron felices, todos ellos. Construyeron algo que nunca olvidarían, se entregaron a un sueño tan efímero como cualquier otro, cambiando sus vidas para siempre. Lo que vivieron entonces anidaría entre sus costillas y echaría unas raíces que con el tiempo se antojarían algo dolorosas, desprendiendo nostalgia y melancolía.

 Recuerdan lo mucho que llegaron a reír y las lágrimas que derramaron contando secretos que nunca serían revelados, entregándose a una confianza que se les había sido negada y jurando que jamás delatarían a un hermano. Abrieron sus brazos y juntaron sus sangres, se proclamaron hermanos de la vida y cantaron a los cuatro vientos por aquella unión indestructible. Bebieron del viento la vida y esnifaron hasta el último gramo de su juventud sin importarles lo que habría el día de mañana. Él les dio un hogar, les dio una familia, los arropó bajo su ala de fénix que con todo podía y les otorgó las fuerzas necesarias a modo de risas interminables. Fue un guía, un héroe, un hermano y un ídolo, una de esas personas que llegan como huracanes, lo destruyen todo a su paso y se marchan un día sin decir ni adiós. Él también se marchó así, de repente y sin decir nada, y con él llegó la caída a la realidad desde un sueño en el que se habrían mantenido para siempre. 

El mundo se volvió un poco más gris después de su marcha, el silenció cayó sobre ellos como una losa insostenible, las risas se volvieron huecas y fantasmagóricas, imposibles de aguantar, y de repente el reloj había marcado aquel uno ocho tan temido y todos se sumergieron en un infierno de objetivos y titulares. Él les había enseñado a vivir, les dio las claves para disfrutar de la existencia y nunca mirar atrás ni tampoco alzar la cabeza para ver lo que venía delante, pero nunca les dio la clave para apañárselas sin él, para continuar sin aquel valor desmedido ni el ansia de mundo que él tenía. Y entonces, con los niños marchitándose y los adultos acechando a la vuelta de la esquina, se dieron cuenta de que habían perdido a su líder, y con él la mejor época de sus vidas. 

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