miércoles, 11 de marzo de 2015

Él le habló aquella vez de la memoria selectiva, le dijo que las personas no recuerdan los días sino los momentos importantes, que los enlazan con el contexto y así logran rememorar qué estaba sucediendo en el instante del impacto. El cerebro, comentó, solo asimila las bombas, las grandes explosiones, las catástrofes devastadoras, todo lo demás es paja que vuela con los años. Y cuanta más paja tienes, decía, más consciente eres de lo rápido que pasa el tiempo. Por eso todavía no podemos notar el paso de los días, porque para nosotros todos son bombas. Ahora, así, viviéndolo todo como un descubrimiento histórico parece que todo pase más lento porque cualquier cosa es capaz de sorprendernos. Yo quiero vivir siempre así, le dijo. Quiero que todo para mí sean cataclismos en lugar de aguaceros, montañas de granos de arena. No estoy dispuesto a dejar volar las cosas, eso no es vida. 

Y ella lo creyó, porque Aurora sabía que las personas como él son como los meteoritos, entes sin órbita que deciden encauzarse solo para formar un boquete que se quede en la tierra para los restos, creando un caos momentáneo que nadie pueda olvidar jamás. Era una bomba en sí mismo, un recuerdo imborrable hecho persona. 

Ion fue de todo menos paja, e incluso aquellos que jamás trataron con él estarían condenados a recordarlo para siempre. Era un tornado que no había sido detectado, un terremoto imprevisto, una mancha en un historial estrictamente controlado. El cortocircuito capaz de dejar sin luz a media ciudad o el yihadista que se cobra la muerte de cientos de personas. Algo que todo el mundo debería haber visto venir, pero nadie le dio más importancia de la necesaria hasta que ya era demasiado tarde. Y ella siempre ha sabido que aún a día de hoy, cuando todo se ha reconstruido ya y la paja ha intentado tapar sin éxito las huellas que dejó en todos aquellos que oyeron su nombre cuando todavía carcajeaba a pleno pulmón, Ion sigue siendo la espina clavada de todos los buitres carroñeros que darían su vida por saber el cómo y el por qué. 

Pero hay cosas en esta vida que nadie tiene derecho a saber, recuerdos que por más raíces que hayan echado en la memoria colectiva son en realidad propiedad de unos cuantos, y Aurora prometió alguna vez entre velas consumidas y olor a sangre derramada que jamás traicionaría a la familia. Ion fue un cometa que maravilló a todo el mundo pero solo un grupo selecto conoció su procedencia, y de aquellos pocos afortunados Aurora es la única que no solo sabía de donde venía, sino también descifró todos sus por qués. Y ese gran tesoro codiciado por tantos es quizás su posesión más valiosa, aquello que guardará con celo y que jamás revelará a nadie. Solo lo sabes tú, porque tú eres como yo, pero no le tienes miedo a la paja porque sabes crear tus propias bombas. Y ella había sonreído entonces con el orgullo de quien recibe un halago de su mayor ídolo y la decepción de quien se da cuenta de que aquello que tanto admiraba no era más que otro ente mortal más. 

A veces se pregunta si Ion tenía razón, o si ella quiso entender algo diferente cuando él la estaba describiendo a la perfección. Pero Aurora sabe que ellos nunca fueron iguales, ella siempre fue y ha sido capaz de crear las peores tempestades, pero él era el mismísimo Big Bang, no un creador sino una catástrofe. Ella puede poner los ingredientes para que los demás creen sus propias bombas, pero él fue una cuchillada de las que marcan un antes y un después en cualquier historia. 


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