lunes, 26 de enero de 2015

Jeffrey puede ver en esos ojos azules el orgullo propio de quien los tuvo antes, la herencia de un carácter que lleva el sello de la muerte marcado con el fuego del impulso. Y aunque sabe -porque hay una sonrisa de sábado por la mañana ajena al resto de ese cuerpo adolescente- que la humildad venció a la arrogancia en la tómbola de los genes, también sabe que la tozudez es algo que Alphred lleva por partida doble, y retendrá sus palabras aunque tenga que desgarrar sus entrañas para sujetarlas como Dios manda. 
Y no es que Jeffrey esté para escenitas, porque ya tiene una edad y una fama de huracán despiadado que mantener, pero hay algo en la mirada del muchacho que posee la chispa de unos bucles pajizos danzando al son de una vieja canción country, y Jeffrey sabe que solo ellos pueden hacer del banjo un instrumento agradable. Así que de repente, y sin venir a cuento, el hombre que ha matado a tantos hombres que ya no recuerda la cifra (y que tampoco le importan) descubre que el cielo tiene un color agridulce de pasado juvenil y que las risas histéricas vuelven a escucharse entre predicciones apocalípticas. Y no es que sea un sentimental, pero no puede evitar desviar la mirada antes de que el muchacho salga por la puerta y darle voz a sus pensamientos. 
Un talento desaprovechado. 
Alphred lo mira con ese gesto entre bobalicón y sagaz tan suyo y a Jeffrey le parece oler de nuevo a tortitas quemadas y a canela en polvo. 
¿Cómo dices? 
Jeffrey aparta la vista y finge indiferencia porque a él también lo forjaron en orgullo y antes muerto que parecer humano. 
Tu padre responde secamente. Podría haber llegado a mucho pero eligió posicionarse en el bando equivocado. 
Alphred se aventura pro primera vez a hacerle una pregunta, y Jeffrey sabe en ese mismo instante que tiene doscientas más que jamás le hará porque nadie puede saber que de verdad le interesa conocer las respuestas. Nadie debe sospechar lo que todo el mundo sabe y calla por aparentar. 
¿Te caía muy mal? 
Pero él está muy mayor para esa pregunta tan trampa. 
A mí nadie me cae bien. 
Alphred le sonríe con esos dientes que no pertenecen al resto de su cuerpo y se marcha sin prisa y satisfecho, dejando a su paso el vibrato de un banjo desafinado y el recuerdo de un aroma que jamás volverá a degustar. Observa fijamente a la pared blanca del fondo sin mirarla realmente y se maldice interiormente por la conducta que acaba de tener. 
Solo espera que la tontería no aumente con la edad o mucho se teme que deberá suicidarse. Le pone enfermo tanto rollo sentimental. 

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