martes, 21 de octubre de 2014

Te recuerdo como el pirata que navegaba por carreteras infinitas y se llevaba los botines de las áreas de servicio. Solías jugar con aquellas sirenas varadas en la orilla de alguna barra de bar, consiguiendo besos a cambio de botellas de ron de supermercado barato. A veces aquel era todo el tesoro que habías conseguido, pero en realidad no te importaba mucho porque eras joven aunque los años ya empezasen a cicatrizar en tu rostro y las batallas se te hubiesen hundido allá por entre la tercera o cuarta costilla, justo al lado del cofre ese que palpitaba débilmente y cuya llave tiraste cuando te encontraste cara a cara con la vida y ella se rió un poco en tu cara. 
Juraste que nadie se volvería a reír jamás de ti, y nadie lo hizo. 
No tenías un diente de oro, pero sí un colmillo de lobo hambriento, y te gustaba hincarlo de vez en cuando, convirtiéndote en un vampiro ambicioso que chupaba hasta la última gota de sangre, dejando a tus víctimas siempre secas y sin vida. Y es que en los abordajes nunca dejabas supervivientes, siempre pensaste que ser benevolente era un signo de debilidad y yo, sinceramente, nunca tuve moral para llevarte la contraria. 
A veces me pregunto dónde se quedaron aquellas noches que olían a primeros días de verano y qué fue de las risas que se colaban sin querer entre nuestros dientes, surgiendo siempre cuando la noche era más oscura que nunca porque nosotros habíamos consumido hasta la última de sus estrellas. 
Será que la gasolina un día necesitó unos cuantos doblones de más, quizás fuese que las carreteras se volvieron cortas o que las sirenas dejaron de cantar para convertirse en esclavas de una barra, pero de vez en cuando echo de menos el olor a cuero y a tabaco de liar, ese aroma a vida consumida que siempre esnifábamos como si fuese la cocaína más cara del mercado. Y me pregunto, me pregunto constantemente dónde estarás. Puede que alguien te arrancase aquel colmillo para hacerse un colgante, lo mismo se llevaron tu barco de gran cilindrada porque se percataron de que era robado.Y aunque en realidad sé que lo más probable es que te fundieses con los pocos tesoros que te quedaban y te consumieses lentamente, a mí me gusta pensar que pillaste el último mar de asfalto que te quedaba y huiste a una isla desierta, de esas que nadie puede encontrar a no ser que le hallan llevado, y que allí, en tierra de nadie, con una buena botella de ron y algunos peces descarriados, te fumaste los últimos gramos de libertad que le quedaba a este mundo y conseguiste ser un pirata hasta el final. 

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