domingo, 26 de octubre de 2014

Estás empezando a encauzarte y yo acabo de comenzar mi camino de bajada, descendiendo la montaña a toda velocidad, llevándome todo aquello que tú ya dejaste atrás por delante y abriéndome paso sin pensar en seguir un caudal fijo. Tus aguas se ven un poco turbias allá abajo, como si todavía no estuviesen preparadas para comenzar el largo y lento camino que lleva hacia el mar, y yo me pregunto si podré rozarte mientras arrollo a los peces y me llevo a esos osos gigantes por delante, si nuestras dos corrientes serán capaces de chocarse en algún punto de la riada. No me malinterpretes, lo cierto es que no creo desembocar en tu cauce, pero no estaría de más pasarle un poco por encima, así, haciendo que nuestras aguas se toquen para ver lo que pasa. Quién sabe, quizás llevemos bichos compatibles o vete tú a saber, lo mismo mis pirañas se comen a tus pezqueñines, pero es que te veo tan quieto y a la vez alborotado que no puedo resistirme, y resulta altamente complicado vencer a la tentación. Los ríos jóvenes somos así, supongo, necesitamos tragarnos todo lo que nos rodea para poder sentirnos satisfechos y tú te me escapas por ahí al otro lado del bosque. Y yo no sé si podré llegar, si tendré el empuje que hace falta. He jurado no calmar mis aguas jamás y a ti ya se te está olvidando aquel juramento que hiciste cuando no eras más que nieve recién derretida con toda una ladera por delante. Pero venga, vamos, empieza a incendiarse esto y yo no paro de tragar humo, tú te niegas pero los residuos no te parecen mal. Quizás podamos hundir unos cuantos barcos con algo de caos. ¿Qué me dices? Una vez juraste no estar así jamás y yo sé que intentas resistirte a lo que siempre acaba por llegar, vamos a divertirnos una última vez. Vamos a inundar el bosque y a comernos todo lo que acaba de arder. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario