viernes, 31 de octubre de 2014

Me dices que tienes miedo y que te has acobardado, que sentir es solo para los valientes y a ti se te hundieron las agallas por alguna parte. "Hace tiempo que pisé tierra firme" me comentas "y ya no tengo ganas de jugar a hundir barcos". Y yo no te digo nada, claro, porque tomar los océanos es algo a lo que nadie puede obligarte, tiene que salirte de dentro. Pero me pregunto dónde dejaste aquella valentía que parecía capaz de reducir el mundo a cenizas, o en qué isla se te perdió la impulsividad que te instigaba a luchar con las olas más grandes de la playa. Quizás la última vez que se hundió tu barco las pérdidas fueron demasiado grandes y las reparaciones excesivamente caras, puede que no quieras perder los pocos doblones que has conseguido reunir o abandonar la casa que tanto te costó levantar. No sé, quizás desde aquel octubre que escondió el invierno más frío con una calidez tardía hayas decidido que la sal escuece demasiado en las heridas y el agua puede ser muy peligrosa si no sabes jugártelo todo en una carcajada. Y el caso es que a veces te miro y me doy cuenta de que ya no ríes como antes ni sonríes de la misma manera, que el hielo hizo mella en las grietas de tu nave e instaló un frío trémulo en tu proa. Siento ganas de gritarte que vale la pena hundirse las veces que hagan falta para que nos salgan hasta branquias, pero es que tú me miras con ese vacío en los iris y esas ganas de vivir en las pupilas que yo no sé si darte un abrazo o llorar porque me acabo de dar cuenta de que ya se ha terminado la era de la piratería. 

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