domingo, 2 de noviembre de 2014

No sé qué responderte ni cómo ayudarte, nunca se me han dado bien estas cosas. Me preguntas si creo en las señales y te respondo que no, que utilices la cabeza porque al parecer ha cambiado el viento y se está llevando entre sus ráfagas las hojas de cordura que se te han empezado a caer. Las señales no existen, te repito, son inventos para engañarnos a todos y encadenarnos a ese mundo de sueños que nunca se van a cumplir. Ojalá lo hiciesen, me dices, y yo hago un gesto cínico de esos míos porque los sueños solo estorban las noches calladas llenándolas de ruidos y fantasmas que desaparecerán asustados por el alba. 
¿Y qué hago si me dices que la soledad ha comenzado a pesarte? Por más abrazos que te de seguirás sintiendo como el pozo comienza a secarse y el agua se sustituye por un fango negro que te atrapa las piernas y no te deja trepar. Por más cigarros que comparta contigo o cánticos beodos te dedique durante las últimas horas de la madrugada tú no sonreirás, no de verdad, quizás esboces una pequeña sonrisa y puede que la vida te de un pequeño respiro, pero volverás a callar al instante y a preguntarte como me preguntas a mí cada dos por tres por qué las cosas no pueden ser más fáciles y los días menos intensos. 
Así que bueno, ¿cómo se supone que he de comportarme yo? Ojalá hubiese una guía para volver a pegar trozos que ya estaban rotos y ahora parecen volver a resquebrajarse de nuevo, pero supongo que si ese tipo de cosas existiesen también habría guías para hacer los sueños realidad.
Quizás debería pedirte disculpas después de todo, tal vez yo no tenía razón y el caos no es tan bueno como yo pensaba. Puede que la calma sea la mejor opción, o al menos la más sana. 
Supongo que me he vuelto a equivocar. 

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