domingo, 12 de octubre de 2014

Agarró su copa de vino con elegancia y le dio un enorme sorbo, gesto demasiado descarado para una señorita de su posición, aunque no fue aquel gesto el que impresionó a Eleanne, sino todo el lenguaje corporal que la muchacha desprendía. Tenía una mirada oscura y afilada, unos labios finos y fruncidos con arrogancia y la barbilla bien alta para pronunciar todavía más la altivez que se percibía en sus párpados caídos. Toda ella era seguridad, sensualidad y prepotencia, y eso era lo primero por lo que se condenaba a las mujeres en aquella sociedad. 

La muchacha vestía de forma impoluta, con diseños de lo más exclusivos que no solo resaltaban por la elegancia que desprendía su austeridad, sino que también evidenciaban la posición social de su familia. Solo alguien con mucho dinero podía permitirse unas ropas tan caras y hechas a medida. Aquella noche llevaba un vestido verde botella que resaltaba el tono tostado de su piel y que le llegaba hasta los pies, ajustándose con gracia a su delgada cintura y dejando que la falda cayese un poco en vuelo. Su escote podría haber sido demasiado pronunciado e incluso algo vulgar, pero el diseñador había hecho bien su trabajo concediéndole un cuello y unas mangas hechos de gasa. Aquella chica parecía una princesa sacada de algún cuento medieval, tanto por su aspecto como por su porte. 

Cruzó sus piernas y se volteó hacia el hombre, observándolo con gesto aburrido. A Eleanne le hizo gracia, cualquiera de las chicas que habían asistido a aquel baile estaban ansiosas por encontrar a un caballero guapo de buena posición que las halagase y les pidiese un par de bailes, pero la muchacha que tenía enfrente parecía hastiada, como si aquello no fuese con ella. Dejó la copa de vijo a un lado, miró al sujeto de arriba a bajo y alzó las cejas con cinismo. 

-¿Qué le hace pensar que puedo estar interesada en bailar con usted? -preguntó arrastrando las palabras, tenía una voz rasgada e hipnótica. 

El hombre se quedó tan desconcertado que no supo qué contestar. Las mujeres no respondían así, quizás las sirvientas salvajes y sin educación pudiesen darse el lujo de hablar tan directamente, pero una señorita tan elegante y distinguida... ¿en dónde se había visto eso? Eleanne tuvo que contenerse la risa, la situación se le estaba haciendo de lo más entretenida. 

-Los hombres sois tan egocéntricos... -la muchacha volvió a coger su copa de vino y bebió con lentitud. A Eleanne le pareció que hacía aquel gesto con la pretensión de excitar al sujeto que tenía delante, porque desde luego estaba bebiendo de la copa de una forma no muy decente-. Creéis que solo porque una chica joven esté sola en un baile necesita desesperadamente que alguien le preste atención... Qué lástima. Y no sé qué es lo más desafortunado: si el hecho de que todos los hombres se crean verdaderamente los artífices de nuestra felicidad o la certeza de que la mayoría de las mujeres crean que sin un varón a su lado están incompletas. En cualquiera de los casos, para que yo aceptase bailar con usted debería tener quince años menos y al menos quince mil plotis más en su cuenta corriente. Su oferta es muy baja para mí, soy una joya que no está a su alcance. 

El hombre parecía indignadísimo, y Eleanne creyó por un momento que se atrevería incluso a pegarle una bofetada a la muchacha. Pero no lo hizo, la chica le dio rápidamente la espalda y siguió bebiendo tranquilamente su vino, mientras el hombre que la había intentado cortejar tuvo que marcharse de allí con su cara roja como los tomates maduros y su dignidad perdida en algún charco de barro. 

La determinación y la segurdad al hablar de aquella chica impresionaron muchísimo a Eleanne. Su tono, sus palabras cargadas de veneno... Eleanne podía ser una persona de carácter fuerte, pero era incapaz de contestar así, con tanta calma y vileza al mismo tiempo. ¿Quién era esa muchacha? Desde luego había conseguido atraer toda su atención, y no la perdería fácilmente. 

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