domingo, 28 de septiembre de 2014

Cuando Chartlon Rhodes murió, media Inglaterra se puso de acuerdo para ennegrecer sus cielos más de lo normal y pedirle a la lluvia que diese un poco más fuerte, como si fuese necesario que el cielo llorase desconsoladamente por el que había sido una leyenda de la canción en sus días. Lord Charlton Rhodes, hijo del famoso violinista Alexander Rhodes y de la bella y talentosa soprano Maria Valenti, criado y educado en las más finas instituciones de Londres y dueño y señor de la productora Sailor's Entretiment, una de las principales de Europa con bastante influencia también en Estados Unidos.
Pero nadie lloraba porque un miembro tan destacado de la sociedad inglesa hubiese fallecido de una manera tan súbita y prematura, agarrándose el pecho en un restaurante como el que se aferra a la vida pese a tener claro que no puede luchar contra la Parca. No, lo más triste era su historia personal. Pobre, pobre Charlton Rhodes, ese muchacho que enloqueció al mundo con un grupo de música cuando todavía no era más que un mocoso, y que logró conquistar y sentar la cabeza junto a una de las mujeres de la aristocracia más reconocidas del país para luego perderla tragicamente por culpa del maldito cáncer. Pobre hombre, que desde la muerte de su esposa lo había hecho todo por sus hijas, esos dos angelitos a los que todo el mundo quería. La pequeña Emma, y la fantástica Ashley, esa muchacha con la que habían crecido los niños de medio mundo y que ahora se veía sin padre. Pobre Ashley Rhodes, pobres niñas huérfanas. 
Malditos cerdos carroñeros. 
Ashley apretó los puños observando a todos aquellos periodistas sacando fotos y alardeando de flashes mientras el ataúd de su padre descendía varios metros bajo tierra, colocándose justo al lado del lugar en el que desde hacía quince años residía también la que había sido su madre pero ella ya apenas ni recordaba. Le daba rabia que tanta gente hubiese ido a curiosear, que fuesen figuras públicas no les daba derecho a comportarse de forma tan insultantemente morbosa. ¿Acaso se presentaba ella en los velatorios de sus familiares más cercanos para hacer un reportaje? Por supuesto que no, ellos también deberían saber guardar las formas. 
Se percató de que llevaba un buen rato con las cejas juntas. ¿Cuánto tiempo? ¿Las dos horas que llevaban en el cementerio? Quizás mucho más, Ashley no pegaba ojo desde hacía dos días y comenzaba a perder la consciencia de sus actos, estaba tan agotada que en ciertos momentos creía firmemente que le fallarían las piernas y caería rendida. Sentía incluso cierta envidia por su hermana, Emma se mostraba mucho más entera, como si aquello no le afectase ni la mitad que a Ashley y la mayor no sabía cómo tomarse esa actitud, ¿sería un mecanismo de autodefensa o puede que Emma realmente fuese mucho más fuerte que ella? Ni siquiera tenía fuerzas para estrujarse la cabeza con esas cosas, deseaba encarecidamente poder conciliar el sueño, durante las próximas semanas sabía que una oleada de periodistas y medios de comunicación contactarían con ella para interrogarla por su padre y requería de al menos diez horas de sueño para poder soportar el temporal que se avecinaba. 
George, su agente, le había dicho que debía comportarse de forma serena, colocarse las gafas de sol y no dar muchas declaraciones. Phil, su estilista, quería verla al día siguiente del entierro a primera hora para diseñarle un estilo de luto. El luto es esencial, Ashley, los medios se te echarán encima si no te ven lo suficientemente afectada, y tú no quieres que se te coman viva, ¿no? Qué más daba, en realidad, si llevaban años enguyéndola sin piedad. Estaba acostumbrada a que los medios se la tragasen entera, de hecho incluso se daban el gusto de hincar el diente en el entierro de su padre, no es como si fuese algo nuevo para ella. 
Qué haría ahora, qué podía hacer. Su padre había dejado varias empresas, ¿tendría que hacerse ella cargo? Pero si no tenía estudios ni nada. Veintiún años y sin estudios, y todo porque su padre, el mismo que ahora estaba siendo sepultado por montones y montones de arena, había desechado su propuesta de asistir a la universidad diciéndole que debía centrarse en su carrera como actriz y cantante. Porque Ashley, hija, tú no estás hecha para estudiar, deja que tu hermana se encargue de eso, tú estás hecha para cantar y actuar. Sabes hacerlo, dedícate a lo que sabes. 
Dedícate a lo que sabes le había dicho. Pues ni ella ni Emma sabían llevar empresas, a ver cómo se las apañaban ahora. Roy y Darwin, otros dos de sus agentes, la habían llamado aquella misma mañana. Ni un pésame, ni una condolencia, solo la advertencia de que, según las encuestas, si no rodaba alguna película en los próximos meses su popularidad caería en picado y sería muy difícil volver a conseguir algo con lo que trabajar. Y tú no querrás terminar como Zac Efron, ¿no? Haciendo películas baratas y metiéndote drogas, ¿verdad? Pero si ya hacía películas baratas, qué más daba. Y las canciones que le escribían eran horribles. Porque claro, según todos, ella no sabía escribir buenas canciones. Sus canciones eran demasiado clásicas, nada moderno, nada que pudiese vender realmente. Son un suicidio para las superventas, si quieres volverlos locos a todos no puedes tocar instrumentos. Dedícate a lo que sabes, Ashley.
Dedícate a lo que sabes. 
¿Y qué sabía ella? No sabía estudiar, no sabía componer. Tampoco sabía bailar porque se pasaba horas y horas ensayando coreografías, ni siquiera sabía vestirse. Tenía contratado a Phil, su estilista, desde hacía años y él nunca le dejaba ponerse algo sin su supervisión. Y bien que hacía, en realidad, Ashley se admitía a sí misma que no tenía mucho gusto en la ropa. Ni siquiera había sabido organizar el entierro, se había encargado de todo Clyton, el ayudante de su padre. No sabía hacer nada, nunca le habían dejado hacer nada por sí misma, en realidad. Desde el momento en que su padre la metió en aquella absurda serie de Girl and the life, donde desde los ocho años estuvo interpretando el papel de niña lista en familia numerosa que, por cosas de la vida, había conquistado a medio mundo ella jamás había hecho nada por sí misma. Todos le decían cómo hablar, cómo comportarse. Si iba a una entrevista ensayaba previamente posibles respuestas con sus agentes y si iba por la calle en público sus pasos estaban estrictamente calculados. Su carrera musical era un fraude, los años de conservatorio no le servían para nada porque según sus publicistas no componía cosas aptas para las listas de éxitos y llevaba dejándose vestir como un espantajo desde los dieciséis años para salir al escenario. 
Ashley estaba agotada, llevaba días son dormir lidiando con la prensa, con los fans y con el mundo en general. Los accionistas de las empresas de su padre estaban hambrientos de acciones, los empleados se preguntaban qué sucedería con sus puestos y ella no tenía respuestas para nada. Dedícate a lo que sabes, dedícate a lo que sabes. 
Se sentía tremendamente mal por odiar tanto a su padre, pro no podía evitarlo. Ella era la mayor, la que se tendría que encargar de todo a partir de ahora, ¿y cómo iba a hacerlo? Nunca la habían enseñado, su padre jamás la educó para encargarse de nada. No estaba preparada para la vida y su padre, el muy egoísta, decidía morirse. ¿Qué haría ahora? Y Emma quería entrar en la universidad el próximo semestre, la habían aceptado en una importante institución en los Estados Unidos. Ashley no sabía qué hacer, no se veía capaz de hacer frente a todo sola, ¿pero cómo decirle a Emma que se quedase con ella? No podía hacer eso, su hermana había trabajado mucho para entrar en esa universidad, no tenía derecho a frustrar sus ambiciones de esa manera. 
Sintió un terrible dolor de cabeza cuando el entierro se dio por finalizado, ojalá todo aquello no fuese más que una horrible y asquerosa pesadilla, ojalá pudiese despertar y su padre siguiese vivo, encargándose de todo, tomando las riendas de la familia. 
¿Quieres un poco de agua? la voz de su hermana la sacó de sus pensamientos. Tienes mala cara. 
Estoy bien, no te preocupes se esforzó por sonreír, pero a juzgar por el gesto cínico de Emma no le salió demasiado bien. 
Miró a su alrededor, sabía que ahora todo el mundo vendría directo a por ellas, que las acosarían para sacarles cualquier tipo de información, por mínima que fuese. El rostro depredador de la prensa, la mirada condescendiente de los invitados al entierro. Todo comenzó a darle vueltas, vueltas y más vueltas. Notó como sus rodillas le flaqueaban pero se mantuvo erguida. No podía caer, no debía caer, estaba prohibido caer. 
Dedícate a lo que sabes, Ashley. 
Y ella decidió hacer lo único que sabía: mentir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario