sábado, 9 de agosto de 2014

A Muzio le va el sexo, y le va muchísimo. Le gusta el sexo duro y algo sucio, un aquí te pillo aquí te mato o una mamada a toda prisa. Le pone, siempre le ha gustado lo que carece de clase o lo que no tiene encanto, es como mejor funciona. Quizás por eso siempre haya preferido a las putas, o puede que sean su tipo porque se ha criado entre ellas. No lo piensa mucho, Muzio jamás piensa demasiado las cosas. Pensar es para los que no han vivido, esos que hablan de exprimir la vida porque no saben que es esa zorra la que se encarga de estrangularnos a todos poco a poco, y nadie quiere recordar cómo intentan matarlo a uno. Vamos, habría que ser gilipollas para eso. Y él no es gilipollas. Que puede que solo sepa leer palabras sueltas y escribir su nombre, pero no es ningún imbécil. A los imbéciles los matan y él sigue vivo, así que muy tonto no debe ser.

En realidad, pensándolo detenidamente, le daría igual ser idiota. Qué más da, los que son inteligentes se las dan de señoritos intelectuales y a él todos esos le parecen una panda de maricones. Pero maricones de los que chupan pollas no, maricones de los que hacen mariconadas. De los que se pasean con unos humos de la hostia pero luego se acojonan con una navaja automática. Ese tipo de capullos.

Se termina el cigarro y lo tira al suelo. Joder, a Muzio le va el sexo, vaya que si le va, y lleva un par de semanas sin meterla en caliente. A él eso le jode mucho porque normalmente siempre tiene pasta para pagarse a cualquier zorra. Bueno, a cualquiera no, si no tienen tetas no le gustan. A Muzio otra cosa no pero las tetas le vuelven loco. Cuánto más grandes sean mejor, es muy clásico. Él siempre ha sido un tío de gustos simples en realidad.

Joder, lo que daría ahora mismo por unas buenas tetas de esas enormes que tanto le gustan. Pero no, está sin un puto euro, y todo por culpa de los tres subnormales que viajan con él. Esos sí que son unos soplapollas, no los aguanta ni un poquito. Porque van en la misma dirección que sino ya los hubiese matado, y el primero en caer sería el soplapollas de Gio. Ese sí que es un maricón. Que si corbatita, que si americana y camisa... Menos mal que a él no le criaron en una de las familias porque sino hubiese terminado con esas pintas de tragasables tan feas.

Muzio sabe que su vida ha sido muy puta, pero prefiere haberlas pasado canutas y ser un hombre a haber tenido instrucción y terminar haciéndole creer a la gente que muerde almohadas. Aunque lo mismo Gio es maricón de verdad, Muzio tampoco lo ha visto nunca con putas. Pero bueno, con lo estirado que es vete tú a saber... Hay tíos a los que no les mola ir de putas, a Muzio eso le resulta incomprensible.

Bianca se ha puesto a leer manos. Otra pesada, si Gio es un maricón esa es una loca del coño. Siempre con sus amuletos y sus cartitas y sus gilipolleces. Que no existe Dios, coño, ni tampoco los astros y esas mierdas. Muzio creyó mucho tiempo que había algo ahí arriba, después de todo la mayoría de la gente cree y si eso pasa es por algo, ¿no? Pero con los años ha aprendido a no justificar el hijoputismo humano con temas celestiales. El que es un cabrón lo es porque nace o se hace, no porque venga un espíritu del mal a poseerlo ni mierdas de esas. La religión es para los ricos, para los que pueden dar gracias por tener un ático en el centro de Roma o una villa en Montecarlo. Los pobres tienen que tener los pies sobre la tierra, el cielo no está hecho para ellos. Muzio lo sabe, y también sabe que si Dios existiese serviría solo a los ricos, así que él prefiere no creer para no tener que fundirlo a navajazos. Bianca le pone muy nervioso con sus supersticiones de vieja, pero si Muzio le insiste la tía se pone el doble de plasta y tampoco es plan.

En fin, qué más da, él solo quiere sexo. Follar, fornicar, darle al tema. Lo que sea. Se la suda. Pero tiene mono de sexo.

Tienes la línea del amor muy larga, Arno.

Puta Bianca de los cojones, siempre metiéndole esas mierdas al niño en la cabeza. Y el puto Arno que le sigue el rollo. Ese es otro, el Arno, el crío venido de algún sitio con dinero. Porque Gio solo era un soldati y Bianca una chavala que llegaba a final de mes dando las gracias, pero Arno es un señorito. Y un inútil. Y por su puta culpa les siguen para matarlos. Bueno, quizás el hecho de que Muzio matase a esos dos capullos que no querían pagarle la comida tenga algo que ver, o que Gio la liase con los Cavalcanti, pero si no estuviese Arno sería una cabeza menos y eso fijo que influiría.

¿Y puedes echarme las cartas y tal? pregunta el niñato. Siempre cobran una pasta por hacerlo.

¡Claro, espera!

Tal para cual, Bianca y Arno. Si el chaval no fuese tan crío cualquiera diría que se follan por las noches, lo que pasa es que Bianca le saca dos o tres años, a saber, y él todavía no tiene ni barba. Pero vamos, que en un par de años, cuando al niño le crezcan los pelos en los huevos fijo que se la tira.

Tendríamos que buscar algo de comer propone Gio. Siempre tan serio. Siempre tan responsable. Siempre tan gilipollas. Llevamos dos días sin probar bocado.

¿Insinúas que debemos robar otra vez?

Arno le pone nervioso. Que si robar está mal, que si delinquir es horrible... El niño de los cojones. Robar no está mal si necesitas lo que robas, y siempre necesitas lo que robas. Por ejemplo, cuando Muzio metía palizas para conseguir pasta y así poder trincarse fulanas lo hacía por cuestión de necesidad. El sexo siempre es necesidad primordial.

Acaba de tener una idea.

Yo iré a por la comida propone.

Todos lo miran extrañados, él no suele poner interés en eso. Muzio solo tiene dos grandes amores: las litronas de cerveza y las tías con buena mamada. Lo demás se la bufa. La vida, la muerte... cualquier cosa. Porque pasa de pensar, si pensase le importarían cosas que ahora ya dan igual y él no tiene tiempo para dramas.

¿A cambio de qué? Bianca enarca una ceja. Lo malo de tener a una tía en el grupo es que las pavas siempre son más listas y dan todo el asco con eso.

Se encoje de hombros.

Tengo hambre, coño. Pero vamos, que si quieres ir tú a mí me come la polla.

Bianca no quiere ir y Muzio lo sabe muy bien. Ella es como Arno, no le gusta la violencia ni tener que recurrir al robo para comer. Que esos acabarán follando, si lo sabrá él. Seguramente ella lo desvirgue, menuda imagen más patética tiene ahora en la cabeza.

Pero si quiere ir el mariconazo o el niñato...

Gio ni se digna a contestarle y Arno siempre se caga cuando le toca protestar. El crío de los huevos es un cagón de mierda en realidad.

Pues nada, voy yo.

Despega su espalda de la pared y comienza a andar hacia la ciudad. Se saca un porro ya liado del bolsillo y se lo lleva a la boca. La verdad es que sí que le gusta algo más a parte de la birra y las putillas, a él le molan un montón los porros. Los porros son la hostia, te ayudan a pensar bien, sin comerte la cabeza. A veces prefiere tener para porros que para comer, es una vieja costumbre.

Se enciende el canuto y luego mete sus manos en los bolsillos. Anda tranquilo, sin prisas, le gusta tomarse la vida con calma. Mira un momento hacia atrás y se sonríe a sí mismo. Menudos capullos, cómo se lo han creído. ¿Traerles comida? Y una polla, lo que saque de atracar a algún guiri de mierda se lo gastará en putas. Que a Muzio le gusta mucho el sexo, y hace demasiado que no tiene un buen meneo.


1 comentario:

  1. Bueno, sobre gustos no hay nada escrito. Todo es cuestión de agarrarse a algo y tirar a partir de ahí.

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