jueves, 1 de mayo de 2014

A Jeffrey se le había ocurrido la maravillosa idea de enseñar a sus alumnos adolescentes a preparar drogas para estimular el apetito sexual. Bueno, a sus alumnos adolescentes en general no, a sus alumnos adolescentes con ingenios malignos en particular.

Yo pensaba que aquel año iba a ser tranquilito. Gracias a la reducción del espacio me habían colocado en una habitación distinta a la de Alphred, Dean y Frey. Admito que siempre les he profesado un cierto aprecio porque son algo así como amigos míos y todo eso, pero convivir con ellos era equiparable a los infiernos de Dante. Bueno no, creo que yo hubiese pagado por pasar un montón de torturas inquisidoras con tal de no tener que soportar sus pataletas de convivencia. Porque, sinceramente, no aconsejo a nadie que viva en la misma habitación que un cerdo caótico, un niñato narcisista y un pirado de la química. Por estabilidad emocional más que nada.

Pero no, pese a estar en una habitación nueva con compañeros tan siesos como discretos, la Academia parecía dispuesta a no dejar que mis nervios reposasen debidamente. Primero metiendo al tarado de Jeffrey Rascal como profesor, y luego decidiendo que debíamos ir a la movida esa del Baile de la Fraternidad.

¿Me tomas el pelo? El Baile de la Fraternidad se llevaba celebrando desde el final de la Gran Contienda. Y nunca, repito, nunca había participado Redeen en él porque las otras cinco academias eran todas del bando enemigo o neutro, y nos preferían fuera. Y, por si fuera poco, en la escuela se pasaban la vida llenándonos la cabeza con propaganda barata no apta para gente con cerebro que repetía una y mil veces lo estúpido que era asistir a ese tipo de encuentros de paz y amabilidad.

No sé qué diablos se fumó la directora cuando se le ocurrió que nosotros también podíamos ser partícipes de aquel circo de patetismo al que nos vimos obligados a asistir, pero creo que no se percató de la clase de adolescentes a los que pretendía llevar a aquel lugar. La clase de adolescentes que son educados especialmente para ser unos hijos de puta, resumiéndolo mucho.

El Baile de la Fraternidad era una idiotez celebrada anualmente para que los miembros de las distintas academias del país fingiéramos que sentíamos algún tipo de interés los unos por los otros y echásemos cuatro bailes al son de algún DJ cutre que hubiesen contratado, el cual seguramente pondría música de calidad cuestionable. Yo siempre lo había considerado una tontería y me alegraba, sinceramente, de que nuestra escuela no entrase al trapo, así que cuando nos dieron las buenas nuevas y matizaron que sólo asistirían los mejores estudiantes me arrepentí profundamente de haberme esforzado durante los últimos años en sacar buenas notas. Si hubiese sido un zopenco me habría librado de tamaña tortura.

Como de costumbre, los elegidos fuimos el grupo de siempre, y para no variar mucho en nuestra rutina de arrogancia a ninguno le hacía la menor gracia tener que ir a ese sitio. Para colmo, la directora decidió que el profesor que nos acompañaría sería Jeffrey, y este casi incendia la Academia entera como protesta. Jeffrey consideraba insultante que lo enviaran a una reunión de, según él, necios sin sesera que, por si fuera poco, no tenía a miembros del género femenino potables.

Cabe destacar, haciendo un inciso, que Jeffrey sólo consideraba féminas potables a todas aquellas que tuviesen, como poco, diez años menos que él. Y algunas cosas más, pero me resultan demasiado ordinarias para decirlas públicamente.

Así que, como venganza a lo que él consideraba un castigo, decidió que debíamos hacer de aquella fiesta algo interesante. Un poco para demostrar que a sus cuarenta y pico ya era todo un adulto responsable que sabía aceptar los deberes con dignidad y madurez. Sarcasmo a parte.

Por supuesto, viniendo de Jeffrey Rascal, la palabra interesante podía traducirse perfectamente en delictiva.

Por si queréis y tal, yo no voy a hacer nada nos dijo, que soy una figura autoritaria responsable.

A esas alturas del curso Jeffrey ya había dejado muy claro que le importaban una mierda todos sus alumnos, excepto aquellos que demostraban tener algún tipo de talento especial. A esos -nosotros-, en lugar de tratarnos como basura nos trataba como a perros pulgosos.

Nosotros éramos los únicos a los que tenía la delicadeza de llamarnos por el apellido en lugar de dirigirse a nosotros con un simple y despectivo "tú" o con algún mote de lo más ofensivo y humillante, como "nariz de cerdo", adjudicado a Charlotte Bauer o "dientes de conejo", como llamaba al pobre Denis Easter, el cual terminó tan acomplejado que decidió gastarse un pastón en una de esas dentaduras de porcelana al terminar nuestros años de adiestramiento.

Cabe destacar que a ese ínfimo grupo de privilegiados también nos enseñaba cosas muy cuestionables. Jeffrey era profesor de Estrategias de la Estafa. Imagínate, tener una asignatura llamada Estrategias de la Estafa. Después de ir a aquel maldito baile del mal descubrimos que en la Academia Iustitia, por ejemplo,tenían una asignatura llamada Prevención de Estafas. Nosotros aprendíamos a estafar y ellos a pillarnos con el culo al aire. Luego todavía se preguntan por qué nuestra generación ha resultado ser un desastre, manda narices. Cuenta la leyenda que cuando nuestros bisabuelos vivían se enseñaban cosas como Historia, Matemáticas o Ciencias Sociales, pero es sólo un mito.

Pero al caso, que aunque Jeffrey no destacaba precisamente en ese ámbito, antes de ir al baile infecto decidió que le apetecía darnos una lección de química. Algo que a Frey le resultó insultante, porque ni los profesores eran capaces de igualarse a él en dicha materia.

Esto me lo enseñó un viejo conocido comentó, levantando un frasco que llevaba un líquido de tonalidad rojiza.

Nadie le preguntaba nunca de dónde sacaba aquellas recetas, ni las lecciones de vida que soltaba de vez en cuando, ni las armas que nos enseñaba a veces o los trucos para engañar a la gente. Nadie lo hacía, porque un tipo que es capaz de chantajear a la agencia judicial más poderosa del continente y al criminal más peligroso de los últimos cien años no debe ser puesto en duda. Bueno, y también porque si le preguntas cosas a un proxeneta medio alcohólico es probable que se te caiga todo el mito encima, y tampoco es plan de decepcionarte tan pronto.

¿Pero esa mierda qué es? preguntó Dean, tan escéptico como de costumbre. Dean era de esos que pensaban que si algo no vale medio millón de dólares es muy probable que no tenga una calidad decente. ¿Cómo las pastillas esas azules que se toman los abuelos para que se les empinen las pollas?

A veces me replanteo seriamente qué me llevó a salvarles el culo a tus padres y a darles todo aquel dineral para que pudiesen hacer fortuna le espetó Jeffrey con desprecio. En serio, creo que ha sido uno de los mayores errores de mi vida.

Dean se calló, siempre lo hacía cuando Jeffrey le soltaba alguna de esas. Era divertido, claro, porque Dean Dollar nunca se callaba a no ser que le hiciesen un corte de los buenos, y como todo solía serle bastante indiferente resultaba complejo dar en el clavo.

Esto, mis queridos alumnos, lo inventó un antiguo camarada para conseguir beneficiarse a una chica por la que iba loco sonrió como si se hubiese acordado de una vieja broma. No le funcionó mucho con ella, pero descubrió que con los hombres era infalible. Le metes esto en el alcohol a un tío y le entran ganas de tirarse a cualquier cosa. Incluso muebles o animales, con tal de fornicar lo que sea.

En la fiesta esa no va a haber alcohol objetó Chloe haciendo un mohín. A mí nunca me ha ido eso de joderme el cerebro para pasarlo bien, pero entendía a mis compañeros. La fiesta esa prometía ser un muermo.

Claro que lo habrá, tú no te preocupes por eso Jeffrey se sentó en la silla rotatoria de su escritorio, dando vueltas de un lado a otro.

Si te pillan metiendo alcohol en una fiesta de menores vas a flipar Chloe alzó las cejas. A veces daba la sensación de que nosotros fuésemos los adultos responsables y él el quinceañero tocapelotas.

No lo harán, no te preocupes se encogió de hombros, estarán demasiado ocupados poniéndome verde y alejándome de sus queridos pupilos. Piensan que soy un peligro público o algo parecido.

Nos miramos entre nosotros, poniendo cara de absoluta paciencia.

Lo sarcástico de su comentario recaía en el hecho de que Jeffrey aparecía en listas de enemigos públicos y era persona no grata en tres de las cinco academias que iban a asistir a ese lugar.

Pero vamos, que no tenéis por qué hacer nada comentó, fingiendo estar distraído. Podéis probar si funciona y distraeros un rato salga bien o mal, o podéis quedaros toda la noche en un rincón viendo como una panda de gilipollas bailan y hacen amiguitos. Yo me voy a meter un whiskazo antes de ir, así que estaré demasiado pedo para aburrirme.

A estas alturas de mi vida todavía sigo preguntándome por qué narices pagábamos un dineral por asistir a la Academia Redeen si ponían a sujetos así como responsables de nuestra educación.

Después de analizar la muestra, Frey dictaminó que faltaban hormonas para que eso pudiese ser un chute consistente, y reinventó el potaje para que fuese más eficiente. Al día siguiente nos encontramos en un baile lleno de gente elegante pero sin ningún tipo de clase que nos miraba como si fuésemos zombis contagiosos o algo así, y que no se nos acercaban a un radio de diez metros. Tal y como lo había prometido, Jeffrey llegó como una cuba, sentándose en una silla apartada y durmiendo la mona con unas gafas de sol casi más grandes que su cara. Todos los profesores de las otras academias lo miraban con una muestra de curiosidad y desprecio, e incluso un par de ellos parecían realmente cabreados por no poder detenerlo y encerrarlo en prisión.

Nosotros, ante una música apestosa y gente demasiado cursi para nuestro gusto, decidimos pasar a la acción metiendo aquel mejunje en el ponche, que había adquirido misteriosamente un regusto a ginebra de la mala.

Lo cierto es que nunca supimos si aquello hacía que la gente follase o no, pero desde luego los que bebieron se vieron obligados a abandonar la sala al poco rato. Algunos iban sudando como cerdos, y otros andaban más empinados que un actor porno en pleno apogeo de rodaje. Fue algo decepcionante porque nosotros nos habíamos metido en la cabeza que todo aquello derivaría en Sodoma y Gomorra pero se quedó en algo similar a una sala de urgencias en plena alerta por virus no identificado. 

Al ver todo aquel alboroto, Frey chasqueó la lengua con disgusto.

Creo que debería haber probado otra cosa para intensificar el efecto. 

La gente corría de un lado a otro, algunos incluso vomitaron y todo.

Alphred, que miraba todo con absoluta indiferencia, se encendió un cigarrillo y juntó un poco las cejas.

¿Qué le metiste para que fuese más fuerte?

Y Frey, bostezando un poco, respondió:

Viagra para caballos.

Mirando al frente y con cara de aburrimiento asentimos al mismo tiempo. Todos, inccluídas Chloe y Sarah, que siempre consideraban este tipo de bromas como muy soeces.

—A la próxima veré si funciona mejor el semen de toro o qué, estaba dudando entre una cosa y otra.

Frey se encogió de hombros como si nada y le pidió un cigarrillo a Alphred. Chloe y Sara decidieron que era mucho más interesante centrarse en sus tablets y Dean se sacó una petaca del bolsillo y comenzó a paliar su hastío con alcohol.

Mientras tanto, un tipo comenzó a gritar porque no se le bajaba la polla, los profesores de las otras academias parecían al borde del colapso nervioso y Jeffrey seguía roncando bien a gusto al fondo de la sala.

Y yo, bueno, yo comencé a comprender por qué nuestra academia tenía tan mala fama y a percatarme que no sólo era por algo que hubiesen hecho nuestros padres hace muchos años. 

Pero bueno, tampoco éramos tan malos, sencillamente teníamos formas más alternativas de diversión. 


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