miércoles, 16 de abril de 2014

Chúpame la polla. 

Bianca se quedó con la boca abierta, Arno se llevó una mano a la cara y Gio frunció el ceño. Muzio acababa de soltar las tres únicas palabras que podían llamar a la muerte en ese instante, como si tuviese la clave para hacer que los convirtiesen en coladores a base de navajazos, y a pesar de la tensión que acababa de cernirse sobre el ambiente él continuaba comiendo como si nada, engullendo patatas fritas alegremente mientras se quejaba entre mordiscos de lo caliente que estaba la cerveza. 

Maldito lunático, nadie se explicaba cómo diablos seguía vivo con aquella actitud con la que iba por la vida. 

Delante de ellos se encontraban tres tipos que los habían asaltado para atracarles sacando unas navajas de tamaño considerable. Qué patético, se ponían en el banco más escondido y alejado del parque para que nadie los estorbase y justo entonces llegaban tres mastodontes a montarles el numerito del día. Si es que no se podía tener más mala suerte. 

Los tres hombres olían a alcohol rancio y a marihuana pasada, una combinación que junto con la estupidez y mala leche que parecían llevar encima se convertía en un cóctel de lo más peligroso. Gio estaba dispuesto a lanzarse a por ellos si era necesario, pero Muzio no hacía la menor apreciación, y los maleantes no tenían ojos más que para él. Acababan de pedirle las patatas y Muzio los había mandado a pastar al campo de la peor forma posible, muy en su línea. 

Estúpido loco.  

¿Qué coño has dicho? preguntó el más grande de los tres atracadores. Repite eso si tienes huevos. 

Muzio se tragó casi de golpe la última de sus patatas y se pasó una mano por la boca para limpiarse. Bianca hizo un gesto de desagrado, odiaba cuando hacía ese tipo de guarradas, era repugnante.

Tío, pero qué puto hambre tengo comentó con desgana, Muzio siempre hablaba como si fuese fumado. ¿No tenemos más dinero para comida? 

Bianca lo miró sin dar crédito; por el amor de Dios, había tes malditos yonquis amenazando con rajarles de arriba a abajo y él seguía centrado en su puñetero estómago. Aquello tenía que ser una broma. 

Arno, que estaba igual de estupefacto que Bianca, no tuvo la suficiente entereza como para serenarse y soltó a voz en grito:

¡¿Pero es que no ves lo que está pasando?!

Con su habitual parsimonia y esos movimientos lentos y perezosos que lo caracterizaban, Muzio miró a los tres hombres, que quizás no le habían partido la cara aún por lo impresionados que estaban con la actitud del joven. Los inspeccionó de arriba a abajo, y tanto Bianca como Arno tuvieron la esperanza de que se hiciese la luz en aquel cerebro sin batería que tenía en la cabeza y llegase a la conclusión de que se encontraban en problemas. Aunque Muzio parecía tener otros planes, porque cuando sus ojos se pararon a la altura en la que aquellos tipos sujetaban las navajas, alzó las cejas y chasqueó la lengua. 

Pues vaya mariconada de cuchillos, chaval comentó con aburrimiento. Yo tenía unas tijeras para cortarme las uñas de los pies que estaban más guapas que esas porquerías. 

Tanto Bianca como Arno sintieron la imperiosa necesidad de coger cualquier objeto pesado de los alrededores y hundirlo en la cabeza de Muzio, pero Gio posó sus manos sobre los hombros de sus compañeros para llamarles la atención. 

Yo me encargo de esto les aseguró. 

Gio se levantó del banco y se alisó la camisa con esmero. Bianca solía preguntarse por qué siempre se empeñaba en ir tan aseado si realmente las ocasiones que tenían para ducharse o dejar de oler a cuadra eran ínfimas. Pero a pesar de todo, Gio tenía una personalidad de lo más perfeccionista y algo cuadriculada, y era mejor no meterse en sus cosas. De todas formas, pensó la chica, al menos él se esforzaba por ir presentable en la vida, no como Muzio, que parecía sacado de un estercolero. 

Carraspeó para llamar la atención de los maleantes y respiró profundamente. 

Creo que sería muy desagradable para todos que esto se nos fuese de las manos terció con tono conciliador, así que os insto a que os marchéis por dónde habéis venido. Si no lo hacéis me temo que entraremos en un conflicto peliagudo, y eso podría ser un problema para todos. 

Los tres tipos se lo quedaron mirando como si estuviesen ante algún tipo de jeroglífico. Bianca y Arno se miraron de nuevo, si uno no la cagaba por bruto el otro lo hacía por repelente. ¿Por qué seguían con ese par de locos? Lo único que hacían era meter más la pata cuando nada parecía poder ir peor, llamaban a las Caronte con sus tonterías. 

De repente, un sonido seco se escuchó, y a continuación se oyó cómo se rompía un cristal en mil pedazos. Cuando todos quisieron darse cuenta, Muzio se había levantado del banco y había atizado a uno de los dos maleantes con la litrona de cerveza en la cabeza, y al otro se la había roto. El segundo comenzó a sangrar a borbotones por culpa delos rasguños de los cristales y ambos cayeron al suelo inconscientes. Los golpes parecían brutales. 

Muzio no parecía enfadado, ni siquiera les prestó atención, una vez les hubo noqueado bostezó ligeramente y dirigió su mirada hacia Gio, mirándolo con disgusto. 

Menudo maricón estás hecho, Gio le espetó a su compañero. Pareces un puto gay de mierda con toda esa palabrería de los huevos, algún día me dirás alguna de esas mariconadas a mí y te partiré la boca por vacilarme, qué coñazo de tío... Y tú, ¿tú qué coño miras? 

El único de los maleantes que quedaba en pie miraba a Muzio como si estuviese presenciando al mismísimo diablo. El joven todavía cogía con fuerza el morro de la litrona, aunque ahora apenas parecía un trozo de cristal roto. También le sangraba la mano, pero no daba la impresión de que le importase en lo más mínimo. A ninguno de sus compañeros les sorprendió, habían visto a Muzio herido de navajazos con humor para beber hasta caer muerto, así que aquello era una minucia. 

Histérico, al tipo pareció embargarle un ataque de valor repentino, quizás por honor o puede que por instinto de supervivencia, pero se encargó de empuñar la navaja con fuerza y se esforzó por adquirir un tono amenazante. 

T-tú... ¡te vas a cagar por lo que les has hecho a mis colegas!

Muzio no dijo nada, lo miró con el estoicismo que lo caracterizaba en aquellas situaciones y luego observó la mano con la que estaba sujetando lo que quedaba de la botella, sobresaltándose de repente. 

¡Joder! exclamó, abriendo mucho los ojos. ¡Me cago en la puta!

Por idiota ahora necesitarás que te cosan le reprochó Bianca. ¿Dónde coño vamos a encontrar a un médico que quiera hacértelo? Es que estás tonto del culo. 

¡Qué me he quedado sin cerveza! exclamó acalorado. ¡Joder, que me he quedado sin cerveza! ¡Serás cabrón!

Señaló al maleante.

Por tu puta culpa y la de tus colegas me he quedado sin cerveza, te voy a rajar entero. 

El tipo no vacilo, en lo que tardó en reaccionar salió por patas, huyendo como alma que lleva el diablo. Muzio hizo ademán de seguirlo, pero Gio le arreó un puñetazo de los buenos, uno de esos que casi lograban echarlo al suelo, y Muzio se vio obligado a retroceder.

¡Pero qué haces! ¿Tú estás gilipollas o quieres que te deje sin nariz? exclamó, furibundo. 

Gio se sentó con calma en el banco y cogió la botella de agua que habían robado del supermercado junto con lo que hubo sido la litrona de Muzio, bebió un trago corto, la cerró cuidadosamente y se dispuso a comer las empanadas que también eran robadas. 

Eres muy escandaloso le reprochó, mira qué estropicio. Ahora tendremos que comer con este olor a sangre y a alcohol. Debería darte vergüenza, discúlpate con nosotros por hacernos este feo. 

Muzio enarcó una ceja e hizo amago de cruzarse de brazos, pero al darse cuenta de que todavía sujetaba el morro de la litrona se detuvo para tirarlo. Lo hizo con total desinterés, con la misma desgana con la que había dejado sin conocimiento a aquellos dos tipos y con la indiferencia que siempre le dedicaba a las cosas realmente importantes.

Oye, chúpame la polla e espetó mientras intentaba quitarse la sangre de la mano. Joder, me he quedado sin cerveza, qué putada. 

Por favor, llévate a estos de aquí Gio señaló a los dos hombres inconscientes con la barbilla mientras le daba un mordisco a su empanada, tus destrozos los limpias tú. 

Oye no me marees, que no eres mi puta mujer se quejó. Me voy a robar cerveza, que me he quedado con el mono. Si pillo a algún pringado por la calle le sacaré algunos cuartos, y si mientras vuelvo no paso por ningún sitio de putas los usaremos para el viaje, ¿vale?  Venga, luego nos vemos. 

Gio observó muy serio cómo la figura de Muzio desaparecía entre los árboles del parque. Cuando ya no hubo rastro de él, bajo la mirada y soltó un suspiro. 

Qué maleducado, ahora tendré que limpiar todo esto yo. Así no se puede comer. 

El joven dejó su comida a un lado y se levantó, arremangándose la camisa y agarrando a los dos hombres, uno con cada mano. Mientras tanto, Bianca y Arno observaban la escena con la desesperanza tiñendo sus rostros. 

A veces pienso que si no fuese por ti, ahora mismo creería que yo soy el loco y ellos los cuerdos comentó Arno con una mueca. 

Bianca se fijó en cómo Gio escondía a los dos tipos entre unos arbustos, y luego sacaba un pañuelo de tela de su bolsillo para limpiarse la sangre de sus manos. 

Lo triste es que, después de todo, si no fuese por ellos seguramente ya habríamos muerto. 

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