jueves, 19 de diciembre de 2013

Deberían darme un máster en despertares tardíos y un Cum Laude en imposibles asfixiantes, y es que cuando los vientos azotaban el mar de las oportunidades yo decidí quedarme en tierra por temor a ser marinero, y ahora que las tormentas infestan las aguas de bravos oleajes me dispongo a encaminarme hacia el infierno de los desastres naturales. Y es que supongo que la autodestrucción no es sino otro de tantos vicios a los que el ser humano está expuesto, y como el ex fumador que desciende a los infiernos con una calada furtiva, los melancólicos incurables como yo no podemos vivir sin un poco de martirio interno gratuito. Un par de cortes en el alma con cuchillas de lo que podría ser pero nunca será.

Nosotros no buscamos emponzoñar nuestros pulmones de humo, porque ya nos encargamos de hacerlo con tambores atronadores, de esos que rebotan por todo nuestro cuerpo y hacen que acabemos temblando  sin que haya ningún pilar al que sujetarse. ¿Para qué? Si perder el equilibrio es lo que más no gusta. Si el dolor de la incertidumbre es lo que más nos llena. Si el sin vivir es lo que nos da la vida.

Madre mía, y pensar que uno e aburre tanto en la calma y desea la tempestad. Y recordar que me lamentaba yo por la tranquilidad de lo estable, recordando con cariño los tiempos en que aquellos tonados helados se llevaron todos mis cimientos por delante. Y ahora estoy aquí, avistando a lo lejos unas nubes casi tan negras como el pozo en el que un día caí y del que nunca me creía capaz de salir. Remando sin mucho entusiasmo, precipitando al torbellino de emociones imparables que se está abriendo mar adentro. Pensando que debería volverme atrás y sintiendo que soy incapaz de hacerlo.

Supongo que eso es lo que buscamos los tipos como yo: mantenernos al borde del precipicio, haciendo equilibrismo barato sin redes y desafiando a la muerte con una sonrisa rota en la cara. Porque así como el yonqui no puede sentirse mejor sin un chute de su dosis, nosotros tampoco nos vemos capaces de sobrevivir sin un par de fracturas de vez en cuando.


Quizás solo sea cuestión de adicciones el caer una y otra vez. 

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