Resaca
Catalina Bofill Ferrer
Julio de 1993
No voy a volver a beber en mi vida, de verdad que no lo voy
a hacer. No sé por qué le hice caso a César, si al final acabamos medio
enfadados y todo. Aunque luego nos arreglamos. No sé, fue una noche muy rara,
empezamos como muy tranquilos y al final eso derivó en mucha fiesta, mucho
alcohol y hasta drogas. Sí, sí, que habían drogas y todo. Yo no probé ninguna
porque paso de esas cosas tan horribles pero lo que sí que tomé fue mucho
vodka, y del barato y eso porque salimos a un local del centro de Londres que
no era nada chick. No es que yo necesite que un local sea chick, pero Saúl no
es de los que salen a sitios en plan de barrios más normales, porque él es muy
snob cuando le da la gana.
Buah, qué dolor de cabeza. Te digo muy en serio que no voy a
volver a beber. Me duele como si me hubiesen exprimido el cerebro y tuviese un
montón de libros encima de la cabeza, y para colmo tengo el estómago como si le
hubiese echado ácido. Jope, qué rollo.
Si es que a mí el alcohol no me sienta nada bien, porque
como soy tan bajita y estoy tan delgada… César me dijo que bebiese un poco y
luego discutimos porque decía que estaba bebiendo demasiado y que me volvía loca.
La verdad es que un poco loca sí que me volví, porque me subí a la barra del
bar a bailar y me tuvieron que bajar los seguratas… ¿o eso fue cuando escalé
por las barras de hierro hacia la zona VIP? Ay, no sé, de verdad que no, es que
tengo como lagunas y tal. Me acuerdo de estar en el suelo en medio de la
carretera y de que César se puso a gritar mucho y le decía algo a Saúl, pero no
sé qué le decía. Y me acuerdo de echar a correr y que Saúl me cogiese y me
zarandease diciéndome cosas raras pero que no me gustaban nada.
Qué dolor, por dios, qué dolor. Es como si estuviese mareada
todo el rato, ni siquiera puedo ver bien ni nada, qué horror. Estoy sentada
sobre la cama, viendo si el ardor de estómago que llevo encima me produce
náuseas o qué, como me dé por vomitar me cago en todo, de verdad que sí. Cuando
por fin me animo a levantarme del todo, noto como me mareo de repente, la
cabeza me da muchas vueltas y es como si me alguien me estuviese pinchando en
ella o algo así. Ay, jope, qué rollo de resaca en serio.
Hago un mohín y abro la puerta. Estamos viviendo en la súper
mansión del tío de Saúl. Ese hombre es súper rico y tiene una de esas villas
inglesas de las que salen en la tele. Como la casa enorme de Retorno a Brideshead.
¿Sabes cuál te digo? La serie esa de la tele de hace un porrón de años en la
que salía el tipo este tan alto… Jeremy Irons, eso. Pues es así de enrome y
elegante, se nota que se pudre en dinero. Una pasada, de verdad que sí, además
todas las habitaciones se parecen a las que salen en las mini series de las
novelas de Jane Austen y las hermanas Brönte. Con sus cortinas de seda, sus
enormes camas con dosel y esos pasillos que parecen de palacio… Buah, súper
chulo.
El problema es que cuando tienes resaca no es tan chulo,
porque el comedor está en el ala central de la casa y yo estoy en el ala este,
y para llegar al sitio en el que están todos tengo que andar un montón, y no
estoy como para hacerlo. Es que me duele mucho, jo.
Me coloco el albornoz antes de salir, por las mañanas
siempre hace frío porque aunque estemos en julio el clima inglés rasca lo suyo.
Cierro mucho los ojos cuando me da la luz del sol al salir del cuarto y
comienzo a andar. Me duelen los pies, ayer llevé unos tacones que eran
inhumanos y ahora sufro las consecuencias. Entre el estómago, los pies y la
cabeza me siento como una abuela. Como si tuviese cuarenta o así. Ay, qué
horror en serio. Puta resaca.
Atravieso la casa a paso tortuga, parándome de vez en cuando
por si me sube la acidez y quiero vomitar, y finalmente bajo las escaleras y me
dirijo a la zona del comedor. El comedor de esa casa es como los comedores de
las pelis, me recuerda al comedor de la mansión de Barry Lyndon cuando ya es
rico y tal, con la mesa de madera larguísima y lámparas de araña en el techo.
Súper guay todo. Cuando entro, veo como una de las esquinas de la mesa está
toda adecentada para el desayuno, con la comida, los cubiertos y los platos.
Pero el único que está ahí es César, que me mira alzando la vista y luego
suelta un bufido.
—Joder, yo pensaba que tendrías peor pinta y
todo —suelta—. ¿Bien o qué?
Yo pongo voz de niña pequeña.
—Ces, tengo
resaca —mascullo, y me acerco a él corriendo y me tiro
encima suyo en plan reina del drama.
César, que está sentado y de repente se encuentra con que me
he tirado sobre él, alza los brazos y me zarandea.
—Catalina baja de ahí —gruñe.
Me tira al suelo y yo le miro desde abajo, sacándole la
lengua y dándole un bofetón en la pierna.
—Eres un amigo de mierda —le
espeto, cabreada.
Ya le vale, ¿no? Tirarme al suelo.
Puto.
César me dirige una mirada bastante hostil, coge su vaso de
zumo de naranja y le da un sorbo.
—Mal amigo los cojones —responde—,
ayer te volviste una puta maníaca, si no hubiese sido por mí te habrían
detenido, atropellado, violado o a saber el qué. Vaya tela tienes, Catalina.
César sólo me llama Catalina cuando está enfadado conmigo,
porque así deja claro que no va a ponerse en plan cariñoso ni nada y que está
en modo paterno súper duro. En verdad se le suele pasar todo en seguida, pero
le gusta hacer el cuadro. Le va eso.
Joder, me duele mucho la cabeza.
Me parece muy fuerte que me eche eso en cara cuando él es un
puto huracán si se emborracha. En serio, la última vez que se bebió de más comenzó
a quemar contenedores y a bailar a su alrededor cantando La Internacional,
y ni siquiera es comunista. Que diga lo que quiera pero no soy yo la que se
metió hace tiempo en un cuarto oscuro por probar y casi se acaba liando a
hostias. Que sí, que yo borracha mal pero él mucho peor.
Ay, somos tal para cual. A veces me pregunto si César alguna
vez en la vida querrá tener hijos y me pedirá que sea la madre de alguno,
porque claro como él es gay no puede tener hijos con chicas, pero sí que puede
donarme su semen. ¿Sabéis que eso se puede hacer? Es un flipe, resulta que
puedes tener hijos con una probeta, lo leí en un artículo hace tiempo. O sea,
la mujer da su óvulo y el hombre da su esperma y los juntan en laboratorios y
de ahí nacen niños. Flipas. César y yo hablamos de eso una vez pero Saúl dijo
que no permitiría que en el futuro tuviésemos un hijo probeta juntos porque
según él sería un peligro para la seguridad internacional.
La verdad es que un poco de razón tiene, sería una cosa muy
rara. ¿No? O sea, la genética del niño, no ser de probeta. Aunque ser de probeta
también es un poco raro, aunque mola.
Pero al caso, que César es el primer despendolado y no es
plan de que ahora me dé el sermón, que no tiene moral para eso.
—No fue para tanto —me excuso,
aunque la verdad es que tampoco tengo mucha idea.
—¿Qué no fue para tanto? —salta
él, incrédulo—. Catalina, te tumbaste en medio de la
carretera y comenzaste a cantar Ashes to Ashes de Bowie, y no se te
entendía nada porque cantas mal y no sabes inglés. Casi te atropella un camión.
Por no hablar del casi striptease que te dio por simular cuando estábamos en el
pub. O sea, loquísima. Y casi te pegas con dos tías súper ordinarias porque, según
tú, te habían mirado raro. Y te sacaban dos cabezas y eran gordas y te habrían
destrozado si yo no lo hubiese impedido.
—Bueno, bueno —me levanto, aunque ni así me
puedo poner a su altura porque César es bastante más alto que yo—.
La última vez que tú te pillaste un cebollazo terminamos al lado de la fuente
del Teatro Odesa y a ti te dio por tirarte porque querías un baño nocturno, así
que no jodas.
Porque a ver, puede decirme muchas cosas y tal, pero él
seguro que las ha superado alguna vez así que todo lo que pueda reprocharme
queda anulado por su despiporre natural.
César me mira muy mal, en plan de que sabe que tengo razón
pero le jode dármela porque ayer fue mi noche y él tuvo que cargar conmigo. Lo
que más le jode es que no puede echarme nada en cara porque yo me emborracho
una vez cada eclipse lunar, y lo suyo es cosa de todos los fines de semana. Así
que no me joda.
Me siento en la silla que está al lado de la suya. La verdad
es que con esta jaqueca y el dolor de tripa no estoy yo muy por la labor de
comer, y menos un brunch, que los ingleses se pasan tres pueblos cuando
les da por hacerte de comer. Pero bueno, un zumo de naranja y algo de fruta no
me pegará mal, seguro que me asienta el estómago.
Mientras me sirvo, miro a César de reojo, que se ha puesto a
leer el periódico. Jope, cómo me gustaría saber inglés, porque yo no me entero
de nada.
—¿Dónde está Saúl? —le pregunto,
curiosa.
César rueda los ojos.
—Follando —me suelta—, o eso
espero. Ayer se trajo a una tía a casa y todavía no se han levantado. O la echó
de madrugada a escondidas, o todavía la tiene ahí.
—Qué asco da —arrugo la nariz.
A ver, porque yo me he liado con chicos y eso, pero no me
los tiro. Y eso que no soy virgen porque con Cyrille lo hice, pero no me sale
tirarme a cualquier desconocido. César también es de polvos de una noche, pero
no tan exagerado como Saúl. César puede salir a ligar y punto, y si se tercia
se acuesta con alguien y si no pues nada. Pero es que Saúl siempre va a lo
mismo, él no liga si no es para tener sexo después. Y me da mucho asco, porque
trata a las chicas como si fuesen muñecas hinchables, es para vomitar, en serio
que sí. Saúl es muy engreído y eso, un flipado, además tiene el ego por las
nubes. Que yo le quiero mucho, pero es un capullo.
Pero vamos, que tampoco es culpa suya. Yo no me dejaría
utilizar por cualquier fulano; también es un tema de las chicas con las que
está, que no tienen amor propio. Me acuerdo de que al final de curso Saúl
andaba tonteando con una tipa que se llamaba Valeria, que tiene un año más que
yo, y se la cepillaba y eso. Pues cuando Saúl la dejó ella comenzó a llamarlo
sin parar. Y claro, él pasando de su cara.
Es que es un insensible.
—La que da asco es la chavala que se ha pillado
esta vez —comenta César, sin apartar su vista del
periódico—. Menuda fea, tía. Yo cuando volvíamos a casa
estaba flipando. Además, ya sabes, estaban medio follando antes de llegar, tú
porque ibas medio inconsciente pero ese espectáculo daba todas las ganas de
potar.
—¿Y Robert lo ha visto o qué? —pregunto,
porque no creo que al tío de Saúl le haga mucha gracia eso.
César se encoje de hombros.
—No, pero supongo que lo sabrá.
Cojo el zumo y le doy un trago, mientras miro el frutero
para elegir algo que comer. Creo que pillaré una manzana, porque las manzanas
van bien para el estómago.
—Buenos días, pueblo.
Tanto César como yo miramos a Saúl, que acaba de entrar. Lo
ha hecho solo, así que no sé dónde podrá estar su ligue de anoche. Va con los
calzoncillos y ya está, ni camisa por encima ni nada. Cómo le gusta que lo
miren, disfruta como un enano. En serio, le adoro, pero es un prepotente de tres
pares de narices.
Saúl se sienta justo delante de nosotros, coge un par de
tostadas y empieza a untar mantequilla en ellas.
—¿Ya te han pegado la gonorrea? —pregunta
César, que lo mira muy fijamente.
Saúl sonríe, ladino.
—Y la sífilis, y el sida… muchas cosas me han
pegado esta noche.
—Qué asco —suelto yo, haciendo una mueca.
Saúl se mofa y todo el rollo, pero cualquier día si no le
pegan una venérea seguro que deja preñada a alguna. Y si no, tiempo al tiempo.
Lo que yo te diga.
—Esa tía daba puta gena, menudo cardo te
trajiste a casa anoche.
Saúl se lleva una tostada a la boca y le da un mordisco
mientras mira a César, encogiéndose de hombros.
—No te pongas celoso, cariñín —se
burla, haciendo voz de idiota—, si quieres mañana te busco un
chico que te de lo tuyo.
—Qué capullo te pones cuando follas, de verdad.
César vuelve la vista al periódico, pero yo sigo observando
a Saúl. La verdad es que César tiene razón, cuando folla se pone insufrible. Es
como que toda la testosterona se le sube a la cabeza y le ataca al ego, y se
vuelve una especie de macho ibérico con el alfa desatado. Vamos, que da mucha
perecita escucharlo y tal.
—Bueno, pasando a las cosas importantes del
día, más allá del hecho de que yo sea el puto amo —dice Saúl,
ignorando a César deliberadamente—. Lina, ¿qué quería el mamón de
tu viejo?
Yo lo miro, sorprendida, y los ojos azules de Saúl me
traspasan con la intensidad de su mirada.
Saúl y César tienen ambos los ojos azules, pero César los
tienen como más oscuros y opacos, y Saúl más acuosos, el tono de este último es
más tirando al turquesa terroso que otra cosa. La verdad es que los tiene más
bonitos que César.
Bajo la mirada.
Mi padre llamó ayer. Saúl no quería darle nuestros datos en
Inglaterra, porque no puede soportar a mi padre. Yo tampoco lo aguanto, pero lo
soporto, no me queda otra. Pero Saúl no lo hace, siempre que hay que hablar con
mi padre por si vamos a hacer algo manda a César, porque este siempre sabe cómo
lidiar con él. Saúl se pone negro y empieza a decir que le va a partir la cara
y cosas así y se lía la de la Pepa. Pero
como soy menor de edad y todo eso, al final le tuvo que dar la dirección de la
casa, el número y todo el rollo.
El tema es que ayer llamó, y a mí casi me dio un mal cuando
lo hizo. Me dio aprensión pensar que podía haberle pasado algo a mi madre o mi
hermano, pero luego resultó que no era nada de eso. Aunque también era algo
malo. Claro, cuando papá llama siempre es por malas noticias.
—Pues… —suelto un suspiro, no les he
dicho nada a ninguno de mis amigos porque sé que van a poner el grito en el
cielo—. Pues a ver… me llamó porque dice que Cyrille lleva como
dos días acosándolos para ver dónde estoy.
Y como pensaba, tanto Saúl como César me miran con los ojos
súper abiertos, como si se les fuesen a salir de las órbitas. El primero deja
el periódico sobre la mesa de un golpe y al otro se le resbala la tostada de
entre los labios.
—¡¿Qué?! —gritan al unísono.
Ay jope, que no griten, que me duele muchísimo la cabeza. Lo
que me faltaba, que con la resaca que llego estos dos se pongan en plan
paternales.
A mí me hizo la misma poca gracia que a ellos, no quiero ver
a Cyrille ni saber nada de él. Es el peor tipo del mundo y me lo hizo pasar
fatal, no entiendo por qué ahora está montando todo este rollo yendo detrás de
mí, si fue él el que me trató como el culo porque decía que no quería
involucrarse en nada serio. Pero mira, ayer decidí, mientras mi padre gritaba y
yo pasaba de sus reproches, que haría caso omiso al tema de Cyrille. Que era
gua pasada, y que por mí como si se iba a tomar por el culo porque me daba
igual todo él. Y luego cogí la botella de vodka y me puse a olvidarlo para
siempre.
Pero la puta resaca, la zorra esta me lo ha recordado. Jope.
—Pues eso —murmuro—, que se ha
plantificado en mi casa varias veces, y mi padre se puso del hígado.
—Yo a ese tío le parto la puta cara —suelta
César, furibundo.
—¿Pero cuando follabais te pedía que le
atizases o algo así? —pregunta Saúl, enarcando una ceja—.
Digo, por el rollo del masoquismo. Después de la paliza que le metí hay que ser
gilipollas.
—Ay, de verdad, que no quiero hablar del tema.
Y le doy un mordisco a la manzana. No quiero sacar eso otra
vez, me muero de la resaca y suficiente tuve ayer con escuchar al capullo de mi
padre llamarme de todo por tener a un chico detrás de mí. Y enterarme de lo de
Cyrille tampoco fue plato de buen gusto. En serio, a veces creo que la tiene
tomada conmigo, o que lo único que quiere es destrozarme la vida porque no es
normal lo que hace. Pero que le den. Que le den mucho y muy fuerte y mal, para
que no disfrute.
Y ay, mi cabeza, de verdad.
—Bueno, vale —César me mira y luego mira a
Saúl, y luego a mí otra vez—. Que haga lo que quiera, de
todas formas no te va a ver en todo el verano.
—No te va a ver nunca más —determina
Saúl, al que la euforia del sexo parece habérsele ido de repente—.
Como ese tío se te acerque a menos de veinte metros le parto la polla y
acabamos de una vez.
—Porque tú no te estarás replanteando volver
con él, ¿verdad?
Yo miro a César como si acabase de decir… no sé, que soy
nazi o algo así, y niego efusivamente por la cabeza.
—¡Pues claro que no!
¿Pero de qué coño va? Ni que yo fuera tan tonta. No soy una
estúpida de esas que se mete en relaciones horribles que dan ganas de vomitar y
no aprenden la lección. Yo soy inteligente. Que sí, que puede que todavía me
quede mucho por madurar, y sea una histérica, una neurótica y se me vaya la
mano con el alcohol y eso, pero que no soy imbécil. Me cruzo de brazos,
enfurruñada, y vuelvo a negar con la cabeza.
—Cyrille y yo no estaremos juntos nunca más —digo,
convencida—. ¿Me oís? En la puta vida. Eso se acabó.
Y César y Saúl se miran con esa complicidad que solo ellos
dos tienen.
No parecen muy convencidos.
Que se vayan a la mierda. Jope, menudo dolor de cabeza.
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