jueves, 10 de octubre de 2013

Fernando, el encargado del Centro de Acogida, nunca supo decirle si su cumpleaños era el veinticuatro o el veinticinco de diciembre. Joel, sinceramente, siempre pensó que ambas fechas eran un coñazo para llegar al mundo, aunque finalmente estipulasen en su ficha que cumplía el día de Navidad.

Su asistenta social, Carlos, era un tipo bastante supersticioso. Aunque no era de seguir ningún tipo de religión ni creencia fija, pertenecía a ese grupo de personas que creen vagamente en las experiencias extrasensoriales, como si de alguna forma intentase entrever en una realidad inamovible los matices de otros mundos que escapaban a nuestra percepción. Decía que él no estaba cerrado a creer en cosas nuevas, y que el destino era un hecho del que no se podía dudar. Joel, que si no dudaba de todo no estaba seguro de nada, siempre pensó que a Carlos le faltaba un hervor, pero después de recordárselo infinidad de veces llegó a la conclusión de que no servía de nada insistir, que lo mejor era callar y asentir como cuando te hablan los tontos.

Y es que Carlos estaba convencido de que nacer entre las madrugadas de Nochebuena y Navidad tenía que ser una especie de señal.

Todos los héroes tienen nacimientos extraordinarios le decía, yo creo que tú estás destinado a hacer grandes cosas.

Joel, que se había criado con el cinismo callejero y aprendido a base de palos de segunda mano, lo miraba siempre enarcando una ceja y soltaba un bufido de fastidio.

Cómo se nota que has tenido una buena vida, Carlos.

Porque para Joel el único milagro había sido salir vivo de una noche fría y tormentosa, siendo un bebé apenas envuelto en harapos en la puerta de una casa elegida al azar. Más allá de eso, para él la existencia era una lucha constante en la que los golpes de suerte sólo favorecían a aquellos que ya la tenían por  nacimiento, y que para el resto, la buena fortuna era una zorra de las que tientan pero huyen despavoridas, si dejarse alcanzar por nadie que no pueda pagar sus servicios de antemano.

Joel no era un pusilánime, ni se lamentaba de su situación. Él era un luchador nato, de los que si no pueden pagar a la suerte van a su caza hasta con escopeta. Al contrario que muchos otros chicos del centro, él sabía que su única salida era el esfuerzo y los estudios, que sólo lograría llegar a ser alguien y a tener muchas cosas si sudaba sangre en el intento. Y así lo hacía. Tenía de su parte una gran inteligencia que bien aprovechada lo beneficiaba siempre que ponía algo de esfuerzo; su condición le había enseñado desde pequeño a ser un poco truhán, y la labia era una cualidad que tampoco le faltaba. Y aquella poca vergüenza que siempre demostraba en todas la situaciones, dotándolo de una sinceridad casi hiriente para quien no estuviese acostumbrado a las grandes verdades, lo convertía en un chico entrañable a la par de irritante según el punto de vista. Joel tenía los materiales necesarios para llegar a dónde se propusiese, aunque las condiciones del camino fueran más angostas que de costumbre.

Carlos insistía, que él tenía un destino, y que pronto comenzaría a vivir su gran aventura.

Todas las grandes sagas de héroes parten de chicos como tú.

Y Joel no sabía si Carlos era tonto, o todavía intentaba tratarlo como a un niño pequeño después de tantísimos años.

Y todas esas sagas son obras de ficción.

Pero qué poco sentido del romanticismo tienes, de verdad.

Joel lo miraba entonces y agitaba la cabeza, consternado.

El romanticismo, la visión onírica de la realidad y las grandes esperanzas eran atributos que sólo las personas que ya tenían un suelo sobre el que moverse podían permitirse tener. Él, que todavía vagaba sobre las arenas movedizas de quien no tiene nada más que su vida y sus historias, sabía que no podía desviar su vista del horizonte, porque un mínimo error lo haría hundirse.

Así que Joel, que consideraba nacer en una fecha tan señalada una putada, que tenía todo lo necesario para ser algo grande excepto las mismas oportunidades que los demás y cuya vida parecía la de un héroe épico aunque solo fuese un chaval larguirucho y demasiado serio para su edad,  tenía muy claro que no le llovería ningún milagro del cielo, y que todas las oportunidades que le surgiesen en la vida se las habría ganado él por sus propios medios.


Porque la vida no es una historia de héroes, sino un cuento de supervivientes, y no había nada que le gustase más a Joel que la sensación de salir ileso de todas y cada una de las jugarretas de aquella existencia que podía ser tan generosa como despiadada. 

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