martes, 8 de octubre de 2013

Sofía era pecado y virtud al mismo tiempo, con aquella trayectoria propia de cualquier héroe épico pero conservando en sus ojos aquel brillo de mala pécora que siempre resaltaba junto con una media sonrisa tentadora. Joel pensaba que Sofía era como una estrella del rock, alguien que pese a estar muy cerca parecía encontrarse en un estadio tan alto que era imposible de alcanzar. Su grandeza era demasiado etérea, como la de una diosa o algo así. De ella se decía que era la encarnación de todas las tentaciones del diablo, y que en ella se encerraban las mayores perversiones. Y bastaba con comprobar la certeza de aquellas suposiciones para adorarla más todavía, para querer estar cerca de ella cuanto más tiempo mejor, para intentar impregnarse, al menos, de una milésima parte de aquella majestuosidad que emanaba incluso con sus gestos imperceptibles.

Mientras la observaba sorber su taza de café, Joel pensaba que Sofía era una de esas mujeres capaces de jugar con el mundo entre sus manos como si fuera una manzana y ella la única capacitada para inducirle y sacarle veneno a su antojo.

No te lo recomiendo —le comentó la mujer, dejando la taza de café sobre la mesa y cerrando momentáneamente sus ojos antes de abrirlos de nuevo, clavándolos en los del muchacho—. Eres muy joven para esas cosas. Los adolescentes pensáis que podéis enamorarlos, pero lo que hacéis es firmar un acuerdo de tortura emocional.

Bueno, pero no es como si quisiese a Gracia de esa forma —se excusó el chico, pasándose una mano por el pelo de forma incómoda—. Sólo que somos novios y eso.

Sofía rodó los ojos y chasqueó la lengua, Joel tenía la impresión de estar confesándose ante alguna divinidad aburrida de tantos pobres mortales acongojados con sentimientos demasiado terrenales para su superioridad indiscutible.

Bueno, tú sabrás lo que haces, pero ya te digo yo que enamorarse a tu edad es un error —Sofía pareció recordar algo al decir aquellas palabras, porque abrió mucho los ojos y se quedó mirando a la nada. Frunció levemente el ceño, creando una ligera arruga en su entrecejo, y luego pestañeó varias veces tras salir de su pequeño trance—. En realidad, el amor es un error tengas la edad que tengas.

Y como diosa que era, como caja de Pandora que escondía todos los pecados capitales, Sofía también era una cínica sin remedio. De las que caminan con la frente muy alta y la malicia oculta tras una máscara de sonrisa blanqueada. Joel sonrió, porque ella no podía decir otra cosa, Sofía estaba por encima de todos los placeres terrenales, los tenía tan manidos, tan conocidos, que su experiencia le había llevado a ser una erudita en el arte de ejercerlos y, por tanto, también los miraba con la superioridad del maestro.

¿Me vas a echar el rollo típico de que el amor no existe? —preguntó Joel, con su sonrisa de chico bueno con aspecto de gamberro.

No, es un hecho probado y científico que existe, al menos como reacción hormonal a un estímulo sexual —respondió ella con calma—, pero es una droga. Ya sabes, un montón de sustancias que te nublan el juicio y te hacen actuar fuera de la razón, una auténtica explosión de sensaciones descontroladas. Como cuando te esnifas una raya de coca o algo parecido, pues así pero constante. Todo el tiempo. Con esas subidas y bajadas de ánimo, con las ganas de llorar y de reír al mismo tiempo. El amor es una adicción de las fuertes, y como todas las drogas, al final siempre te destroza. Es fácil caer si nunca has sufrido sus efectos, y hay gente que pese a terminar machacada siempre sigue metiéndose por puro masoquismo. Pero si tienes dos dedos de frente y te has enganchado alguna vez, aprendes a olerla a distancia y evitarla si puedes.


Joel miró a Sofía muy serio mientras ella agarraba de nuevo su taza de café y se la llevaba a la boca. El chico estaba realmente sorprendido, la observaba con una intensidad más fuerte de lo normal. Y es que, por mucho que le costase creer y más surrealista que le pareciese, parecía que incluso los dioses eran capaces de sufrir las consecuencias de las pasiones terrenales. Y se preguntó, sin salir de su asombro, hasta qué punto fue capaz Sofía de engancharse a la mayor de las drogas, y cómo logró reponerse tras dejar que le consumiese hasta la última gota de razón. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario