Comienzos extraños
Saúl Ochoa de Ondategui y Babineaux
Septiembre de 1993
Menudo asco de noche, qué pereza de verdad.
Le doy una calada al purito y luego expulso el
humo, cabreado. La verdad es que me ha sentado bastante mal que ni Lina ni
César quisiesen salir. Bueno, César no podía porque tiene un examen de Latín el
lunes, que al muy mamón le tocó ir a septiembre porque la noche antes de ese
examen se fue de fiesta, pero Lina me ha dejado plantado por el capullo de su
novio. Qué asco me da tener que decir que es su novio, de verdad, ya le he
dejado muy clarito que no lo quiero ver por el bar, la cafetería o cualquier
sitio al que vayamos habitualmente. Es persona no grata en lo que a mí
respecta. Lina me monta pataletas cada vez que le digo eso, pero me da
exactamente igual, la culpa es suya por ser tonta y volver con él.
El caso es que hoy me apetecía follar. No es
que yo sea uno de esos que van a las discotecas desesperadamente a buscar tías,
pero en Italia no me hice a ninguna y la verdad es que me apetece tener una
noche de sexo. Las discotecas para eso están bien porque vas a lo que vas, y
las tías lo saben y no te dan la tabarra. Si intentase ligar con alguna del
instituto acabaría por pensar que estamos juntos y luego me la liaría, como
pasa siempre. He decidido que no voy a hacer más eso, que paso de enredarme con
chicas a las que luego veo a menudo. Voy a buscar tías fáciles de una noche y
punto, así me ahorraré problemas, porque estoy bastante harto de comenzar
relaciones sin compromiso y que todas acaben pasándose de la raya. Yo no sé si
es que el género femenino tiene algún tipo de problema perceptivo o que todas
las chavalas con las que me he cruzado son disléxicas y cuando les digo que
somos amigos con derechos entienden que las estoy pidiendo en matrimonio, pero
es que no se ha salvado ni una, de verdad.
Pero bueno, al caso, que tenía muchas ganas de
sexo, en plan importante, y me he decidido a salir solo. No me molesta salir
solo, no es como hacerlo con mis amigos pero tampoco es que me cree un trauma
ir a algún local sin nadie. La gente parece tener miedo a la soledad, como si
por el hecho de sentarte solo en una cafetería significase que no tienes a
nadie en el mundo, que eres un bicho raro o algo así. A mí siempre me ha
parecido que esa percepción es una tremenda gilipollez, porque todos
necesitamos momentos para compartir con nosotros mismos. Ir de fiesta no es uno
de esos momentos, he de admitirlo, pero por una noche no pasa nada. Es más, te
da hasta libertad de movimientos para hacer lo que te plazca, porque no tienes
que estar pendiente de si el tarado de tu amigo se vuelve hiperactivo después
del tercer cubata o si la anormal de tu amiga termina tirándose en medio de la
pista de baile a moverse en el suelo como si tuviese ataques epilépticos o algo
parecido.
A mí es que el alcohol me suele subir bastante
poco, así que siempre soy el pringado que tiene que hacer de responsable. Tengo
que beber cantidades ingentes para que me haga algún efecto preocupante.
La noche no ha empezado mal, he dio a una
discoteca que se llama Hayax, que es así pequeña pero a la que va bastante
gente bien, no farloperos ni gente de esa que escucha bakalao y tonterías del
estilo. Gente con un mínimo de clase, no es como si me hubiese ido a la Moon,
pero tampoco es como pirarse a la Fire, en la que solo pinchan remixes latinos
y las tipas que la frecuentan no han escuchado hablar del buen gusto en su
vida. Hayax es un intermedio decente, y de vez en cuando ponen alguna setentera
de las que me gustan.
He ligado en seguida, cuando vas solo es más
fácil ligar porque sólo vas a eso, así que te centras el doble y lo consigues
antes. Tengo mucha labia, modestia aparte, y enredar a las chicas que van un
poco piripis es algo que prácticamente me sale solo, así que no me ha llevado
mucho tiempo visualizar a una castaña guapísima y comerle la oreja hasta que ha
accedido a bailar conmigo. Luego nos hemos enrollado, y nos hemos tirado así
como una hora, con magreos incluidos y todo. Pero al final la tía se ha
achantado y me ha cortado el rollo. Vamos, una puta mierda. Eran como las tres
y pico de la mañana y las posibilidades de encontrar a alguien antes de que
cerrasen a las cuatro eran bastante nulas, así que he decidido irme, porque
aunque me apetecía muchísimo follar tengo dignidad y tampoco es que esté
desesperado por echar un polvo, puedo soportarlo.
Pero joder, me ha puesto muy cachondo y tener
que largarme a casa sin nada es un asco, en serio.
Camino con las manos metidas en los bolsillos y
las mangas de la camisa que me he puesto para salir arremangadas. Aunque es de
madrugada hace calor, y eso que habían dicho en las noticias que este fin de
semana refrescaría un poco, pero está visto que en la costa eso no va a pasar
en la vida. Septiembre es un oasis en medio del desierto comparado con los
agostos bochornosos y agobiantes, pero aun así el calor sigue dejando huella.
El fin de semana que viene follo sí o sí. Creo
que voy a decirle a Lina que empiece a relacionarse con chicas, ya va siendo
hora de que tener una amiga me sirva para algo.
Giro la esquina y me meto por unas calles poco
transitadas de la zona vieja de la ciudad. Estoy en una zona un poco rara
dentro del casco antiguo, es un barrio que se llama Ramadán, y en el que dicen
que todos los pubs que hay son de ambiente. Lo cierto es que no hay ningún
local para gays explícito, porque no es algo que esté muy bien visto, pero
César me comentó que sabía de buena tinta que dos o tres garitos de por aquí
eran de ese rollo. Dice que una vez fue a uno por probar, pero que tampoco le
gustó mucho el rollo y se fue. César es muy especialito para esas cosas, así
como a mí me gusta ir a ligar a discotecas él necesita días especiales. Un fin
de semana puede ser el primero en apuntarse a la juerga y al siguiente ponerse
en modo autista y decir que todo eso le parece la mierda. Yo he sopesado lo del
trastorno de personalidad, pero prefiero no darle muchas vueltas no sea que lo
internen algún día y yo me quede sin mejor amigo.
Levanto la vista para fijarme en un sitio
llamado Jazz Club, tiene un cartel luminoso de color azul que parpadea
constantemente y cambia de intensidad lumínica. En la puerta puedo ver a dos
tíos charlando en plan cariñoso, por lo que intuyo que los rumores deben ser
ciertos.
Sigo mi camino y miro la hora, son más de las
cuatro ya y todavía me quedan como cuarenta y cinco minutos para llegar a casa
de César. El caso es que estoy en la otra punta de la ciudad y como no hay
transporte público hasta las seis voy a tener que joderme e ir andando. Un
coñazo que te cagas, vamos, porque lo cierto es que me apetece cero pegarme el
tremendo pateo que supone ir de aquí hasta allá. En otras circunstancias me
esperaría hasta que abriesen las líneas de metro, pero quedarme por las calles
yo solo a estas horas es un poco mierda, no porque me dé miedo ni nada de eso,
sino porque me voy a aburrir cosa mala.
Me meto en una callejuela que está justo en la
esquina del Jazz Club ese, estoy intentando tomar todos los atajos que puedo
para que el camino se me haga lo más corto posible. Cuando salgo a la plaza a
la que lleva la calle que he tomado es cuando oigo las voces. Al principio no
les hago caso, pienso que serán los típicos borrachos armando jaleo o que se
tratará de un grupo de amigos hablando demasiado alto, pero mientras avanzo
para tomar mi próxima dirección, lo escucho:
—¿Pero me queréis dejar en paz?
El tono de voz me da mala espina, pero aun así
sigo andando.
—Vamos, marica, no jodas que después de
comer pollas ahora no puedes darnos lo que queremos.
Y entonces me paro.
Me quedo quieto y agudizo el oído, la conversación
parece venir de la otra parte de la plaza, aunque no estoy muy seguro. El sitio
en el que estoy es pequeño, y los edificios hacen de barrera para que el sonido
no se escape, además que no hay absolutamente nadie por la calle. Al cabo de
unos instantes oigo una voz de nuevo.
—Es que los tíos que al raparse se
quitaron también el cerebro no me van, me gustan con más cabeza y eso.
Entonces escucho un golpe y un quejido.
Joder, vaya tela. ¿Y ahora qué coño hago?
A ver, queda claro que están pegando a alguien,
pero es que no sé qué hacer. Tengo el impulso de retroceder sobre mis pasos y
avisar a la peña del garito de antes, que seguro que acuden a echar un cable.
Por otro lado, la verdad es que también pienso en irme de allí y hacer como que
no he escuchado nada, pero es que no sé,
nunca me había visto en esta situación.
—¡Que nos des la puta pasta, coño!
Joder, joder, joder. Qué movida tío, qué
movida. ¿Qué hago? Vaya tela, no sé qué hacer. ¿Y si aviso a la gente del bar
pero esos ya se han ido? ¿Estarán pegándole una paliza muy grande al tipo?
A ver, vamos a ser coherentes, están atracando
a alguien y le están pegando. ¿Qué hago?
Voy a acercarme, sí, creo que haré eso. Si no
son muchos tipos lo mismo le ayudo. Qué cojones, voy a acercarme fijo, que si
me meto en una pelea seguro que descargo adrenalina y desahogo todo lo que no
he podido desfogar follando. Sí, es una buena idea, además voy con la
testosterona por las nubes. Y qué coño, de paso hago tiempo, que lo mismo se
lía aquí una gorda y con el tema se me hacen las seis y pasa el metro.
Joder Saúl, en qué líos te metes tío.
Vacilo unos instantes antes de decidirme a ir
hacia el sitio del que vienen las voces. Creo que están en el parque que hay al
final de la plaza, así que voy hacia allá y, efectivamente, cuando llego veo a
un par de tíos no muy altos y con las cabezas rapadas amenazar a otro al que
están cogiendo del cuello de la camisa.
Los atracadores son un par de mamones que van
con la camiseta del mundial de fútbol. Nada más verlos tuerzo el gesto, tienen
pinta de ser un par de fachas de esos que no tienen ni el BUP, además llevan pendientes con forma de
diamante, como los que llevan los gitanos y la gente que nunca en su vida ha
escuchado hablar de lo que es la elegancia. Vamos, dos ordinarios como la copa
de un pino.
El tipo al que están cogiendo tiene un gesto
adolorido y se toca el estómago con las manos, debe tener mi edad más o menos.
Es de altura media, aunque desde aquí no puedo distinguir muy bien sus rasgos.
Al ver que esos dos capullos no son más que un
par de matados me crece la seguridad y me acerco.
—Eh, ¿qué coño estáis haciendo?
Los dos rapados me miran de hito en hito, les
sale hasta humo de las orejas, deben de estar intentando pensar o algo así. La
gente de ese estilo no tiene el cerebro muy desarrollado y cuando les toca hacer algo que implique utilizarlo se
colapsan.
El que está agarrando al chaval con más ímpetu
de lo normal lo suelta y se hace el loco. El otro es el que habla.
—Nada tío, aquí charlando —me dice, intenta eludir mi mirada.
No me gusta que me tomen por gilipollas, y
menos un par de imbéciles que parecen haber salido de un centro de subnormales
perdidos. Me están empezando a cabrear. El chico al que tenían cogido me mira
un poco asustado, creo que no sabe si acaba de librarse de ellos o caer en un
lío mucho peor.
—Ya, ¿charlando? —pregunto, irónico —, pues como no parecía que estuvieseis
charlando he avisado a la patrulla de policía que había ahí al lado, van a
venir ahora a ver qué pasa.
Los dos rapados se tensan, es normal que la
gente tan cortita como ellos se ponga así cuando sueltas algo de palabras
mayores como que has avisado a la poli. Se miran entre ellos, sin saber qué
hacer, y el que ha hablado antes me mira enfadado.
—¿Buscas gresca, capullo?
Y ahora encima se hace el gallito. Manda
cojones, no deberían dejar a los animales sueltos por la noche, que luego se
creen personas y así no evoluciona el sistema. Luego dicen que si el mundo va
mal y esas cosas.
Sin mediar palabra, me acerco a él y le meto un
puñetazo de los gordos, tirándolo al suelo del impacto. El otro se queda sin
saber qué hacer, mirando a su amigo con los ojos muy abiertos. Antes de que se
levante y pueda hacerle algo, le atizo un puntapié en el estómago, como cuando
pegué al francés de Lina, y el tipo suelta un quejido de reproche. Levanto la
mirada y observo al otro, alzando el puño de manera amenazante, parece como si
se fuera a cagar en los pantalones de lo acojonado que está.
—Busco que os larguéis de aquí antes de que os
deje más amorfos de lo que sois.
El que está en el suelo no para de quejarse y
el otro nos mira a él y a mí alternativamente, seguramente dividiéndose en si
socorrer a su amigo o intentar darme alguna hostia.
—¿Me vas a pegar, chaval? —le pregunto, sonriendo ladino—. Porque creo que tu amigo quiere más.
Le asiento otra patada en el estómago al que
está tirado en el suelo, provocando que el grito de dolor rebote por los
edificios de la plaza.
—Déjalo Jesús, déjalo —se queja, llevándose la mano al estómago—. Vámonos, tío, que este está pirado.
El tal Jesús vacila un poco antes de decidir
que debe coger a su amigo y largarse de allí. A duras penas lo levanta del
suelo y se lo carca sobre los hombros. El tío al que acabo de pegar está
sangrando por la boca, yo sonrío al ver que mi gancho de derecha sigue tan
impune como siempre.
Me mira, ensangrentado, con un gesto de
auténtico odio.
—Si te pillo alguna vez por la calle te
vas a cagar, hijo de puta.
—Y si no te largas de aquí con el imbécil
de tu colega tú sí que vas a echar mierda, pero por la boca y de lo mal que te
voy a dejar los intestinos.
Los dos se quedan en silencio y se murmuran
algo el uno al otro, acto seguido empiezan a marcharse, sin mirar hacia atrás
en ningún momento. Yo los observo alejarse, y cuando veo que ya están girando
la esquina de la plaza dejo escapar un alarido de dolor.
Joder, como me duele la mano, hostia.
En las pelis eso de dar puñetazos parece muy
fácil, pero en la vida real te deja los nudillos hechos una mierda. Le he dado
tan fuerte que casi pensaba que me había roto algo, pero creo que no porque
puedo mover los dedos. Abro y cierro la mano repetitivamente, comprobando que,
efectivamente, conservo la movilidad en todos, y luego chasqueo la lengua con
disgusto. Ya verás el moratón que voy a tener mañana, qué fuerte.
Lo bueno es que me he quedado más ancho que
largo, en serio, he descargado un montón de tensión acumulada, y lo cierto es
que lo necesitaba.
Suelto un suspiro y miro a mi derecha,
esperando encontrarme con el chico, pero no lo veo. Giro sobre mí mismo,
confuso, y puedo ver cómo se está alejando con rapidez, metiéndose las manos en
los bolsillos y andando cada vez de forma más acelerada. Joder, menudo capullo,
si llego a saber que va a tener tan poca educación de no darme ni las gracias
dejo que se lo coman con patatas.
Pero no, ¿eh? Que a mí no me va a vacilar, no
he puesto en juego mi mano por nada.
Tomo impulso y voy corriendo hacia dónde está,
poniéndome a su altura y andando igual de rápido para que no se me escape.
—Un gracias no estaría de más, ¿no? —le pregunto, alzando la voz para que me oiga.
Él se gira ligeramente, pero vuelve la cabeza al
instante y sigue andando.
—Gracias —murmura, y acelera más el paso.
Yo hago lo propio y empiezo a seguirlo. El
chico va más o menos en la dirección que iba a tomar yo antes de encontrarme
con el percal, así que tampoco me supone mucho tener que perseguirlo. Lo cierto
es que hasta es gracioso, porque creo que se piensa que voy a atracarlo también
o vete tú a saber qué, así que si lo acojono un rato no pasará nada, que me
toca los cojones que ni se detenga a agradecerme la hazaña.
La gente es muy gilipollas cuando le da la
gana, de verdad, y una desagradecida también.
Después de unos diez minutos de persecución, el
chaval se para en seco. Se queda estático durante algunos instantes, con cierta
movilidad nerviosa en sus piernas, y finalmente se gira y me mira de frente.
—¿Se puede saber por qué coño me estás
siguiendo? —me pregunta, irritado.
Me fijo que tiene los ojos verdes, de un verde
muy claro. Su pelo es oscuro y lo lleva bastante corto, aunque no abría
distinguir de qué tono porque con la negritud de la noche no se puede apreciar
bien. Como yo había supuesto, debe tener más o menos mi edad.
—Porque me gusta que la gente me agradezca
los favores que le hago —le respondo con tranquilidad—. Me han enseñado educación en mi casa, y suelo esperar lo propio
de los demás.
—Ya te he dado las gracias —me contesta, en un tono bastante cortante. Ahora ya no está
nervioso, sino más bien parece cabreado—. Que me hayas ayudado no implica que yo
tenga que hacerte ahora de niñera.
—¿Eres un poco borde, no?
El chico saca las manos de sus bolsillos y se
cruza de brazos, mirándome con una ceja enarcada.
—Soy bastante borde —rectifica—. De hecho, la mayoría de la gente suele
caerme mal, y yo suelo caerle mal a la mayoría de la gente. Es una de mis
grandes virtudes. Ahora, si me disculpas, quiero largarme a mi casa y tú no
estás invitado a acompañarme.
—Oye, no te pases —le digo, alzando los brazos en señal de paz—, que no me van las pollas. Y si me fueran, tengo un candidato
bastante mejor que tú para eso.
Creo que no se esperaba esa contestación por mi
parte, porque su cara es un poema. Me mira sin dar crédito a lo que le acabo de
decir, y ahora su cara se está empezando a contraer en una mueca de desagrado,
creo que estoy consiguiendo que se cabree en serio. Lo cierto es que me da
igual, acabo de mirar mi reloj y son casi las cinco de la mañana, si alargo un
poco más la conversación me abrirá el metro y podré irme, así que tampoco me
supone ningún problema vacilarle un ratito aunque sea.
—Mira, hoy ya he suplido el cupo de
soportar subnormales, si necesitas que alguien te aguante la idiotez llama a
los servicios de emergencia para que te lleven a un pabellón infantil.
Yo me río por la contestación, la verdad es que
el chaval me está cayendo majo y todo, tiene un punto de humor muy chulo.
—¿Siempre eres tan directo? —le pregunto, sonriendo.
Él se queda callado un rato antes de contestar.
—A las moscas cojoneras hay que matarlas
rápido —contesta, y se gira de nuevo poniéndose
otra vez en camino.
Me quedo parado, pensando en lo que me acaba de
decir. Sí, definitivamente el tío me cae bien, así que decido seguirlo de
nuevo.
La verdad es que a mí también me pasa eso de
que es un poco difícil que alguien me caiga bien, suelo ser bastante exigente
con mis amistades, por eso no me llevé con Lina hasta mucho después de
conocerla, porque en un principio me pareció una niñata bastante tonta. Hasta
que la conocí, claro, y entonces me siguió pareciendo una niñata pero con
bastante cabeza hasta que se le cruzan los cables.
Me gusta la gente que dice lo que piensa. En mi
familia me educaron para que fingiera
que todo estaba bien cuando en realidad el ambiente resultaba deprimente, y yo
siempre me negué en rotundo a formar parte de ese circo. Supongo que por eso
nunca llegué a tener una buena relación con mi madre, que era la reina de la
mimética en ese sentido, y puede que por eso mismo aprecie a las personas que
no se cortan un pelo en dejar claras sus posturas, por más que eso pueda
acarrearles problemas.
Llegamos a una boca de metro, que obviamente
está cerrada porque todavía falta cosa de una hora para que abran las líneas, y
él se gira, comprobando con disgusto que estoy ahí.
—Joder, tío, ¿no sabes que eres un plasta
de cojones? —me espeta, fulminándome con la mirada.
Yo llego a su altura y me encojo de hombros.
—Sí, bueno, puede decirse que mi tozudez
es una de mis mayores virtudes —le digo, imitando su contestación
anterior—. Aquí todos tenemos lo nuestro.
—¡¿Pero por qué me sigues?!
Lo miro impasible y me siento en el borde de
las escaleras, alzando la cabeza para poder verlo bien. Saco un purito de la
caja que llevo en el bolsillo delantero de la camisa y me lo enciendo con
tranquilidad.
—Pues porque mira, vivo a tomar por el
culo —le explico—, y queda como una hora para que abran esto. Así que tengo que
hacer tiempo de alguna forma. Iba a ir andando, pero entonces he decidido hacer
mi obra de caridad del año y he perdido un tiempo precioso contigo, que encima
eres un maleducado de cojones. Porque una cosa es que seas un borde y otra que
no tengas claro el concepto de gratitud.
—Si la gratitud consiste en soportar las
gilipolleces de un tarado toda la noche porque le haya dado por demostrar lo
machito que es, entonces te la puedes meter por el culo.
Sonrío mientras expulso el humo del cigarro.
—Bueno, también está el tema de que me has
caído en gracia —le digo, mirándolo de nuevo—. Y no te estoy tirando los trastos, ¿eh? No te pienses cosas
raras.
—Yo no soy gay—me dice.
—Uy que no, claro que lo eres —le digo, señalando la camisa así, en plan ceñido que lleva—. Eso es muy del rollo. Seguro que estabas en el pub ese extraño.
—Tú no estás bien de la cabeza, tío —me dice, consternado—. No es normal que hagas lo que has
hecho, y menos que le hables así a los desconocidos. Debes tener una tara o
algo.
Suelo una carcajada enorme, la verdad es que
las salidas del chaval son de la hostia. No se corta ni un pelo, y además lo
dice todo de una forma tan natural que todavía resulta más gracioso. En serio,
menudo elemento he ido a conocer, a veces pienso que soy un imán para la gente
extravagante. De verdad que sí.
—Por norma general soy un tío que no se
relaciona fácilmente con la gente —le digo—. Tú dices que todos te caen mal normalmente, yo digo que la gente
suele resultarme anodina usualmente. Pero cuando alguien me llama la atención,
me vuelvo muy sociable. Ya ves, ironías de la vida.
Nos quedamos en silencio un rato hasta que
finalmente él se sienta a mi lado. No me mira, mantiene la vista en el frente,
observando las vallas metálicas que nos separan de la estación del metro. Tiene
el ceño fruncido y los labios apretados. Es un chico de facciones rectas,
bastante marcadas, con cierto gesto aniñado.
—¿No decías que no querías hacer de niñera
esta noche? —le pregunto, provocativamente.
—Queda media hora para que abran el metro,
y tengo que coger esta línea —responde, irritado.
—El destino nos ha unido, estamos en los
albores de una gran historia de amor —bromeo, riendo después—. Si no me resultases un tío interesante te diría que conocieses a
mi mejor amigo, también le van los tíos y es guapete y tal. Lo que pasa es que
es un cabrón, se lo reservo a los que me caen mal.
—Es todo un detalle por tu parte —ironiza, con la vista todavía en el frente—. Como compensación te presentaré a una amiga mía. Tiene la
sífilis, lo mismo te contagia y le hace un favor a la humanidad.
—¿Siempre eres tan cascarrabias o es cosa
de esta noche?
Ahora se voltea a mirarme, es la primera vez
que lo hace desde que se ha sentado. La verdad es que podría habérselo
ahorrado, porque la miradita que me acaba de echar podría dejarme frito si
llevase balas.
—¿Y tú siempre eres tan plasta o es que
has bebido tanto que te ha explotado el cerebro?
Bufa y vuelve la vista de nuevo, agarrándose
las rodillas y apoyando la frente sobre sus brazos.
—Joder, menuda noche de mierda —masculla.
—Lo sé —suspiro yo—. Quería follar y he acabado conociendo a
un tío, entre eso y que mis dos únicos amigos son un marica y una loca, a veces
pienso que el universo me envía señales acerca del camino que ha tomado mi
sexualidad. Luego veo un par de tetas bien puestas y se me pasa.
El chaval me mira otra vez, con los ojos muy
abiertos y cara de no entender nada.
—Yo seré un borde de mierda —me dice—, pero a ti te faltan cuatro hervidos
bien fuertes.
—Eso dicen —asiento, sonriendo—. Por cierto, ¿vas a coger la línea
nueve?
—¿Cómo lo sabes?
Me encojo de hombros.
—No lo sabía, pero es la que voy a pillar
yo y tenía curiosidad. ¿Qué edad tienes?
Él no me contesta al momento, sino que se queda
pensativo. Creo que estoy consiguiendo que deje la mala leche a un lado y le dé
a la sin hueso. Después de todo, tenemos que soportarnos un rato más y una
parte del trayecto en metro, así que supongo que está sopesando la posibilidad
de dejar a un lado los insultos tan bonitos que lleva lanzándome media noche.
—Tengo dieciséis —contesta. Toma, ya sabía yo que tendría más o menos mi edad—. Voy a pasar al último curso de BUP este año.
—Yo hago COU —le digo—. ¿En qué colegio estás?
Vuelve a hacer esa pausa de reconocimiento, y
finalmente decide responderme.
—Bueno, es que me he mudado a vivir con mi
hermana mayor —me explica—. Antes vivía con mi padre pero bueno, movidas aparte, he terminado
en la otra punta de la ciudad porque hasta hace nada tenía mi casa a dos calles
de aquí. Iba al San José de Calasanz, ahora me he metido en un público de la
zona de mi hermana. El IES Garcilaso, se llama.
Vaya por Dios, creo que acabado de hacer el
descubrimiento del año. Que se joda César, que el curso pasado se pasó media
vida tocándome los huevos por decir que él era el único capaz de encontrar a
gente interesante. Va a flipar cuando se entere de esto.
—Yo sabía que el destino nos había unido —le digo, poniendo voz de señora de telenovela enamorada—. Voy a ese instituto.
La cara de horror del chaval es digna de hacerle
una foto, no sé dónde se mete Lina con su Polaroid cuando se la necesita, de
verdad, porque vaya tela. Yo empiezo a descojonarme muy fuerte al ver que no le
ha hecho ni puñetera gracia, e incluso doy palmas del ataque que me acaba de
entrar. De verdad, creo que voy a llorar de la risa, esto es buenísimo.
—No me jodas, macho…
Sigo riendo, intentando controlarme, pero lo
cierto es que se me hace muy complicado porque el chico está como jodidísimo de
la vida.
—¿Y todos tienen tu misma deficiencia o
hay gente más normal? —me pregunta, con gesto contrariado.
—Ay, qué bueno, por favor —digo yo, sosegándome. Intento respirar con normalidad y entonces
contesto—. Bueno, la mayoría son bakalas de poca
monta o tías muy ordinarias, pero mis amigos y yo mantenemos cierta decencia.
—¿La loca y el marica? –enarca una ceja
con cinismo-. Por cierto, lo de marica te lo podrías ahorrar.
—A él no le molesta —me encojo de hombros—. Y si a ti te jode te aguantas, cuando
seamos amigos si te sigue molestando dejaré de decírtelo. Porque he acertado,
¿no? No eres competencia para mí en asuntos de faldas, espero.
—Sí, has acertado —refunfuña—. Y no, no vamos a ser amigos eres un
imbécil.
—Claro que sí, mira, vamos a hacer una
cosa —le digo, captando su atención—. Empecemos
de cero.
—Vete a la mierda.
—Que no, tío. Va, no seas así —me choteo, con un poco de guasa pero cierta seriedad en el asunto—. Vamos, que vas a necesitar a alguien que te guíe por el instituto
los primeros días, no seas así. Me llamo Saúl, es un placer.
Le tiendo la mano, pero él se la queda mirando
como si fuese mierda o algo así. Gira la cabeza y suelta un suspiro.
Finalmente, y tras insistirle en repetidas ocasiones, vuelve a mirarme y me la
tiende.
—Eloy, y no puedo decir lo mismo —dice, quitando se seguida la mano.
—Eloy, ¿eh? —asiento, ladeando una sonrisa—. ¿Nunca te han dicho que las mejores
relaciones empiezan de las formas más extrañas?
—No —me corta con frialdad—. Pero sí que me han dicho que a más de uno le vendría bien un
implante cerebral. Creo que ahora entiendo el por qué de esa frase.
Yo vuelvo a reír de buena gana. Sí, creo que
nos vamos a llevar bien.
Desde que cerraste el Ask no escribes nada... :(
ResponderEliminar¿Qué pasa?
Lo estoy publicando en Wattpad porque blogger me da problemas últimamente.
ResponderEliminarPero lo que escribias aqui en el blog lo escribes en wattpad como una novela? Si es asi me gustaria saber el nombre y buscarlo para leerlo
ResponderEliminarLo que escribía sobre Saúl, César y Lina sí. Eso es una novela y se llama "Amigos y otras drogas".
EliminarLos demás relatos y eso no, eso eran proyectos que todavía no han visto la luz :)