Adicciones
César Maruenda Garrido.
Agosto de 1993
—¿No vas a hablarme?
Cojo el sándwich y lo meto en la tostadora sin decir nada.
Como se salga el queso va a ser una guarrada y me voy a cagar en la puta que lo
parió, pero es que si utilizo la sartén el pan se quema y eso está asqueroso
que te cagas.
—César, háblame.
Hace un calor que flipas, y eso que estamos en Jávea, que es
un pueblo costero dónde en verano el clima no está mal. Es decir, estamos en la
costa mediterránea y eso significa que debemos convivir con el calor sí o sí,
pero teniendo en cuenta lo mal que se está en cualquier ciudad por estas
fechas, este sitio es un puto paraíso. Además que mola mucho porque tiene un
porrón de calas guapas y playas de piedras, y no tienes por qué llenarte de
arena, que a mí personalmente me da puto asco. Pero aun así hace una vasca interesante,
y con el calor que da la tostadora mi cocina parece un horno.
—César, por favor.
Suelto un bufido, sin apartar la vista del sándwich, que
empieza a coger color. Aunque no sé si es que se está tostando de verdad ya o
que el reflejo naranja que hace la máquina esta me confunde los sentidos.
No quiero mirar a Lina, estoy muy cabreado con ella y
necesita un escarmiento. Es que es idiota redomada, te lo digo muy en serio.
—¡Háblame de una puta vez, jolines!
La miro, con mi cara de persona muy enfadada e indignada por
su conducta, y me cruzo de brazos mientras apoyo el resto de mi cuerpo sobre el
banco de la cocina.
—Hablo —contesto
con sequedad, enarcando una ceja.
Ella me mira desde abajo, aquí en el apartamento le ha dado
por llevar chanclas y parece una liliputiense. Arruga la nariz de esa forma tan
suya y me envía un reproche a modo de gesto facial contraído.
—Me molesta mucho que estés así conmigo,
¿sabes?
Bueno, esto ya es el colmo.
—Y a mí me molesta muchísimo más que tengas tan
poca cabeza y que te vayas a meter en semejante berenjenal porque seas una puta
niñata que no sabe mantener la compostura.
Lina frunce los labios y baja la mirada, creo que me acabo
de pasar tres pueblos. Mi hermana Marta, que tiene siete años y una boca enorme
que alguien debería graparle, dice que no sé tratar a las chicas. En cierto
modo tiene razón, porque creo que es evidente que las mujeres no son lo mío,
pero Lina se lo ha buscado solita. Haberlo pensado antes, no te jode.
Sin decir ni una palabra, se larga de la cocina con rumbo al
salón. Yo la sigo con la mirada hasta perderla de vista y luego pienso que
joder, menuda puta mierda de todo.
Miro la tostadora y me cago en la puta otra vez, se ha
salido el queso de los cojones.
Todo esto es por culpa de la puta de Lina, que parece imbécil
cuando le da la real gana, y a mí me toma por el pito del sereno. De verdad,
que yo ya no sé qué hacer con ella, vale que todavía tenga sus quince años y
que no esté como para tener muchos dedos de frente, pero es que los suyo me
parece de chiste. O sea, se pasa medio año diciendo que su ex novio es la peor
mierda que ha conocido en la vida y ahora va y accede a quedar con él cuando
volvamos a casa. Pues de puta madre. Que le den.
En serio, que le den mucho y muy fuerte, porque tiene tela
la cosa. ¿Tú lo entiendes? Yo no, de verdad que no.
Va el gabacho de las narices y empieza a llamarla sin parar,
cuando se entera de que ha vuelto de Londres incluso la busca, y después se
vino hasta aquí para pedirle perdón. Y no me vengas con que eso es muy romántico,
es una puta mierda.
La gente vive engañada en sus ensoñaciones de historias
mitificadas e idilios de ensueño. La pura verdad es que todos somos una
pandilla de cabrones egoístas, y que todo acto humano tiene un por qué detrás
suyo. Estoy seguro de que ese tipo no ha venido hasta aquí sólo por estar
enamorado de Lina, lo ha hecho por otras razones que pueden ser desde andar
enganchado a ella hasta ser un cabrón que sólo se la quiere follar. En
cualquiera de ambos casos, las razones son egoístas. Porque el amor es egoísta,
joder, el amor es una droga de mierda que nos hace ser débiles y enclenques y
que no sirve más que para potenciar la parte más irracional y estúpida de
nosotros mismos. El amor es la kriptonita de la inteligencia.
A mí no me vale la excusa de que algo se hace por amor,
porque eso me suena a que se hace porque se es gilipollas.
Así que Lina puede decirme misa, puede excusarse todo lo que
quiera, pero lo único que está haciendo es firmar una sentencia de destrucción.
Se está suicidando emocionalmente porque sí, y a mí no me apetece tener que
recoger su cadáver como ya hice hace meses. No es algo de mi agrado.
Lo estoy haciendo por su bien, Lina tiene que entender que
no puede recaer nuevamente en lo mismo. Que si sigue adelante con lo de volver
a ver a Cyrille terminará peor que la última vez, y que es mejor para ella
aprender de sus errores y no volverlos a cometer. Lo que hago lo hago porque la
quiero, porque la amistad es el único sentimiento que no está contaminado por
los instintos más primarios. Es algo más inocente. No es desinteresado del
todo, pero está mucho menos corroído que el amor.
El amor es una puta mierda. No es que yo me haya enamorado
nunca, pero todas las personas que he conocido y estaban enamoradas han acabado
pareciendo idiotas. Como mi madre, por ejemplo, que le pasó un montón de
mierdas al cabrón de mi padre hasta que él la dejó tirada, y la muy idiota
todavía le pidió volver. A él, a un hijo de puta que dejó a su familia con una
mano delante y otra detrás.
Pues eso, que vuelve a la gente gilipollas, y yo no quiero
que Lina se vuelva imbécil.
—Lina está llorando.
Alzó la vista. Con tanto pensamiento interno se me ha
olvidado que estaba en la cocina. Cuando me ubico encuentro a mi hermana
delante de mí, comiendo un trozo de plan que ha debido coger de la bolsa que
hay colgada en la puerta. Marta me mira con cierto reproche, llevo sin hablarle
a Lina desde hace un día y seguramente lo habrá notado.
—Eres un idiota, los novios no tienen que hacer
llorar a sus novias, eso es de malos.
—Vete a la puta mierda, anda —le
espeto yo.
Marta se limita a sacarme la lengua e irse, cabreada.
Todos en mi familia piensan que Lina y yo somos novios,
incluida mi hermana. Mi madre está muy preocupada al vernos así, adora tanto a
Lina que le daría un infarto si le dijera que hemos roto. Sobra decir que se
moriría si se enterase que en realidad soy gay y lo de Lina es una tapadera de
puta madre.
Suspiro.
No me he pasado, ¿vale? No soy ningún cabrón. O sea, sí que
lo soy, pero no con mis amigos. Pero es que lo hago por ella, está cometiendo
un error que te cagas y si no hago nada luego será peor. Es por ella, sólo por
ella. Además, yo estoy siendo bueno, si Saúl estuviese aquí seguro que sería
peor que yo.
Suspiro.
Las chicas son una mierda, en seguida se ponen a llorar y a
ser sensibles de la hostia, por eso no las aguanto.
Joder.
Mierda.
Me cago en la puta.
Salgo de la cocina y voy al salón. Al ver que Lina no está,
me dirijo a la habitación en la que se ha instalado para pasar este mes de
vacaciones, y entonces la encuentro llorando. Bueno, no llora, pro tiene los
ojos rojos y se le nota que lo ha hecho. Me siento un poco mal, en plan de
remordimientos y eso. Por eso me cargan tanto las chicas, porque tienen mucha
facilidad para hacer que te sientas súper mal cuando no has hecho nada, son la
peste.
Me quedo en el quicio de la puerta, mirándola. No es que no
me atreva a decirle nada, es que le corresponde a ella. Porque es ella la que
ha decidido que volverá con Cyrille y eso está mal. Yo no he hecho nada malo,
sólo me he preocupado porque somos amigos y la quiero mucho, aunque sea una
chica y llore.
Me mira y frunce el ceño, yo no entiendo qué coño le pasa,
el que tendría que estar enfadado soy yo. En serio, no aguanto a las mujeres.
—Marta me ha dicho que estabas llorando.
—¿En serio? —está utilizando un tono irónico—.
Joder, pues no sé por qué podrá ser.
—No te hagas la dramas, que sabes que tengo
razón.
—Mira, vete a la puta mierda.
Y encima es que está ofendida de verdad, ya le vale. El
enfadado he de ser yo, que me preocupo, le salvo el culo, me encaro con su ex
novio en la puerta de una discoteca y todo para nada. La madre que la trajo…
—Catalina, te estás pasando tres pueblos, tía.
Lina salta de la cama en plan ninja, cosa que hace que yo
como que me sorprenda a saco, y viene hasta mí, poniéndose de puntillas para
estar un poco más cerca de mi cara, aunque sin tener mucho éxito. Se cruza de
brazos como si fuese mi madre cuando está a punto de reñirme y me señala con el
dedo índice.
—¡Tú sí que te has pasado tres pueblos! —otra
cosa que odio de las chicas es lo mucho que gritan cuando se enfadan—.
¡Lo único que necesitaba era un poco de apoyo por tu parte y lo que has hecho
es dejarme de hablar!
—¿Apoyo por mi parte? —vale, hoy
se lía la de Dios—. ¡¿Apoyo por mi parte?! ¡Cuando lo dejaste
con ese imbécil fui yo el único que estuvo ahí para darte puto apoyo, y ni
siquiera nos conocíamos! ¡Fui yo el que se encaró con él en la discoteca
aquella noche y fui yo el que luego te hizo de apoyo emocional cuando estuviste
semanas hecha una mierda! ¡Y en Londres fui yo el gilipollas que estuvo contigo
todas las putas noches en las que te emborrachaste porque el muy cabrón te
había vuelto a llamar y te sentías mal! ¡No me vengas con gilipolleces de que
no te apoyo y toda esa mierda porque soy el primero que se preocupa por ti!
Siento si no me alegro de que vuelvas a ir con un tipo que te utilizó, te trató
como una mierda y luego te tiró, pero es que a mí los rollos masocas no me
gustan, mira tú por dónde.
Lina se queda muda, y yo me doy la vuelta. A la puta mierda
ya, hombre, que no se puede ir con la vida siendo amable con la gente porque
luego te lo pagan así. En serio, qué asco de todo, estoy realmente cabreado.
Tengo ganas de darle hostias a las cosas, en plan patadas y eso, y de destrozar
algo. Lo que sea, en serio.
Entonces oigo un sonido, como si alguien se sorbiese la
nariz. Me giro y veo a Lina que está llorando mucho y siento como cuando tienes
mucha hambre y el estómago se te cierra. Creo que es remordimiento, pero no
debería sentirme así porque es ella la que está siendo una gilipollas que no
veas. No pienso decirle nada, ni consolarla ni nada, que luego pasa lo que
pasa. En serio, me da igual que llore o que tenga depresión, paso de movidas.
Estoy hasta la polla, ser amigo de una chica es una mierda, no hay quien las
entienda y yo no seré el que lo intente, que por algo no me gustan.
Sigue llorando, y llora y llora. Yo cada vez me siento como
más mareado y tal, aunque no es mareo ni nada, solo que bueno… que me siento
mal. Pero me siento mal porque las chicas son unas arpías y tienen súper
poderes para hacer sentir mal a la gente. En serio, eso es lo que dice siempre
mi madre. No voy a ayudarla ni a decirle nada, ella solita se lo ha buscado.
Joder, es que no para de llorar, menuda puta mierda. Esto es
como cuando nos conocimos y yo no sabía qué hacer, solo que ahora me sabe muy
mal.
Mierda de todo, tío.
—A ver, no te pongas así, mujer —le
digo, y que conste que lo hago por educación, no porque quiera pedirle perdón
ni nada—. Va, no llores Catalina.
No me contesta, me pone de los nervios cuando está mal y no
me contesta.
—Va, joder —le insisto—,
deja de llorar hostia.
Sigue sin contestarme. Dios, qué suplicio.
La cojo por los hombros y la zarandeo un poco, ella se me
abraza en plan muy efusivo y yo no sé qué hacer. Las muestras de afecto no son
muy de lo mío, y siempre me quedo bastante parado cuando alguien tiene algún
gesto cariñoso conmigo. Además soy malísimo para este tipo de situaciones, no
sé consolar a la gente ni nada, me supera esto. Correspondo a Lina, y no porque
crea que lo merece sino porque creo que como amigo debo hacerlo, y la abrazo un
poco. Estamos así un rato hasta que ella se separa y me mira.
—Es que soy un desastre —me dice,
enjuagándose las lágrimas con su camiseta—, es que ya sé que no debería
volver a quedar con él, pero jope… es que en el fondo le sigo queriendo.
—Pero Lina, que eso del amor es una chorrada —le
digo, con toda mi buena fe. En serio, ahora voy de buenas—,
que son todo movidas del cerebro. El amor en plan sentimiento no existe es todo
químico, tu piensa eso y razona mujer.
Ella sonríe un poco, aunque solo porque siempre dice que le
hace gracia mi faceta súper insensible en momentos súper dramáticos. Me mira y menea
la cabeza.
—Tú no puedes entenderlo —me
asegura, ya está como más calmada—, ni tú ni Saúl podéis, porque
no os habéis enamorado nunca. Hay dos tipos de relaciones; las que te distraen
y las que te enganchan. Las primeras son como el alcohol o como la marihuana,
pueden joderte si abusas de ellas, pero si no lo haces pues pasas un buen rato
y lo disfrutas. Luego están las que te enganchan, como la cocaína o la heroína.
Esas son las más jodidas, porque además de succionarte la vida también te dejan
marca, y te expones a caer una y otra vez. Te reviven matándote. Mi relación
con Cyrille es del segundo tipo, y puede que parezca una mierda, y puede que lo
sea, pero necesito mi dosis.
A veces me aterroriza un poco lo seria que puede ser Lina
con según qué cosas, teniendo en cuenta lo enana que es todavía. Pero es que
cuando suelta esas cosas me deja de piedra.
El amor es una mierda, si ya lo digo yo siempre, por eso
paso de meterme en relaciones serias y ese tipo de cosas, porque no quiero
terminar así de mal. No quiero estar agilipollado ni jodido, no soy de los que
disfrutan sufriendo.
—Me jode muchísimo que estés así, ¿sabes?
Lina sonríe amargamente y se encoje de hombros.
—Sólo no dejes de hablarme, por favor.
Frunzo el ceño. Odio a las mujeres, tienen esa capacidad
chunga de convencerte aunque sepas que tienes razón y ellas no. A veces pienso
que tengo suerte de que no me gusten, porque las tías para las relaciones deben
de ser una putada de las bestias.
—Eres una gilipollas por hacer lo que haces —le
digo, y ella me mira desesperada—. Pero yo no puedo dejar de
hablarte a pesar de eso. Supongo que los dos somos un par de gilipollas que te
cagas.
El amor convierte a la gente en la sombra de lo que son, en
espectros que viven a merced de la nada, porque los sentimientos en realidad
sólo son reacciones cerebrales a las que les hemos dado un significado de
mierda. Yo no quiero acabar como Lina, no quiero revolcarme en la mierda, pero
supongo que tengo la obligación moral de impedir que ella lo haga en exceso.
No me parece bien lo que hace, y creo que no tiene razón,
pero si el amor es la heroína, creo que al menos la amistad debería ser el
centro de desintoxicación.
La última frase, como forma de acabar esta parte de la historia, me parece cojonuda. Como una declaración de intenciones.
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