lunes, 21 de octubre de 2013

Joel nunca pensó que tendría algo en común con el padre Diego, la sola idea de compartir algo con él le producía náuseas, y siempre se alegró mucho de poseer unos ideales y una personalidad tan opuesta a la de ese amargado enfundado en negro y de mirada altiva. Así que cuando descubrió que ambos coincidían en un punto, al muchacho se le revolvieron bastante las tripas. Quizás era resistencia a ver algún tipo de similitud en una persona a la que detestaba tanto, o puede que no fuese más que mera rebeldía adolescente, esa que por inercia obliga a odiar lo que aman aquellos a los que no soportamos, pero el caso es que le decepcionó muchísimo percatarse de que ambos tenían una profunda animadversión por la misma persona.

Patricia Bosch se hacía llamar Cía, y si no le llamabas así no te contestaba o sencillamente te soltaba algún comentario socarrón para que te enterases bien de que a ella no le gustaba nada su nombre, y solo obedecía a su diminutivo. Altanera, orgullosa y con un carácter de los mil demonios, Cía pertenecía a ese grupo de personas capaces de infringir miedo chasqueando los dedos, y de domar a las fieras con una sola mirada. Sus ojos, afilados y siempre avizor, emanaban un brillo verdoso que nunca auguraba nada bueno y siempre prometía las mil maldades.

A Joel le caía mal porque no soportaba a las personas tan prepotentes, que observaban a todo el mundo con gesto de perdonavidas y que se pavoneaban de acá para allá luciendo unas plumas imaginarias que todo el mundo debía contemplar ensimismado. Cía era así, se sentía la reina de todo lo que le rodeaba y no acataba un pero ni un reproche. Si alguien osaba meterse con ella, la chica no dudaba en devolvérsela con intereses, asegurándose de dejar clara una autoridad que ella misma se había atribuido. A Joel le ponía verdaderamente nervioso que siempre tuviese la mala costumbre de contestar a todo sin que le hubiesen preguntado nada, protestar por cualquier tontería y pretender tener siempre la última palabra. Era ruidosa, escandalosa y chillona. Se pasaba la vida metiéndose en follones y armando barullo en clase, y cuando alguien se quejaba sonreía con aquella cara angelical y los mandaba a todos a fregar. Era justo lo opuesto a su carácter, y por eso mismo no la podía tolerar.

El padre Diego, por supuesto, la detestaba por otras razones más simples. Él era el tutor del peor grupo que había en el colegio, de aquel que resultaba más indomable y difícil de llevar, y Cía era la líder de los alumnos más irreverentes de aquella clase. La muchacha no tenía ningún respeto por la autoridad, y solía entrar y salir del aula como Pedro por su casa. No pedía perdón y tampoco permiso, y si algún profesor le echaba la bronca ella saltaba porque a chulería no le ganaba nadie. Cía era el prototipo de adolescente indisciplinada y con ganas de bronca, casi de manual. Era popular entre sus compañeras, codiciada entre sus compañeros y respetada por el alumnado en general. Además, era la alumna favorita de Luís, y todos sabían que si había alguien a quien Diego detestaba dentro del San Judas era a ese hombre, al que no dudaba en intentar humillar siempre que podía.

Joel no comprendía por qué Luís, un tipo tan fantástico y admirable, podía tenerle tanto aprecio a una maleducada como Cía. No le entraba en la cabeza. Era como si el mundo se hubiese invertido: ahora él tenía algo en común con el padre Diego, incluso sentía impulsos de apoyarlo cuando regañaba a aquella impresentable, y discernía totalmente con la opinión de Luís, el tipo al que admiraba desde que había llegado al centro y que le parecía todo un ejemplo a seguir.

Pero la gota que colmó el vaso fue Sofía.

Aquella mañana, cuando Sofía fue al colegio a arreglar algunos trámites y se cruzó con Cía, los ojos se le iluminaron de repente, como si acabase de hacer un hallazgo de gran envergadura. Joel no lo comprendía, no podía entender cómo a Sofía también le había caído en gracia esa chica. Y se lo hizo saber, delante de Luís y todo, le dijo lo que pensaba de Cía y que no podía ser que a ellos les hiciese tanta gracia toda aquella tontería. Que las bromas de esa chica eran propias de alguien que no ha recibido la suficiente educación, y que no le veía lo cómico por ninguna parte.

Sofía suspiró, con el aliento teñido de nostalgia y los ojos pintados de melancolía observando los pasillos del colegio que la vio crecer. Se giró hacia Joel y luego posó su vista en Luís, dirigiéndole una mirada cómplice que solo unos amigos como ellos podían descifrar.

Deberías moderarte un poco, se te ve mucho el plumero le dijo la mujer a su amigo, sonriendo con malicia.

Luís se encogió de hombros y soltó un tremendo suspiro.

Soy un sentimental, Sof, ya me conoces.

La mujer ahogó una risita y agitó la cabeza.

Joel no entendía nada, porque ellos no transcribían aquel lenguaje tan personal que compartían. Cuando Sofía se dio cuenta de la confusión del chico, se limitó a dirigirle su atención y mirarlo con resignación.

¿Qué quieres que te diga, cielo? chasqueó la lengua, sin dejar de sonreír. Yo me adoro sobre todas las cosas de este mundo, y Luís me quiere como si fuese su hermana pequeña. Si tu compañera tiene un carácter tan parecido al mío a su edad, es normal que él se decante por ella y que a mí me caiga en gracia.

Pues menuda gilipollas estabas hecha entonces.


Joel miró a Sofía, temiendo su reacción, pero en sus ojos solo encontró la tristeza del tiempo que pasa y no vuelve, los recuerdos de una época que ya no volverá. Hubo algo extraño en sus ojos cuando él le dijo aquello, algo que distaba mucho de la ofensa. Su brillo se apagó de repente, sus pupilas se quedaron opacas, y Joel supo entonces que a veces, nuestras sombras reaparecen para recordarnos que el pasado siempre vuelve. 

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