martes, 17 de septiembre de 2013

Pitufina 
César Maruenda Garrido.
Octubre de 1992.


Yo me esperaba que un colegio público fuese como en las series rollo Salvados por la campana y tal, una especie de jungla llena de gente que viene de sitios mal y que no tiene mucha educación que digamos. A ver, sé que esto suena clasista de cojones, pero es todo culpa de las noticias, que son muy engañosas. El caso es que, aunque la gente es bastante más bestia y eso, tampoco se sale mucho de lo normal. Exceptuando que la calidad educativa es bastante más baja respecto al colegio privado al que iba antes y que no tengo que llevar uniforme, hay bastantes más similitudes de las que yo pensaba. También es cierto que me he encontrado con un huevo de gente súper distinta y tal, y eso mola. A mí, claro, porque a Saúl no le hace ni puta gracia.

Saúl dice que la mayoría de las tías del instituto son unas chabacanas de mierda o unas guarras fanáticas de Kut Cobain, y que no le mola nada. Pero es que él es muy exquisito con lo suyo, ahí dónde lo ves Saúl no se tira a chicas que, según él, no tengan clase. ¿Qué se han pasado por la piedra a media ciudad? Vale, mientras vayan puestísimas a él le da igual. Yo no soy tan así, lo único que pido para conocer tíos es que no sean unos ultra amanerados de esos. Que las maricas locas me ponen muy nervioso.

Yo hoy tengo hora libre porque el profesor de latín se ha pasado por el forro la clase y no ha aparecido. Saúl y yo tenemos fama de autistas dentro de clase, porque solo nos relacionamos entre nosotros. Pero qué quieres que te diga, no somos de los que van por ahí queriendo hacer amigos en cada esquina, y si encima Saúl no está dispuesto a relacionarse con el ochenta por ciento de nuestros compañeros pues ya se caga la perra. Que si hay gente que nos presta los apuntes cuando nos pelamos las clases es porque yo soy más sociable, porque si de él dependiese la cosa íbamos buenos.

Otra de las cosas que molan del instituto es que aquí todo dios pasa de tu cara. Da igual que faltes una semana entera, que no te dicen nada. En mi antiguo colegio si llegabas tarde llamaban a tu casa, para que te hagas una idea del percal.

Le doy una calada al purito que me acabo de encender y frunzo ligeramente el ceño. Joder, qué puto coñazo, tener una hora muerta por ahí sin Saúl es lo peor. Después de casi dos meses conviviendo juntos en Londres cualquier cosa resulta tediosa. No sé, es como haber estado en otro mundo, ajeno a la dimensión en la que me encuentro ahora. Algo muy loco. Y parece que la única manera de volver a sentir ligeramente ese idilio es estar los dos juntos, Saúl y yo, como siempre.

Saúl está ahora en economía, no sé por qué tiene que cursar esa asignatura si con todo lo que le está enseñando su tío podría dar él las clases. Pero bueno, dice que así se asegura una matrícula y tal, así que yo callado como una puta.

Joder, me aburro que no veas.

Estoy fuera del instituto, a los de último curso de BUP y a los de COU nos dejan salir cuando tenemos descanso o recreo, así que he preferido irme porque los pasillos estaban llenos de gente y no me apetecía estar ahí solo de la vida en plan marginado social en potencia. Frente a mí está la calle atestada de coches aparcados, y apenas hay un par de grupitos de fumadores apalancados sobre los capós y hablando animadamente.

Expulso el humo del purito con calma mientras alzo el brazo para mirar la hora, todavía faltan veinticinco minutos. Me voy a morir aquí del asco.

—¡Joder! —Escucho gritar a mi izquierda.

Al mirar por el rabillo del ojo veo a una chica bajita. Es muy, muy bajita y también bastante delgada. Me sorprendo mucho al observarla porque parece que tenga doce años o así y la tipa lleva zapatos de tacón bajo blancos y un vestido muy de ir elegante. Se le acaba de caer el bolso en el que llevaba todas las cosas y yo pienso que con esas pintas y el pelo rubio oscuro con tanto volumen que tiene parece Pitufina, la chica de los Pitufos.

—Asco de día —masculla, mientras recoge sus cosas.

La miro durante unos instantes, mientras ella intenta recoger con la mala pata de que se le está cayendo todo y armando un lío de narices. Se ve que la pitufina nos ha salido patosa y todo.  Viendo el tiempo que me queda y lo poco que tengo que hacer, mi lado egoístamente caritativo resurge de mis entrañas y me volteo perezosamente hacia la chica.

—¿Quieres que te ayude? —Le pregunto.

Ella levanta la vista, parece confundida al verme, al parecer no se ha percatado de mi presencia. Tiene unos ojos castaños enormes, muy grandes, y me miran expectantes durante un momento antes de evitarme de forma casi hostil.

—No —contesta, muy borde.

Joder, qué humos se gasta la seta esta.

Yo sigo mirando sus patéticos intentos por centrarse, porque con el manojo de nervios que lleva creo que la coordinación sicomotriz ha decidido irse de vacaciones y la ha dejado tirada. Se le cae el carpesano como tres veces, hasta que finalmente le pega una patada con rabia, se caga en sus muertos y se sienta enfurruñada en el suelo, con todo tirado por ahí y parte de sus apuntes volando por los aires.
Si cuando digo que la gente de instituto es rara no voy de coña, es que lo es.

Le doy una última calada a mi purito antes de tirarlo, y entonces vuelvo a mirar a la chica, que ahora parece estar llorando. Le caen dos lagrimones enormes por las mejillas y yo me cago en todo. Joder, que tenga que presenciar yo esto, que se me da fatal lo de ser comprensivo y tal. Manda cojones, me cago en el profesor de latín una y mil veces.

Sopeso la posibilidad de largarme de allí, que a mí los líos de este tipo no me gustan nada, y menos cuando se trata de gente que no conozco. Pero la tía sigue llorando y llorando, y yo pues no sé, es que me sentiría bastante cabronazo si me largase sin decir nada. Total, que decido acercarme un poco y sentarme a su lado, en plan desconocido en la barra del bar dentro de la típica película norteamericana, y me saco el paquete de puritos del bolsillo.

—¿Quieres uno?

Ella me mira. Llevaba rimell y se le ha corrido todo, tiene la cara que parece un payaso acabado. Observa el paquete y luego de nuevo a mí, y niega con la cabeza.

—Pero si yo no fumo —responde en un llanto.

Joder, menuda putada, yo es que no sé qué hacer cuando pasan estas cosas. Las chicas no se me dan bien, en serio que no. Mi hermana y yo nos pasamos el día peleándonos y si alguien la calma es Saúl, porque yo ni idea de cómo va el cerebro femenino. Entre que soy tío y que me van las pollas las mujeres son más misteriosas para mí que para cualquier otro espécimen de mi género. En serio que sí.

Vaya tela, la pitufina esta no deja de llorar. Qué marrón, en serio. Miro a mi alrededor para ver si hay alguien a quien se la pueda encasquetar, pero nada. No sé por qué no me he largado antes de sentarme, los momentos dramáticos siempre se me han dado por el culo. Es que de verdad, en estas cosas solo me puedo meter yo y nadie más, como aquella vez que quise ayudar a uno de los mendigos de la puerta del supermercado de mi barrio y terminé dándole dos mil pesetas por la pena que me daba. Claro, luego Saúl diciéndome que era un gilipollas, pero es que al final siempre me lían porque nunca sé cómo comportarme y se aprovechan de mí. Soy una víctima de la sociedad. De verdad te lo digo, ¿eh? Un mártir. Cómo Jesucristo pero sin ser hippie y con un corte de pelo más chulo, pues así. Además que siempre he dicho que Cristo y yo nos parecemos porque su padre también pasó de él, por todo el rollo ese de que dejó que lo empalasen y tal.

Bueno, que me estoy yendo por las ramas, que la chica esta sigue llorando y yo no sé qué coño hacer. Aunque ahora que lo pienso, saber que tu viejo ha dejado que te maten en un palo debe ser muy crudo, ¿no? Como para terminar  en el psiquiátrico y tal, porque es turbio que te cagas.

Joder, ya se me ha vuelto a ir. Es que en las situaciones tensas siempre se me va la cabeza porque si no me pongo súper histérico.

La miro con incomodidad y vuelvo a enseñarle la caja de puritos.

—¿De verdad que no quieres uno? —Le insisto. Supongo que ofrecerle puritos a una chavala de su edad debe de estar penalizado por ley, pero es que no se me ocurre nada más que decirle—. Relaja que te cagas.

Ella vuelve a negar con la cabeza y respira como puede, su nariz suena llena de mocos. Se pasa una mano por la cara, intentando serenarse, y me mira. Ahora todavía tiene la cara peor porque se le ha ido el reto del maquillaje a la mierda.

—Ya está —me dice, aunque está claro que no.

—Hombre, pues yo te veo bastante perjudicada —y cuando veo que su barbilla tiembla, me doy cuenta de que la he cagado un poco e intento salir del paso—. Quiero decir, que se te ve mal y eso. A ver, que siento no ser así muy considerado pero es que no sé qué decirte. O sea, que yo te diría algo más… no sé, pues como dicen en las series de la tele, pero es que no me sale. Pero que me sabe muy mal, que me he sentado contigo por eso, que no te pienses que soy uno de esos que cotillean ni nada, que a mí tu vida no me interesa. A ver, espera, no pienses que soy un borde, digo que no me interesa porque lo que quiero decir es que…

—Vale, lo he pillado —me dice, y sonríe un poco. Creo que mi faceta de persona histérica incapaz de hacer frente a situaciones con un alto nivel emocional le ha caído en gracia.

Ahora sí que parece estar serenándose de verdad. Se queda unos minutos callada, mirando al infinito, y luego me mira y tuerce el gesto.

—No te ofendas, pero los tíos sois una mierda.

Yo alzo mucho las cejas. Venga, no me jodas que está así por un tío. Manda cojones, si hará dos días que iba en pañales la chica.

—¿Pero qué dices? —Inquiero, horrorizado—. ¿Tú cuántos años tienes? ¿Doce?

Ella frunce el ceño, ofendida.

—Tengo catorce, imbécil.

Bueno, cuidado con la adulta, que los treinta comparados con los catorce son una minucia, vaya. Pues yo le echaba menos, y eso que maquillada parece mayor, pero es que tiene mucha pinta de cría, así tan bajita y menuda.

—No me extraña que te maquilles, sin el pintalabios debes parecer de ocho.

La chica me fulmina con la mirada, aunque a mí me la pela, le he dicho el comentario medio en broma.

—No te piques, va, que era coña.

Ella frunce los labios pero no me dice nada, creo que se ha calmado. La miro de hito en hito, la verdad es que la chica va hecha un pincel, muy al contrario que la mayoría de las chavalas que he visto en el instituto. Es muy elegante, todo hay que decirlo, y eso me gusta. Adoro a la gente con porte, que se cuida a la hora de vestir, la presencia es algo fundamental en la vida.

—¿Lo has dejado con tu novio o algo? —Pregunto con tiento, por sacar algo de lo que hablar.

Ella se encoje de hombros.

—Algo así —responde, su voz suena más madura de lo normal—. Pero no quiero hablar de eso, que eres un tío y no lo entenderías.

—Uy que no, y mejor que tú, será porque no me han intentado joder ni nada  —le suelto.

Ella me mira muy en plan ¿pero qué coño está diciendo? Y yo me doy cuenta de que la acabo de cagar. A ver, que lo de ser gay Saúl lo acepta muy bien pero el resto del mundo es una mierda y no es como para ir contándolo por ahí en voz alta.

Bueno no pasa nada, voy a decirle algo para salir del paso y ya está. A ver, mente rápida, mente rápida.

—¿Te gustan los tíos? —Me mira con los ojos entornados.

Me cago en la puta.

—No.

Ella me sigue mirando con la misma cara de loca, y achina los ojos como si fuese Superman y tuviese visión  rayos-x de esa. Luego yergue la cabeza y alza mucho las cejas.

—¡Sí que te gustan! —Exclama—. ¡Te gustan los tíos!

—¿Pero te quieres callar, gilipollas? —Le digo yo, mirando a mi alrededor para que no me vea nadie.
Como se corra la voz en el instituto de que soy gay me pego un tiro. En serio que sí. Que me lo pego, te lo juro por mi gabardina negra de invierno. ¿Qué? Mi gabardina chula de invierno es la mejor gabardina que ha parido una empresa textil.

—¡Ay perdón! —Exclama, llevándose las manos a la boca, como si acabase de hacer algo muy mano. Se las aparta poco a poco y me mira, observando a su alrededor como si estuviese a punto de decirme algo de alto secreto, y me susurra—. Pero entonces sí que te gustan, ¿no?

—Como digas algo te reviento la cabeza —gruño, amenazador.

—Pero si yo no voy a decir nada, no te preocupes —parece emocionada de repente. Joder, como sea una de estas chicas súper fans de los gays me pego un tiro—. Eres el primer gay que conozco. ¿Sabías que Rock Hudson también era gay? Se casó y todo, pero en realidad le gustaban los tíos. 

Mierda, es peor todavía. Es de esas que se justifican hasta el extremo para que te quede muy claro que no es prejuiciosa.

—Sí —le respondo, cansino.

—Freddie Mercury también, y el tío que protagonizó Psicósis —prosigue, y yo enarco una ceja. Joder, no me puede estar pasando esto a mí—. Bueno, creo que ese era bisexual, pero todas sus parejas conocidas eran tíos. Aunque no estoy segura.

—Me da igual.

—¿Sabías que Truman Capote también lo era? Ya sabes, el tío que escribió Desayuno con Diamantes.

—¿Te vas a callar la puta boca ya o tengo que largarme? —Inquiero, molesto. Joder, menuda puta plasta, si lo llego a saber no me siento a consolarla.

Ella aprieta los labios, me mira como si estuviese intentando ver algo en mí que no encuentra por ninguna parte.

—No pareces gay —observa, torciendo el gesto.

—Y tú tampoco parecías tan pesada, pero ya ves.

La chica vuelve a mirarme con ese gesto curioso que a mí está comenzando a tocarme los cojones en plan muchísimo, y yo volteo la cabeza para no ponerme nervioso. De puta madre, ahora una pitufa de catorce años sabe que soy marica. Qué guay, creo que voy a beber arsénico o algo así. O a cortarme las venas con los folios para exámenes. Sí, eso será más dramático.

—Oye, ¿cómo te llamas? —La escucho preguntar.

Me giro, dándome cuenta que llevo casi veinte minutos hablando con ella y ni puta idea de cuál es su nombre.

—César —le contesto—. ¿Y tú?

—Lina.

—¿Qué tipo de nombre es Lina?

—Catalina —y en seguida añade—: Pero si me llamas así te la corto.

—¿Y por qué no te haces llamar Cata?

Ella hace una mueca de asco.

—Porque suena chabacano —responde con desdén—. Hay que ser elegantes, como Audrey Hepburn.

Frunzo el ceño, extrañado. ¿De qué me suena esa frase?  Agito la cabeza y miro la hora, es momento de largarse. Me levanto y la miro, metiendo mis manos en los bolsillos de la chaqueta.

—Me voy a clase —anuncio—. Y espero que lo que hemos hablado no salga de aquí.

Ella simula un gesto de cremallera con los dedos y hace como que tira la llave. Yo me despido ladeando la cabeza , mientras empiezo a andar hacia dentro del colegio. Mientras subo el par de escalones que hay justo antes de pasar por la puerta, noto una presencia a mi lado. Cuando me volteo me veo a Lina, que intenta sujetar a duras penas todas las cosas que se le han caído antes, y que ha recogido a toda prisa. Ella me mira y alza las cejas, divertida.

—¿Sabías que dicen que Morrisey es gay? Ya sabes, el cantante de los Smiths.

La miro sin dar crédito.

—¿Me estás vacilando?

Ella sonríe con malicia, de pie los dos y a mi lado resulta mucho más bajita de lo que pensaba. Debe medir poco más del metro cincuenta.

—Sí.

La madre que la parió.


¿Ves? Por estas cosas prefiero no relacionarme con las mujeres. Hasta las salidas de Villa Pitufo son unas arpías de lengua viperina. Creo que la tal Lina y yo no nos vamos a llevar my bien.

3 comentarios:

  1. Da para preguntarte de dónde ha salido semejante espécimen de chavala jajaja

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  2. "Kut (sic) Cobain", ahí dejé de leer.

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  3. "Kut (sic) Cobain", ahí dejé de leer.

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