Mujeres
Saúl Ochoa de Ondategui y Babineaux
Enero de 1993
César siempre decía que no le gustaban las mujeres, que son
todas unas arpías de lengua viperina y que relacionarse con ellas es un
suicidio. Se alegraba de ser gay y se jactaba de que gracias a sus gustos
sexuales a la única que tendría que aguantar sería a su hermana, y por
cuestiones de fuerza mayor. Que no le molaban nada, eso decía. Eso, claro,
antes de conocer a Lina.
Un día me viene César con el cuento de que ha conocido a una
tipa súper rara y a la mañana siguiente tenemos a Pepito Grillo haciendo de
lapa durante el recreo. Tres meses después y muchos días más como ese, me encuentro
en un centro comercial sentado en la base sobre la que se sustentan los
maniquíes mirando como el imbécil de mi mejor amigo y su niña adoptada se
prueban ropa.
Porque Lina no sólo es un huracán de metro cincuenta y
nervios de punta que se pasa la vida hablando cuando nadie le ha dado la
palabra y dando opiniones aunque no se las hayan pedido, además es una puta
loca de los trapitos y si la juntas con César eso ya es una locura. Menudos
pitotes montan, de verdad, encima están los dos igual de rallados de la cabeza.
Usualmente yo controlo a César para que no se le vaya mucho la olla, pero desde
que Lina está en su vida los dos andan por ahí como siameses haciendo el
imbécil y cambiando más de humor que un travesti de peluca.
De verdad, cuando no se ponen a discutir por cualquier
chorrada se dedican a chillar cual enajenados mentales con tal de suplir sus
rachas de aburrimiento. Son como un puto matrimonio en crisis, solo que con una
urgente necesidad de atención psiquiátrica.
Y no, no estoy celoso. Lina dice que me da rabia que ahora
ella también esté en la vida de César, pero nada más lejos de la realidad. Lina
es una chica, y las relaciones con las mujeres son diferentes a las de los
hombres, lo que me toca los cojones es que cada dos por tres la niñata de las
narices me esté mareando con el tema de las mujeres. Que soy un cabrón, dice,
no te jode, si ella está amargada porque los hombres de su vida han sido todos unos
hijos de puta negligentes no es mi problema.
Yo no soy ningún cabrón, soy uno de los tipos más sinceros del mundo. En serio,
lo digo de verdad, yo nunca engaño a una mujer. Siempre les dejo a las chicas
muy clarito que no quiero nada con ellas, que lo único que busco es sexo, si
luego se enamoran no es mi responsabilidad. Lo que no voy a hacer es soportar a
una pandilla de dependientes emocionales detrás de mi culo, que a mí no me pagan por ser niñero de nadie.
¿Eso es ser un cabrón? No lo creo, cabrón sería si no les avisase de que paso
de relaciones, pero lo hago. Soy un santo considerado.
Lo único que me gusta así más de Lina es que tiene bastante
cerebro para su edad y viste bien. Eso sí, joder, la chica es igual de elegante
que César pero en femenino, y mola. Digo que mola, claro, porque la mayoría de
las chavalas a las que he conocido este año eran unas arrabaleras de cuidado,
con unas pintas de barriobajeras que te cagas. Qué poco soporto eso… enseñando
carne sin parar, pero no la carne que se tiene que enseñar, sino la que queda
chabacana de narices. El mes pasado estuve con una chica en plan de follar, se
llamaba Silvia o algo así, era un poco más pijilla, pero vamos, que la vena de
tirada le acabó saliendo. Y luego encima me empezó a decir que me quería.
Joder, no sé qué coño les pasa a las mujeres; les dices que solo quieres sexo y
ellas entienden que les estás pidiendo matrimonio.
La madre que las trajo.
Y ahora por culpa de una de ellas estoy pasando la tarde más
aburrida de mi vida. Bueno, no creo que sea la más aburrida, cuando vivía con
la zorra pelirroja y me obligaba a ir a sus reuniones de ricas súper fachas la
cosa era bastante peor, pero esto se le acerca. A mí es que eso de ir de
compras y tal no me gusta nada, me aburre muchísimo. Además, como estamos en la
sección de caballeros tampoco hay forma de ligar con nadie. Eso también me
gusta de Lina, mira tú por dónde, que ahora gracias a ella podemos ir a tiendas
de chicas para fingir que la ayudamos a elegir cosas, y mientras César le
aconseja algo yo me pongo a buscar polvos.
Lina se pasa la vida diciendo que al paso que voy pillaré un
sida, un herpes o algo parecido. Pero bueno, qué quieres que te diga, tengo
dieciséis años y una labia cojonuda, no puedo desaprovechar mi talento, eso
sería un pecado.
—¿Te gusta o qué?
Alzo la vista, saliendo de mi trance, y me topo con César.
El tío no se está probando ropa como cualquier otra persona, se dedica a comprarse
trajes y chalecos de pijo. Él es muy así, puede que le encante eso de vestir
bien y tal, pero tiene que ser machote hasta para la ropa. Además, desde que
fuimos a Londres le ha dado por ir de mod por la vida, y está que no
caga con las gabardinas y los mocasines.
Qué pesado es, de verdad, si no fuese quien es ya le habría
soltado un par de leches por plasta.
Lo miro atentamente, lleva una americana de color azul
oscuro, que le combina bastante bien con la camisa más clara que se ha probado,
y debajo unos vaqueros Levi’s que agudizan su delgadez al ser ligeramente
ceñidos. La verdad es que le queda bien, porque él es así muy pálido, y sus
ojos son del mismo color que la americana. La ropa contrasta con su piel y
combina con sus iris, hay que reconocer que tiene buen gusto el mariquita.
Además, César nunca lleva nada que le haga parecer amanerado, siempre se busca
ropa elegante pero masculina.
Me encojo de hombros.
—Me da igual.
Él hace un gesto para indicarme que no tiene importancia lo
que acabo de decir y Lina me observa con reproche. Qué pesada es, de verdad,
como el puñetero Pepito Grillo de los cojones; enana, marisabidilla y siempre
detrás de la oreja. Si no fuera porque la situación que tiene en casa es una
puta mierda yo no la tragaba, te juro que no.
La tercera cosa que me gusta de Lina, y la responsable de
que la soporte, es que tiene una familia de lo más disfuncional, y a mí me
encanta la gente rota. No me preguntes por qué, pero siempre que alguien está
jodido por dentro me sale la vena paternalista. Con César me pasa, porque su
viejo los dejó tirados, su madre está loca y él tiene que reprimir su
homosexualidad por culpa de un mundo demasiado cotilla como para dejar hacer a
cada cual con su vida lo que quiera. Y con Lina más de lo mismo, pienso que me
saca de quicio pero luego me viene a la cabeza todo lo que César me ha contado
de ella y como que se me pasa. Es instintivo. Soy un adicto a los cristales con
grietas. Mi tata solía decir que eso me
pasa porque yo tengo muchos monstruos internos a los que no quiero enfrentarme,
y prefiero curar a los demás con tal de no ver mis propias enfermedades
interiores. Pero la tata era muy mística, y tampoco es como para hacerle un
caso excesivo.
Yo creo que, sencillamente, tengo el sentido paternal muy
desarrollado para mi edad. Pero eso es bueno, si no ya habría cogido a Lina de
los pelos para tirarla por la ventana.
—¿Y ésta? —Escucho de nuevo, es César otra
vez.
Vuelvo a mirarlo, ahora lleva una americana gris. Yo tuerzo
el gesto.
—La azul te queda mejor —le digo,
sin mucho interés.
Lina frunce el ceño.
—Odio darle la razón a este idiota, pero con la
azul estás más guapo.
Yo sonrío, ladino, al ver que he dado en el clavo y luego
giro la cabeza. Ay, mujeres, no podemos vivir con ellas pero follar sin ellas
no es lo mismo. Quiero decir, si eres heterosexual y todo eso. A los gays como
César eso les da igual.
César se quita la americana y la pliega con cuidado,
dejándola después en el sitio. Luego coge la otra que llevaba antes y se la
tiende a Lina para que la sujete. De verdad, no sé qué estoy haciendo con mi
vida. Dentro de año y medio heredaré una empresa millonaria, voy a ser
asquerosamente rico y ahora mismo estoy perdiendo mi tiempo mientras la hermana
rubia de Pepito Grillo y el descerebrado de mi mejor amigo sacan de quicio a
todas las dependientas del centro comercial rechazando ropa una y otra vez. Y
yo aquí, sentado con un hastío que te cagas, sin aprovechar mi privilegiada
posición para tirarme el farol y acabar con alguna tía en la cama esta noche.
Aquí hay algo que falla y se llama Sección Masculina de El
Corte Inglés.
Me levanto, desperezándome de forma sonora. El gemido que
acabo de soltar logra captar la atención de Lina y César, que me observan con expectación,
seguramente preguntándose qué narices hago de pie. Yo los miro y me encojo de
hombros.
—Voy al supermercado a comprarme algo para
comer —les digo, aunque en realidad me voy a ir a Ropa Mujer
para ver si hay alguna chica guapa—. ¿Queréis que os traiga algo?
Ambos se miran, y luego me devuelven la vista y niegan con
la cabeza. Yo asiento, con cara de aburrimiento máximo, y comienzo a andar
hacia las escaleras mecánicas. Cuando vea que no miran, me desviaré y cruzaré
media planta para llegar a la tierra prometida del sexo sin compromiso.
Ay las mujeres, qué peligro tienen. Me encanta marearlas
pero soy incapaz de comprometerme, me gusta tenerlas detrás pero detesto que se
enamoren de mí. Son una contradicción constante que siempre ha logrado
excitarme, y al mismo tiempo todas me acaban aburriendo. Adoro a las mujeres,
¿qué quieres que te diga?
La tata siempre me decía que yo soy uno de esos chicos que
no están hechos para sentar la cabeza hasta que la vida no les da una buena
hostia, pero que para qué eso suceda tendría que encoñarme con alguien y eso en
mi caso, según la tata, sería una probabilidad entre un millón. Yo siempre
estuve de acuerdo con ella, y por eso mismo decidí que me pasaría la vida
buscando a esa chica entre el millón de posibilidades. Y mientras no la
encontrase, me dedicaría a gozarlo de lo lindo.
Y mientras me aseguro de que ni Lina ni César están mirando
hacia el lugar en el que me encuentro, yo giro a la derecha y me dirijo hacia
la sección para mujer. Porque mi mejor amigo y su grillo rubio ya han tenido su
dosis de placer por hoy dando rienda suelta a su marujeo por la moda, pero yo
todavía no me lo he pasado bien, y no puedo desperdiciar así un sábado. Y menos
cuando todavía me quedan cientos de miles de mujeres antes de llegar al millón
y encontrar a la elegida.
Lina siempre dice que soy un cabrón, pero a mí me gusta más
el término vividor.
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