martes, 24 de septiembre de 2013

Mujeres
Saúl Ochoa de Ondategui y Babineaux
Enero de 1993


César siempre decía que no le gustaban las mujeres, que son todas unas arpías de lengua viperina y que relacionarse con ellas es un suicidio. Se alegraba de ser gay y se jactaba de que gracias a sus gustos sexuales a la única que tendría que aguantar sería a su hermana, y por cuestiones de fuerza mayor. Que no le molaban nada, eso decía. Eso, claro, antes de conocer a Lina.

Un día me viene César con el cuento de que ha conocido a una tipa súper rara y a la mañana siguiente tenemos a Pepito Grillo haciendo de lapa durante el recreo. Tres meses después y muchos días más como ese, me encuentro en un centro comercial sentado en la base sobre la que se sustentan los maniquíes mirando como el imbécil de mi mejor amigo y su niña adoptada se prueban ropa.

Porque Lina no sólo es un huracán de metro cincuenta y nervios de punta que se pasa la vida hablando cuando nadie le ha dado la palabra y dando opiniones aunque no se las hayan pedido, además es una puta loca de los trapitos y si la juntas con César eso ya es una locura. Menudos pitotes montan, de verdad, encima están los dos igual de rallados de la cabeza. Usualmente yo controlo a César para que no se le vaya mucho la olla, pero desde que Lina está en su vida los dos andan por ahí como siameses haciendo el imbécil y cambiando más de humor que un travesti de peluca.

De verdad, cuando no se ponen a discutir por cualquier chorrada se dedican a chillar cual enajenados mentales con tal de suplir sus rachas de aburrimiento. Son como un puto matrimonio en crisis, solo que con una urgente necesidad de atención psiquiátrica.

Y no, no estoy celoso. Lina dice que me da rabia que ahora ella también esté en la vida de César, pero nada más lejos de la realidad. Lina es una chica, y las relaciones con las mujeres son diferentes a las de los hombres, lo que me toca los cojones es que cada dos por tres la niñata de las narices me esté mareando con el tema de las mujeres. Que soy un cabrón, dice, no te jode, si ella está amargada porque los hombres de su vida han sido todos unos hijos de puta  negligentes no es mi problema. Yo no soy ningún cabrón, soy uno de los tipos más sinceros del mundo. En serio, lo digo de verdad, yo nunca engaño a una mujer. Siempre les dejo a las chicas muy clarito que no quiero nada con ellas, que lo único que busco es sexo, si luego se enamoran no es mi responsabilidad. Lo que no voy a hacer es soportar a una pandilla de dependientes emocionales detrás de mi culo, que  a mí no me pagan por ser niñero de nadie. ¿Eso es ser un cabrón? No lo creo, cabrón sería si no les avisase de que paso de relaciones, pero lo hago. Soy un santo considerado.

Lo único que me gusta así más de Lina es que tiene bastante cerebro para su edad y viste bien. Eso sí, joder, la chica es igual de elegante que César pero en femenino, y mola. Digo que mola, claro, porque la mayoría de las chavalas a las que he conocido este año eran unas arrabaleras de cuidado, con unas pintas de barriobajeras que te cagas. Qué poco soporto eso… enseñando carne sin parar, pero no la carne que se tiene que enseñar, sino la que queda chabacana de narices. El mes pasado estuve con una chica en plan de follar, se llamaba Silvia o algo así, era un poco más pijilla, pero vamos, que la vena de tirada le acabó saliendo. Y luego encima me empezó a decir que me quería. Joder, no sé qué coño les pasa a las mujeres; les dices que solo quieres sexo y ellas entienden que les estás pidiendo matrimonio.

La madre que las trajo.

Y ahora por culpa de una de ellas estoy pasando la tarde más aburrida de mi vida. Bueno, no creo que sea la más aburrida, cuando vivía con la zorra pelirroja y me obligaba a ir a sus reuniones de ricas súper fachas la cosa era bastante peor, pero esto se le acerca. A mí es que eso de ir de compras y tal no me gusta nada, me aburre muchísimo. Además, como estamos en la sección de caballeros tampoco hay forma de ligar con nadie. Eso también me gusta de Lina, mira tú por dónde, que ahora gracias a ella podemos ir a tiendas de chicas para fingir que la ayudamos a elegir cosas, y mientras César le aconseja algo yo me pongo a buscar polvos.

Lina se pasa la vida diciendo que al paso que voy pillaré un sida, un herpes o algo parecido. Pero bueno, qué quieres que te diga, tengo dieciséis años y una labia cojonuda, no puedo desaprovechar mi talento, eso sería un pecado.

¿Te gusta o qué?

Alzo la vista, saliendo de mi trance, y me topo con César. El tío no se está probando ropa como cualquier otra persona, se dedica a comprarse trajes y chalecos de pijo. Él es muy así, puede que le encante eso de vestir bien y tal, pero tiene que ser machote hasta para la ropa. Además, desde que fuimos a Londres le ha dado por ir de mod por la vida, y está que no caga con las gabardinas y los mocasines.

Qué pesado es, de verdad, si no fuese quien es ya le habría soltado un par de leches por plasta.
Lo miro atentamente, lleva una americana de color azul oscuro, que le combina bastante bien con la camisa más clara que se ha probado, y debajo unos vaqueros Levi’s que agudizan su delgadez al ser ligeramente ceñidos. La verdad es que le queda bien, porque él es así muy pálido, y sus ojos son del mismo color que la americana. La ropa contrasta con su piel y combina con sus iris, hay que reconocer que tiene buen gusto el mariquita. Además, César nunca lleva nada que le haga parecer amanerado, siempre se busca ropa elegante pero masculina.

Me encojo de hombros.

Me da igual.

Él hace un gesto para indicarme que no tiene importancia lo que acabo de decir y Lina me observa con reproche. Qué pesada es, de verdad, como el puñetero Pepito Grillo de los cojones; enana, marisabidilla y siempre detrás de la oreja. Si no fuera porque la situación que tiene en casa es una puta mierda yo no la tragaba, te juro que no.

La tercera cosa que me gusta de Lina, y la responsable de que la soporte, es que tiene una familia de lo más disfuncional, y a mí me encanta la gente rota. No me preguntes por qué, pero siempre que alguien está jodido por dentro me sale la vena paternalista. Con César me pasa, porque su viejo los dejó tirados, su madre está loca y él tiene que reprimir su homosexualidad por culpa de un mundo demasiado cotilla como para dejar hacer a cada cual con su vida lo que quiera. Y con Lina más de lo mismo, pienso que me saca de quicio pero luego me viene a la cabeza todo lo que César me ha contado de ella y como que se me pasa. Es instintivo. Soy un adicto a los cristales con grietas.  Mi tata solía decir que eso me pasa porque yo tengo muchos monstruos internos a los que no quiero enfrentarme, y prefiero curar a los demás con tal de no ver mis propias enfermedades interiores. Pero la tata era muy mística, y tampoco es como para hacerle un caso excesivo.

Yo creo que, sencillamente, tengo el sentido paternal muy desarrollado para mi edad. Pero eso es bueno, si no ya habría cogido a Lina de los pelos para tirarla por la ventana.

¿Y ésta? Escucho de nuevo, es César otra vez.

Vuelvo a mirarlo, ahora lleva una americana gris. Yo tuerzo el gesto.

La azul te queda mejor le digo, sin mucho interés.

Lina frunce el ceño.

Odio darle la razón a este idiota, pero con la azul estás más guapo.

Yo sonrío, ladino, al ver que he dado en el clavo y luego giro la cabeza. Ay, mujeres, no podemos vivir con ellas pero follar sin ellas no es lo mismo. Quiero decir, si eres heterosexual y todo eso. A los gays como César eso les da igual.

César se quita la americana y la pliega con cuidado, dejándola después en el sitio. Luego coge la otra que llevaba antes y se la tiende a Lina para que la sujete. De verdad, no sé qué estoy haciendo con mi vida. Dentro de año y medio heredaré una empresa millonaria, voy a ser asquerosamente rico y ahora mismo estoy perdiendo mi tiempo mientras la hermana rubia de Pepito Grillo y el descerebrado de mi mejor amigo sacan de quicio a todas las dependientas del centro comercial rechazando ropa una y otra vez. Y yo aquí, sentado con un hastío que te cagas, sin aprovechar mi privilegiada posición para tirarme el farol y acabar con alguna tía en la cama esta noche.

Aquí hay algo que falla y se llama Sección Masculina de El Corte Inglés.

Me levanto, desperezándome de forma sonora. El gemido que acabo de soltar logra captar la atención de Lina y César, que me observan con expectación, seguramente preguntándose qué narices hago de pie. Yo los miro y me encojo de hombros.

Voy al supermercado a comprarme algo para comer les digo, aunque en realidad me voy a ir a Ropa Mujer para ver si hay alguna chica guapa. ¿Queréis que os traiga algo?

Ambos se miran, y luego me devuelven la vista y niegan con la cabeza. Yo asiento, con cara de aburrimiento máximo, y comienzo a andar hacia las escaleras mecánicas. Cuando vea que no miran, me desviaré y cruzaré media planta para llegar a la tierra prometida del sexo sin compromiso.

Ay las mujeres, qué peligro tienen. Me encanta marearlas pero soy incapaz de comprometerme, me gusta tenerlas detrás pero detesto que se enamoren de mí. Son una contradicción constante que siempre ha logrado excitarme, y al mismo tiempo todas me acaban aburriendo. Adoro a las mujeres, ¿qué quieres que te diga?

La tata siempre me decía que yo soy uno de esos chicos que no están hechos para sentar la cabeza hasta que la vida no les da una buena hostia, pero que para qué eso suceda tendría que encoñarme con alguien y eso en mi caso, según la tata, sería una probabilidad entre un millón. Yo siempre estuve de acuerdo con ella, y por eso mismo decidí que me pasaría la vida buscando a esa chica entre el millón de posibilidades. Y mientras no la encontrase, me dedicaría a gozarlo de lo lindo.

Y mientras me aseguro de que ni Lina ni César están mirando hacia el lugar en el que me encuentro, yo giro a la derecha y me dirijo hacia la sección para mujer. Porque mi mejor amigo y su grillo rubio ya han tenido su dosis de placer por hoy dando rienda suelta a su marujeo por la moda, pero yo todavía no me lo he pasado bien, y no puedo desperdiciar así un sábado. Y menos cuando todavía me quedan cientos de miles de mujeres antes de llegar al millón y encontrar a la elegida.

Lina siempre dice que soy un cabrón, pero a mí me gusta más el término vividor. 

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