Ahora somos tres
Catalina Bofill Ferrer
Marzo de 1993
Ay, que me da algo. En serio que sí, que me da algo.
Jope, ¿y ahora qué hago? Ay, de verdad, que me da un colapso
o algo peor, que no sé qué narices hacer. Que César está desatado, pero muy
desatado. O sea, está desatadísimo. Ay no, de verdad, que no sé qué hacer. ¿Y
ahora cómo me lo monto para salir de esta? Jope, la que he liado, si es que soy
lo peor. Siempre la lío, de verdad, es
que no tengo remedio.
—¡Qué te reviento la puta cara, gilipollas! —Grita
César, levantando su mano derecha—. ¡Que te juro que te la reviento!
Me llevo las manos a la boca para tapármela y miro la escena
con un gesto de horror.
¿Quién me manda a mí decirle a César que ese era Cyrille? Es
que si fuese más tonta habría nacido retrasada. ¿Y dónde está Saúl? Como Saúl
no aparezca aquí se lía la de Dios, de verdad que sí.
Ay, pero es que… ¡Madre mía, que le pega, que le pega!
Cierro los ojos al ver cómo César hace ademán de pegar a
Cyrille, y luego abro uno para comprobar que finalmente no lo ha hecho, aunque
los ojos de mi amigo parecen salidos de sus órbitas y tiene un gesto de mala
leche que no le había visto nunca antes. Incluso se le notan las venas del
cuello y todo, muy fuerte.
Ya sabía yo que hoy no era un buen día para salir por el
centro de noche. Tenía ese presentimiento, de verdad que sí, pero es que
siempre pienso que todo son corazonadas absurdas y que no pasará nada. Pero al
final, cosa que preveo, cosa que sucede. Si es que no aprendo…
A ver, todo ha comenzado porque César y Saúl querían salir y
todo eso, a mí no es que me guste mucho ir de fiesta, pero salir con ellos siempre
mola. Saúl y César saben hacer de una discoteca un campo de batalla, y siempre
nos acaban echando y tal porque los dos son unos cafres y van ahí para tocarle
las narices a la gente. O a la gentuza de mierda, como dicen ellos. Y bueno,
pues eso es guay. Así que cuando me dijeron ayer que hoy viernes saldrían, pues
me apunté, porque he estado un poco deprimida toda esta semana. Y si he estado
deprimida es por culpa de Cyrille.
Cyrille es mi primer novio, cortamos el día en que conocí a
César. Bueno, mejor dicho: él me dejó. Es francés y ha venido aquí a estudiar
porque el año que viene ya empieza la universidad, y por más que lo intento no
consigo olvidarlo. Yo sé que seguramente sonaré a niñata gilipollas cuando digo
esto, pero de verdad que no puedo. Es un círculo vicioso. Si Cyrille aparece en
escena yo me convierto en una imbécil con el cerebro derretido y no hay forma
de que nadie me centre.
Hace cosa de dos semanas Cyrille volvió a marearme, y me
vino con el rollo ese de que no había podido olvidarme, pero que no estaba
preparado para volver a ir en serio. A mí casi me dio un colapso de ansiedad
cuando hablé con él, y César, que se conoce toda la historia, pues se pilló un
cabreo interesante. César se comporta como si fuese mi hermano mayor, y yo
pensaba que iba de broma y todo eso, pero no. Siempre me ha dicho que si veía a
Cyrille le pegaría una paliza, y ahora parece que va a cumplir su promesa. Nunca
lo había visto tan enfadado, y la verdad es que nunca pensé que pudiese llegar
a esos extremos. Está irreconocible.
Nos hemos encontrado con Cyrille en la discoteca, y se ha
puesto a intentar camelarme. A ver, que no me he liado con él ni nada, y eso
que tenía unas ganas tremendas porque es mi punto débil por antonomasia, pero
no lo he hecho por orgullo. Y cuando me ha seguido y toda la pesca, pues me he
puesto muy sensible y tal, y César se ha cabreado. Y le ha dicho de ir fuera y
ahora se están casi pegando. Y ay joder, que no sé qué hacer.
Nos hemos alejado de los seguratas y todo para que nadie
llame a la policía, pero yo creo que sería mejor que viniese la poli, porque si
no lo hacen seguro que ocurre una desgracia. Y no sé dónde coño está Saúl, se
ha ido con una chica antes de que apareciese Cyrille y desde entonces que no lo
vemos. Puto Saúl, ya le vale, si estuviese aquí ya habría parado todo esto.
Cyrille es más alto que César, y también más corpulento,
pero a mi amigo le da igual. César se ha puesto en posición de dar hostias,
como si fuese un boxeador, y hace de escudo para que mi ex novio no pueda
acercarse. A este paso me va a dar un ataque de ansiedad, pero en cuestión de
minutos. Fijo que sí.
—¡César, para ya, déjalo estar! —Exclamo,
y noto como me sale una voz de pito súper ridícula.
Pero César no me hace caso, está demasiado enfadado como
para escucharme, le ciega la ira. Jope, tengo ganas de llorar de la impotencia,
pero me voy a contener porque esta noche ya he quedado bastante mal.
—Como sigas hasiendo el imbésil te
jugo que te pagto la caga —le contesta Cyrille, con su
inconfundible acento francés.
César lo mira de arriba abajo y esboza una sonrisa de
suficiencia.
—Ni veinte nenazas como tú pondrían con migo,
gabacho de los cojones —espeta, sin dejar de sonreír.
Es que de verdad, mira que es cabezota. Puto César, siempre
igual; si alguien se le pone chulo él aumenta la chulería tres veces más, un
día tendrá algún susto. Espero, sinceramente, que ese día no sea hoy.
Miro a mi alrededor, ¿pero dónde cojones puede estar Saúl?
Suelto un bufido, exasperada, tendría que llamar a algún
guardia de seguridad, pero seguro que no me hacen ni caso. ¿Por qué narices no
pasa ningún coche de policía? Si estamos al lado de una discoteca, tendrían que
andar por aquí. Jope, todo está pasando a una velocidad que da hasta miedo,
como si estuviésemos viendo una película de acción o algo así. Solo que para mí
esto es más de terror que otra cosa.
—César, por favor —le ruego
por última vez, no quiero que corra la sangre. Sé que Cyrille se lo merece,
pero es que me da igual, no me apetece ver cómo le parten la nariz al único
amigo de verdad que he tenido en mi vida.
Porque esa es otra, desde que discutí el año pasado con las
amigas que tenía por culpa de Cyrille —porque sí, también está metido
en eso—, yo me he quedado más sola que la una, y hasta que
conocí a César no iba con nadie. Ni en clase, ni en los recreos ni nada. Que yo
no soy ninguna pusilánime que se queja de lo mucho que la marginan, pero se
agradece haber encontrado a alguien como César, con el que he congeniado tan
bien. Y pensar que ahora está a punto de pegarse por mi culpa me jode
muchísimo. Jope, estoy por ir y separarlos, en serio que sí.
—Vas a flipag, pedaso de capullo.
Cyrille se abalanza sobre César, que no retrocede ni un
milímetro y se prepara para atizarle un golpe. Yo abro mucho los ojos, sin
creerme lo que está a punto de suceder. Hago ademán de ir hacia allí para ver
si puedo coger a mi amigo y sacarlo de semejante lío, pero todo sucede en una
fracción de segundo y yo siento como el corazón se me para de repente.
Mi ex novio se queda con la mano en el aire, hay otra que lo
está sujetando. César se mantiene inmóvil, como petrificado, y yo tardo unos
instantes en volver a la realidad después de la impresión.
Como si se hubiese teletransportado, Saúl ha aparecido de la
nada para parar el puñetazo que Cyrille estaba a punto de propinarle a César, y
ha echado hacia atrás a mi ex novio, tirándolo al suelo de un empujón. Mientras
yo salgo de shock y César asimila lo que acaba de suceder, Saúl comienza a
pegarle patadas a Cyrille en el estómago, haciendo que este gima de dolor.
Saúl comienza a gritarle en francés, parece muy enfadado. Yo
no entiendo lo que dice, porque para los idiomas soy un desastre, pero creo que
entiendo algo sobre su amigo y que no se toca.
—¡Saúl! —Grito yo, horrorizada, cuando
consigo salir de mí trance—. ¡Saúl, déjalo!
Corro hacia el lugar en el que sucede todo, pero entonces
noto como un brazo bastante fuerte me sujeta.
Me volteo y veo a César, que está
muy serio y me hace un gesto negativo con la cabeza.
—Déjalo, que se lo merece –advierte, es la
primera vez que me habla de esa forma, como si fuese mi padre o algo parecido.
—¡Pero no puedo dejar que le rompa una
costilla! —Le digo, intentando hacer que entre en razón.
Forcejeo inútilmente, pues César sigue sin dejarme hacer
nada.
—¡César! —Me quejo.
—Ese capullo estaba morreándose con una justo
antes de ir a por ti —gruñe—. Después de todas las mierdas
que te ha hecho, encima intenta volver a joderte. Pues no me sale de la polla,
ahora que le den.
Me quedo sin saber qué decir. ¿Cómo? ¿Es eso cierto? Claro,
tiene que serlo, César no me mentiría con algo así. Entonces, ¿todo ha sido la
misma mierda de siempre?
De repente, noto como el estómago se me oprime y me falta la
respiración, la ansiedad que estaba temiendo parece haber llegado, aunque
intento con todas mis fuerzas controlar la respiración para no hiperventilar.
No puede ser, joder, otra vez no. ¿Por qué siempre tiene que hacer lo mismo?
¿Por qué intenta joderme una y otra vez? Desde que Cyrille entró en mi vida
todo han sido altibajos, siempre jugando conmigo, prometiéndome la luna y luego
tirándome al fango. Si los hombres por norma general son unos cerdos, él se
lleva la palma. No lo entiendo, ¿por qué a mí? ¿Por qué tuvo que escogerme a mí
entre tantas chicas que hay en el mundo? Sé que suena egoísta, porque la
relación de mierda que tengo con ese chico no se la deseo a nadie, pero joder,
no lo entiendo.
Lo miro tirado en el suelo y maldiciendo en francés,
mientras Saúl lo sigue amenazando en una lengua que no entiendo. Noto como mis
ojos comienzan a humedecerse e intento con todas mis fuerzas no llorar, no
permitir que me vea así. No otra vez. Trago saliva y me abrazo a César, me siento al borde de un vacío y parece como
si mi amigo fuese lo único a lo que puedo agarrarme para no caer. Lo abrazo con
fuerza, porque para mí es como si me fuese la vida en ello, y él me devuelve el
abrazo.
Jope, si fuese más retrasada habría nacido sin neuronas.
Miro por última vez hacia el lugar en el que Cyrille está
tirado, y veo como Saúl le propina una última patada y le escupe sobre la cara.
—Fils de pute —gruñe, y se
mete las manos en los bolsillos.
César me abraza fuerte y yo frunzo el ceño. No me merezco esto,
no me merezco unos amigos así.
Desde que era pequeña, mi casa ha sido el sitio más horrible
del mundo, y lo único que deseaba era salir de ahí cuanto antes. Mi padre
siempre fue un vago más interesando en beber cerveza que en darle una buena
educación a sus hijos, y yo siempre me he sentido sola en un lugar repleto de
extraños con los que comparto sangre. Por eso, creo, me enganché a Cyrille en
cuanto le conocí. Porque él era mayor, guapo y me prestaba una atención que
jamás había recibido. Porque era el primer hombre que me trataba bien, y porque
no me miraba como todas esas personas que me ven como a un bicho raro. Porque a
pesar de toda la mierda, de las noches repletas de gritos, de las lágrimas de
mi madre y de las amenazas de mi padre, yo siempre pensé que el mundo no podía
ser tan horrible y que al final las cosas acaban saliendo bien. Porque desde
niños nos enseñan que los pobres infelices siempre acaban comiendo perdices,
cuando la pura verdad es que no existen príncipes azules, sino cabrones con
sonrisa perfecta y traje de alquiler.
Y ahora, después de todas las roturas, de las heridas mal
curadas y de las cicatrices infestas de dolor y nostalgia, me encuentro viendo
como aquel que yo había tomado como mi salvador cae como el monstruo que
siempre ha sido. Tras perder totalmente la fe en los seres humanos, y pensar
que la vida es un mar de tiburones en el que yo debía sacar los dientes para no
morir devorada, me percato de que sí hay gente capaz de dar la cara por ti.
Gente que, justamente por comprender lo mierda que es el mundo, está dispuesta
a quitarte un poco de toda esa basura. Aunque apenas sea la punta, para que
puedas sacar la cabeza de vez en cuando y volver a respirar.
Y mientras Saúl llega hasta dónde estamos e indica con un gesto de cabeza que hay que
largarse, César me pasa el brazo por los hombros y me obliga a andar sin mirar
atrás. Me obliga a olvidar a Cyrille y a reprimir todos los sentimientos que
pueda tener hacia él, me obliga a entender que ya no estoy tan sola como
siempre había pensado, y que a partir de ahora no son dos y yo, sino que somos
tres. Que siempre vamos a ser tres y que eso jamás cambiará.
Que ya no necesito a ningún príncipe, porque me sobran los
enanos.
Porque ellos entienden tan bien como yo lo horrible que
puede llegar a ser el mundo, y lo mucho que son capaces de dañarte las otras
personas. Porque ellos están tan rotos
como yo, y solo aquellos que saben lo que es romperse en mil pedazos son
capaces de ayudar a pegarte, aunque solo sea de forma provisional.
Así que nos vamos, sin mirar atrás. Aunque sepa que no
olvidaré a Cyrille tan fácilmente, aunque me duela en lo más hondo por dejarlo
así. Pese a que mañana me arrepienta de haberlo abandonado a su suerte. Y
aunque su brecha no llegue a curar nunca del todo.
Me alejo abrazada a César, haciendo oídos sordos a las
quejas que vienen por detrás, mirando a un futuro que parece inhóspito pero
seguro al mismo tiempo, porque nada puede ir mal si estamos los tres juntos.
—En semana santa nos vamos a Londres —comenta
Saúl, como si no hubiese sucedido nada, mientras andamos los tres por medio de
la carretera—. Tengo que ir a ver a mi tío Robert por el
tema de la empresa. Os venís los dos, por cierto. Y si el cabrón de tu padre no
te deja, Lina, lo mandas a tomar por el culo y te vienes igual. No es una
invitación, es una orden.
Porque ahora ya no son dos. Porque ahora somos tres.
Y lo seremos siempre.
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