viernes, 6 de septiembre de 2013

La zorra pelirroja
Saúl Ochoa de Ondategui y Babineaux
Abril de 1992

*

A la mierda, mira lo que te digo. A la puta mierda.

Dejo la maleta sobre el banco y me enciendo un cigarro. César y yo tenemos la manía de fumar tabaco negro. Mi tío Robert siempre dice que el tabaco rubio es para los mariquitas, lo irónico es que César es un peta culos con ganas pero siempre te lo ves con su carajillo de buena mañana y su purito  de esos baratos que pegan a la garganta como si te la estuviesen raspando con una esponja de esparto. Aunque claro, es que César tiene de amanerado lo que yo de Beatle.

Le meto una patada al banco, cabreado.

Qué le jodan a todo, ya no aguantaba más.

No hay nadie en toda la calle, el complejo de urbanizaciones en el que vivo es tan pijo como plastificado, parece una maqueta de esas que se utilizan para vender pisos en las agencias inmobiliarias, porque nunca hay nadie en la calle. Todo está siempre vacío y pulcro, con los cochazos de millones de pesetas aparcados por ahí y los jardines bien cuidados. Me recuerda a la casita de Pin y Pon que le regalé a Marta el año pasado por Reyes, y me parece una puta mierda, al igual que la gente que vive dentro de las casas.

La Urbanización de Soto Mayor, la más pija de la ciudad, cómo no. Un Ochoa de Ondategui no puede vivir en otro sitio que no sea carísimo y snob, sería demasiado pedir algo más austero. Sería rebajarse demasiado para ellos.

Les pueden dar por el culo a todos, jardineros profesionales incluidos.

Hasta el servicio de limpieza que viene a la urbanización es tres veces más caro que uno normal, no te digo yo que aquí son todos una panda de estirados… Qué puto asco.

Me siento en el banco, fumando como un carretero, y eso que me acabo de endosar dos cigarrillos antes de salir de casa. Bueno, de esa casa, porque ya no es mi casa ni lo será jamás. De hecho, creo que nunca ha sido mi casa.

Mi madre es una zorra, una de esas mujeres de familia rica que se buscó a un marido todavía más rico y que tuvo un hijo con la esperanza de que fuese un figurín  de los que se ponen en las estanterías de cristal de bohemia y están hechos de marfil o cualquier material carísimo sacado de algo que, seguramente, atenta contra los derechos de algún animal en vías de extinción. Pero no le salió bien, siempre le ha jodido que no me preste a ser una marioneta de sus intrigas y maquinaciones.

Si ya era una víbora cuando papá estaba vivo, después de su muerte las cosas han ido de mal en peor. Hace solo tres años que murió el viejo y mi casa desde entonces se ha convertido en una trinchera de la Guerra Civil, mi madre y yo no hemos parado de discutir ni un día. Lo único que me consuela es que, pese a que papá siempre fue un calzonazos de la hostia, era consciente de la ambición de su mujer y decidió dejar la herencia en manos de mi tío Robert, para que administrase sus bienes hasta que yo cumpliese la mayoría de edad. Si no seguro que esa zorra ya se hubiese adjudicado las acciones y los millones y yo no vería ni un duro. Menuda es, medio francesa y medio siciliana, de esas con las que no se juega.

La zorra pelirroja, que la llamo yo.

La tata dice que mamá y yo nos parecemos mucho, sólo que en ideales somos totalmente opuestos. El mismo carácter de mierda, dice. La misma manía por tener siempre la razón, eso es lo que me repite. La tata se ha enfadado muchísimo, es una mujer mayor y de la vieja escuela, pero siempre me ha tenido mucho cariño y le jode la relación que tengo con mi madre. Pero claro, es una sirvienta a fin de cuentas, y no tiene huevos para decirle a esa arpía lo que opina de ella. Pero yo sí, claro, a mí me sobran y más con ella, que se cree muy lista pero si la calas puedes ver sus puntos flacos fácilmente.

Menuda puta.

Hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso, hemos tenido una discusión de la hostia. De esas que hacen historia, vaya. La he llamado de todo y ella ha renegado de mí como hijo, así que he cogido mi maleta, me la he llenado y me he largado. La tata se ha puesto a gritarme pero yo estaba tan cabreado que ni siquiera la he escuchado. Simplemente me he ido por la puerta, y ya está. Tengo dieciséis años, ya puedo trabajar, si no puedo pagarme el colegio el año que viene me da igual pero yo ahí no vuelvo.

Que me desheredaría, dice. Pues bien, tengo la herencia de mi padre, no necesito la suya. No necesito nada de ella, ha sido un fracaso como madre.

Papá tampoco era el mejor, la verdad, pero al menos no era un cabrón. Uno de esos tipos sin personalidad, me temo, pero precisamente por esa carencia nunca teníamos problemas.

Esto no es una pataleta, lo juro por Strummer que no lo es. No voy a volver a casa, no tengo idea de lo que haré pero lo que sé seguro es que no voy a volver, no mientras ella esté ahí. Estúpida, zorra, manipuladora, meretriz barata vestida de Chanel…

Qué asco de mujer, en serio.

Tiro la colilla al suelo y bufo soltando lo que quedaba del cigarro en mi garganta, agarro la maleta y empiezo a andar.

Las calles plastificadas se abren ante mí como un panorama desolador, parece una película de estas de miedo solo que hoy es de día y luce mucho el sol.

No sé qué cojones voy a hacer con mi vida, pero tengo muy claro que sin mi madre será mucho mejor.

¿Qué no puedo volver a ese colegio de pijos de mierda? Me la suda, el curso lo terminaré porque ya está pagado, y me sacaré el graduado escolar. Luego me pondré a trabajar, puedo ser un niño de papá pero tengo dos manos y un cerebro.

Que la jodan.

Camino durante un rato con la cabeza gacha, maldiciendo a mi madre una y otra vez, y llego hasta la puerta cercada de la urbanización. Para que me abran tengo que avisar al guarda, se llama Gerardo y es un tipo viejo  bastante majo que se pasa la vida leyendo el periódico. Lo que pocos saben o no quieren saber es que entre sus piernas siempre hay una revista porno que se dedica a mirar de vez en cuando. Es un cabroncete, pero me suele comprar revistas guarras de esas para que yo no abra la boca sobre sus aficiones durante horas de trabajo.

No tengo sitio al que ir, pero me da igual. He cogido algo de dinero y con eso podré pagarme un hostal durante algunos días, luego ya veré lo que hago.

Hasta un nido de cucarachas es mejor que convivir con la zorra pelirroja.

Gerardo se dispone a abrirme, pero antes de salir le hago una señal y me acerco.

¿Cómo va el asunto, chaval? Me pregunta, con su animosidad habitual.

Yo intento sonreírle, aunque tengo la impresión de que se me ha quedado cara de gilipollas  porque en estos momentos no puedo parecer natural de ninguna forma.

¿Podría utilizar tu teléfono? Le pregunto, yendo directamente al grano.

Gerardo tiene un teléfono en su cabina y ahora mismo es lo único que tengo a mano, quiero llamar a César para contarle la movida y que esté enterado del asunto.

El hombre debe de haberse catado de que algo no va bien, porque se pone serio de repente y asiente con énfasis.

Claro, chaval, yo me iba a ir a echar un meo así que puedes utilizarlo mientras no estoy.

Yo asiento, agradecido, mientras él sale de la cabina y me señala el teléfono que hay colgado en una de las cuatro paredes del minúsculo habitáculo. Lo miro alejarse, y cuando lo veo a una distancia prudencial entro, lo cojo y empiezo a marcar el número de César.

Un tono, dos tonos, tres tonos…

¿Diga? Bien, lo ha cogido él.

Oye, no tengo mucho tiempo le digo, de forma apresurada, pero he llegado al límite con la zorra y me he ido de casa. Con maletas y todo, tío.

Empiezo a ponerme bastante nervioso, una cosa es cargar con el asunto asolas y otra muy distinta contarlo. Siento que el alma se me va por la boca.

¿Qué? Exclama César por la otra línea, parece alterado. ¿Qué te has pirado de casa? ¿Pero qué cojones, Saúl?

Pues eso asiento, aunque él no pueda verme, que ya no aguantaba más, joder. Que hemos discutido de la hostia y me he largado, no la podía soportar.

Resoplo, empiezo a notar el cansancio mental de todo lo que acabo de pasar. Con la rabia todo era adrenalina y mala leche, pero ahora que estoy un poco más tranquilo se me está viniendo el mundo encima.

Voy a pillar un bus y me voy a un hostal a pasar la noche le informo, cuando esté instalado te digo el sitio y si eso nos vemos.

Tú no vas a ir a ningún hostal, no jodas me dice en tono autoritario.

César, no voy a volver a mi casa, no intentes convencerme.

No voy a convencerte de que vuelvas a tu casa contesta en un tono conciliador. Pero lo que vas a hacer es venirte a la mía.

Escucha…

No me corta. Te vienes a mi puta casa y no hay nada más que hablar.

No sé cuánto tiempo voy a estar sin un sitio en el que quedarme.

¿Y qué con eso? Pregunta, noto en su voz que parece ofendido. Mi casa es tu casa, como si no te vas hasta que te salgan canas. Anda, deja de hacerte el Holden Caulfield y vente para acá, ya verás lo contentas que se ponen Marta y mi madre, que hace tiempo que no te ven.

Sonrío de forma instintiva.

¿Te he dicho alguna vez que eres mi marica favorito? Inquiero, burlón.

Oigo un suspiro al otro lado de la línea.

Déjate de rollos sentimentales, que no te pega.  Vamos, te quiero aquí en una hora, ¿eh? Y no me vengas con dramas.

Cuelgo el teléfono y me lo quedo mirando algunos segundos, pensativo, mientras ensancho mi sonrisa.

Que no puedo sobrevivir sin ella dice. Que es lo único que tengo, eso me ha gritado. Que acabaré muriéndome de hambre o volviendo con el rabo entre las piernas.

Salgo de la cabina y le hago una señal de despedida a Gerardo. Mientras él vuelve y me abre, soltándome una de sus sonrisas joviales, yo agarro mi enorme maleta y observo cómo se va abriendo la valla paulatinamente.

Que estamos juntos en una guerra de la que no podemos huir, eso me ha gritado. Los dos, mano a mano, la madre negligente y el hijo descarriado.

Mientras salgo de ahí, dejando atrás tantos años de peleas, insultos y apariencias que resultaban asfixiantes, no puedo evitar sonreírme a mí mismo al sentir por primera vez el olor de la libertad. Una sensación de calma que jamás había experimentado antes.

El saber que, al contrario que ella, yo sí que tengo a quién recurrir.

Me alejo de ese complejo para capullos con la seguridad de que no voy a volver jamás, y de que tampoco me desharé en pedazos por no hacerlo.

Y suelto una carcajada que solo entiendo yo.


Y le digo adiós con ella la zorra pelirroja. 

1 comentario:

  1. Hala, y que se vaya a tomar por culo la zorra pelirroja. Muy buena la historia de estos dos, cada uno con lo suyo. El fragmento del otro día y este me han dejado con ganas de leer más.

    ¡Besos!

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