La zorra pelirroja
Saúl Ochoa de Ondategui y Babineaux
Abril de 1992
*
A la mierda, mira lo que te digo. A la puta mierda.
Dejo la maleta sobre el banco y me enciendo un cigarro.
César y yo tenemos la manía de fumar tabaco negro. Mi tío Robert siempre dice
que el tabaco rubio es para los mariquitas, lo irónico es que César es un peta
culos con ganas pero siempre te lo ves con su carajillo de buena mañana y su
purito de esos baratos que pegan a la
garganta como si te la estuviesen raspando con una esponja de esparto. Aunque
claro, es que César tiene de amanerado lo que yo de Beatle.
Le meto una patada al banco, cabreado.
Qué le jodan a todo, ya no aguantaba más.
No hay nadie en toda la calle, el complejo de urbanizaciones
en el que vivo es tan pijo como plastificado, parece una maqueta de esas que se
utilizan para vender pisos en las agencias inmobiliarias, porque nunca hay
nadie en la calle. Todo está siempre vacío y pulcro, con los cochazos de
millones de pesetas aparcados por ahí y los jardines bien cuidados. Me recuerda
a la casita de Pin y Pon que le regalé a Marta el año pasado por Reyes, y me
parece una puta mierda, al igual que la gente que vive dentro de las casas.
La Urbanización de Soto Mayor, la más pija de la ciudad,
cómo no. Un Ochoa de Ondategui no puede vivir en otro sitio que no sea carísimo
y snob, sería demasiado pedir algo más austero. Sería rebajarse demasiado para
ellos.
Les pueden dar por el culo a todos, jardineros profesionales
incluidos.
Hasta el servicio de limpieza que viene a la urbanización es
tres veces más caro que uno normal, no te digo yo que aquí son todos una panda
de estirados… Qué puto asco.
Me siento en el banco, fumando como un carretero, y eso que
me acabo de endosar dos cigarrillos antes de salir de casa. Bueno, de esa casa,
porque ya no es mi casa ni lo será jamás. De hecho, creo que nunca ha sido mi
casa.
Mi madre es una zorra, una de esas mujeres de familia rica
que se buscó a un marido todavía más rico y que tuvo un hijo con la esperanza
de que fuese un figurín de los que se
ponen en las estanterías de cristal de bohemia y están hechos de marfil o
cualquier material carísimo sacado de algo que, seguramente, atenta contra los
derechos de algún animal en vías de extinción. Pero no le salió bien, siempre
le ha jodido que no me preste a ser una marioneta de sus intrigas y maquinaciones.
Si ya era una víbora cuando papá estaba vivo, después de su
muerte las cosas han ido de mal en peor. Hace solo tres años que murió el viejo
y mi casa desde entonces se ha convertido en una trinchera de la Guerra Civil,
mi madre y yo no hemos parado de discutir ni un día. Lo único que me consuela
es que, pese a que papá siempre fue un calzonazos de la hostia, era consciente
de la ambición de su mujer y decidió dejar la herencia en manos de mi tío
Robert, para que administrase sus bienes hasta que yo cumpliese la mayoría de
edad. Si no seguro que esa zorra ya se hubiese adjudicado las acciones y los
millones y yo no vería ni un duro. Menuda es, medio francesa y medio siciliana,
de esas con las que no se juega.
La zorra pelirroja, que la llamo yo.
La tata dice que mamá y yo nos parecemos mucho, sólo que en
ideales somos totalmente opuestos. El mismo carácter de mierda, dice. La misma
manía por tener siempre la razón, eso es lo que me repite. La tata se ha
enfadado muchísimo, es una mujer mayor y de la vieja escuela, pero siempre me
ha tenido mucho cariño y le jode la relación que tengo con mi madre. Pero
claro, es una sirvienta a fin de cuentas, y no tiene huevos para decirle a esa
arpía lo que opina de ella. Pero yo sí, claro, a mí me sobran y más con ella,
que se cree muy lista pero si la calas puedes ver sus puntos flacos fácilmente.
Menuda puta.
Hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso, hemos tenido una
discusión de la hostia. De esas que hacen historia, vaya. La he llamado de todo
y ella ha renegado de mí como hijo, así que he cogido mi maleta, me la he
llenado y me he largado. La tata se ha puesto a gritarme pero yo estaba tan
cabreado que ni siquiera la he escuchado. Simplemente me he ido por la puerta,
y ya está. Tengo dieciséis años, ya puedo trabajar, si no puedo pagarme el
colegio el año que viene me da igual pero yo ahí no vuelvo.
Que me desheredaría, dice. Pues bien, tengo la herencia de
mi padre, no necesito la suya. No necesito nada de ella, ha sido un fracaso
como madre.
Papá tampoco era el mejor, la verdad, pero al menos no era
un cabrón. Uno de esos tipos sin personalidad, me temo, pero precisamente por
esa carencia nunca teníamos problemas.
Esto no es una pataleta, lo juro por Strummer que no lo es.
No voy a volver a casa, no tengo idea de lo que haré pero lo que sé seguro es
que no voy a volver, no mientras ella esté ahí. Estúpida, zorra, manipuladora,
meretriz barata vestida de Chanel…
Qué asco de mujer, en serio.
Tiro la colilla al suelo y bufo soltando lo que quedaba del
cigarro en mi garganta, agarro la maleta y empiezo a andar.
Las calles plastificadas se abren ante mí como un panorama
desolador, parece una película de estas de miedo solo que hoy es de día y luce
mucho el sol.
No sé qué cojones voy a hacer con mi vida, pero tengo muy
claro que sin mi madre será mucho mejor.
¿Qué no puedo volver a ese colegio de pijos de mierda? Me la
suda, el curso lo terminaré porque ya está pagado, y me sacaré el graduado
escolar. Luego me pondré a trabajar, puedo ser un niño de papá pero tengo dos
manos y un cerebro.
Que la jodan.
Camino durante un rato con la cabeza gacha, maldiciendo a mi
madre una y otra vez, y llego hasta la puerta cercada de la urbanización. Para
que me abran tengo que avisar al guarda, se llama Gerardo y es un tipo viejo bastante majo que se pasa la vida leyendo el
periódico. Lo que pocos saben —o no quieren saber—
es que entre sus piernas siempre hay una revista porno que se dedica a mirar de
vez en cuando. Es un cabroncete, pero me suele comprar revistas guarras de esas
para que yo no abra la boca sobre sus aficiones durante horas de trabajo.
No tengo sitio al que ir, pero me da igual. He cogido algo
de dinero y con eso podré pagarme un hostal durante algunos días, luego ya veré
lo que hago.
Hasta un nido de cucarachas es mejor que convivir con la
zorra pelirroja.
Gerardo se dispone a abrirme, pero antes de salir le hago
una señal y me acerco.
—¿Cómo va el asunto, chaval? —Me pregunta, con
su animosidad habitual.
Yo intento sonreírle, aunque tengo la impresión de que se me
ha quedado cara de gilipollas porque en
estos momentos no puedo parecer natural de ninguna forma.
—¿Podría utilizar tu teléfono? —Le pregunto, yendo
directamente al grano.
Gerardo tiene un teléfono en su cabina y ahora mismo es lo
único que tengo a mano, quiero llamar a César para contarle la movida y que
esté enterado del asunto.
El hombre debe de haberse catado de que algo no va bien,
porque se pone serio de repente y asiente con énfasis.
—Claro, chaval, yo me iba a ir a echar un meo así que
puedes utilizarlo mientras no estoy.
Yo asiento, agradecido, mientras él sale de la cabina y me
señala el teléfono que hay colgado en una de las cuatro paredes del minúsculo
habitáculo. Lo miro alejarse, y cuando lo veo a una distancia prudencial entro,
lo cojo y empiezo a marcar el número de César.
Un tono, dos tonos, tres tonos…
—¿Diga? —Bien, lo ha cogido él.
—Oye, no tengo mucho tiempo —le digo, de forma
apresurada—, pero he llegado al límite con la zorra y me he ido
de casa. Con maletas y todo, tío.
Empiezo a ponerme bastante nervioso, una cosa es cargar con
el asunto asolas y otra muy distinta contarlo. Siento que el alma se me va por
la boca.
—¿Qué? —Exclama César por la otra línea, parece
alterado—. ¿Qué te has pirado de casa? ¿Pero qué cojones, Saúl?
—Pues eso —asiento, aunque él no pueda verme—,
que ya no aguantaba más, joder. Que hemos discutido de la hostia y me he
largado, no la podía soportar.
Resoplo, empiezo a notar el cansancio mental de todo lo que
acabo de pasar. Con la rabia todo era adrenalina y mala leche, pero ahora que
estoy un poco más tranquilo se me está viniendo el mundo encima.
—Voy a pillar un bus y me voy a un hostal a pasar la
noche —le informo—, cuando esté instalado te digo el
sitio y si eso nos vemos.
—Tú no vas a ir a ningún hostal, no jodas —me
dice en tono autoritario.
—César, no voy a volver a mi casa, no intentes
convencerme.
—No voy a convencerte de que vuelvas a tu casa —contesta
en un tono conciliador—. Pero lo que vas a hacer es venirte a la mía.
—Escucha…
—No —me corta—. Te vienes a mi puta casa y no hay nada
más que hablar.
—No sé cuánto tiempo voy a estar sin un sitio en el
que quedarme.
—¿Y qué con eso? —Pregunta, noto en su voz que parece
ofendido—. Mi casa es tu casa, como si no te vas hasta que te salgan
canas. Anda, deja de hacerte el Holden Caulfield y vente para acá, ya verás lo
contentas que se ponen Marta y mi madre, que hace tiempo que no te ven.
Sonrío de forma instintiva.
—¿Te he dicho alguna vez que eres mi marica favorito? —Inquiero,
burlón.
Oigo un suspiro al otro lado de la línea.
—Déjate de rollos sentimentales, que no te pega. Vamos, te quiero aquí en una hora, ¿eh? Y no
me vengas con dramas.
Cuelgo el teléfono y me lo quedo mirando algunos segundos,
pensativo, mientras ensancho mi sonrisa.
Que no puedo sobrevivir sin ella dice. Que es lo único que
tengo, eso me ha gritado. Que acabaré muriéndome de hambre o volviendo con el
rabo entre las piernas.
Salgo de la cabina y le hago una señal de despedida a
Gerardo. Mientras él vuelve y me abre, soltándome una de sus sonrisas joviales,
yo agarro mi enorme maleta y observo cómo se va abriendo la valla
paulatinamente.
Que estamos juntos en una guerra de la que no podemos huir,
eso me ha gritado. Los dos, mano a mano, la madre negligente y el hijo descarriado.
Mientras salgo de ahí, dejando atrás tantos años de peleas,
insultos y apariencias que resultaban asfixiantes, no puedo evitar sonreírme a
mí mismo al sentir por primera vez el olor de la libertad. Una sensación de
calma que jamás había experimentado antes.
El saber que, al contrario que ella, yo sí que tengo a quién
recurrir.
Me alejo de ese complejo para capullos con la seguridad de
que no voy a volver jamás, y de que tampoco me desharé en pedazos por no
hacerlo.
Y suelto una carcajada que solo entiendo yo.
Y le digo adiós con ella la zorra pelirroja.
Hala, y que se vaya a tomar por culo la zorra pelirroja. Muy buena la historia de estos dos, cada uno con lo suyo. El fragmento del otro día y este me han dejado con ganas de leer más.
ResponderEliminar¡Besos!