El dúo dinámico.
César Maruenda Garrido.
Noviembre de 1991.
Ese mamón de Saura es un auténtico capullo integral, el muy
gili ha ido corriendo el bulo por el colegio de que me gusta chuparlas y ahora
medio mundo se piensa que soy maricón. Y lo soy, joder, pero no es plan de que
se sepa por ahí y mucho menos por un medio metro fofo y gordo que no follaría
ni con el agujero del vestuario de los tíos, ese que utilizan para ver a las
chavalas cambiarse.
El tema es que ese imbécil de Saura siempre me ha tenido
manía porque Carla Duarte estaba coladita por mí el año pasado, y él tiene
fantasías con ella todas las noches. Y es que Carla Duarte es una chica muy guapa, de
esas que no tienen excesivas curvas pero sí muy buen tipo y una cara preciosa,
y se los lleva a todos de calle. Su único problema para conmigo siempre ha sido
esa horrible carencia de pene que tiene, un obstáculo insalvable entre ambos,
me temo.
Pues nada, que ahora Saura se ha enterado de que me estaba
tirando a Cárdenas, el de tercero, y se ha puesto a pregonarlo por ahí.
Cárdenas está jodidísimo porque su viejo es un empresario millonetis de esos y
como se entere lo mismo lo quita de la herencia, y yo no soy rico ni nada de
eso, pero como la loca de mi madre se entere me puedo despedir de seguir
viviendo en casa. Mi madre es de los quicos esos, muy religiosa y tal, y además
tiene trastorno TLP de ese y no veas lo pirada que está cuando le da la gana. Y
además de loca facha. Que yo la quiero mucho, ¿eh? Que desde que el cabrón de
mi padre se largó de casa siempre nos ha cuidado bien a mi hermana y a mí, pero
eso no quita que se le vaya la olla cosa fina.
Me llevo el purito a la boca y aspiro con impaciencia, dando
leves golpecitos al suelo con mi pié derecho. Yo solo fumo puritos o tabaco negro, Ducados a poder ser. El tabaco
rubio me sabe a mierda, es como para gente sin paladar. Saúl dice que soy el
marica menos marica de la historia sin ser un camionero bruto y chabacano. Es
una forma sutil de decir que no se me ve la pluma ni aunque me mires con lupa
y, aun así, me visto de puta madre. Pero es que hay que ser elegantes, joder,
como el Humphrey Bogart.
Humphrey Bogart era un señor, yo aspiro a ser como él pero
más guapo. Porque no es por tirarme flores ni nada pero estoy bastante bien.
Como vea a Saura asomar su cabeza de zanahoria por la puerta
le voy a petar y no el culo, sino su cara de malfollado. Le tengo un odio
importante en estos momentos.
Me apoyo sobre el quicio de la puerta de entrada al colegio.
Voy a uno de esos centros privados y bilingües para señoritos que cuestan una
pasta y además son religiosos, mi madre no quería que fuese a uno laico porque
eso hubiese sido muy malo para mi educación. Mi madre no tiene un puto duro,
pero mi abuelo está forradísimo, si no fuese por él ahora mismo mi hermana y yo
nos estaríamos comiendo los mocos en algún público de barrio marginal.
No veo a Saura aparecer, pero el que sí que llega es Saúl
con sus pintas de tipo que se come el mundo.
Saúl es mi mejor amigo, y la primera persona en el mundo que
supo que yo era gay. Se lo conté hace un año, cuando los dos teníamos como
catorce y yo ya estaba hasta la polla de que Saúl intentase buscarme tías para
perder la virginidad o me instase a ver porno lésbico de ese que a mí no me
ponía una mierda pero a él siempre le ha encantado.
Saúl siempre ha sido un picaflor; mi madre dice que
necesitaría como tres vidas distintas para estar con todas las tías que le
gustaría, y aun así se quedaría corto. Además es un cabronazo, de esos que
nunca quieres para tu hermana , tu vieja, tus primas o tus amigas, pues así. Un
capullo. Su familia es como billonaria o algo así y él es el primogénito y lo
heredará todo. Además está buenísimo, si no fuéramos como hermanos me pondría
muy cachondo, pero después de tantos años siendo amigos pensar en él como algo
más me da arcadas, sinceramente.
Se acerca a mí con sus andares elegantes y la chaqueta del
uniforme colgada de su hombro, y yo miro como algunas de las tías se giran para
verlo. Cómo le gusta ponerlas cachondas, disfruta que te cagas haciéndolo. Él
viene con una sonrisa de suficiencia y yo me cruzo de brazos, frunciendo el
ceño.
—Deja de buscar polvos, tío, que estoy muy
jodido —le digo, él ya está enterado de la mierda de Saura.
Saúl se planta delante de mí y me mira como cansino. Es
bastante más alto que yo, de hecho yo no es que mida mucho. Siempre he sido
algo canijo y flacucho, y no creo que pase del metro setenta y cinco que tengo
ahora. Saúl, por el contrario, ya va por el metro ochenta y subiendo, el médico
le ha dicho que llegará al noventa. Es un puto gigante.
Chasquea la lengua y agita la cabeza.
—Tú no te preocupes que ya está todo apañado —me
dice y luego sonríe con malicia.
Yo le miro sin entender.
—¿Cómo que está todo apañado? —Pregunto,
desconcertado.
Saúl suspira, como si aquella explicación que me debe no
fuese necesaria, y luego se encoje de hombros mientras me quita el purito de la
mano y se lo mete en la boca. El cabrón y yo tenemos tanta confianza que se
comporta siempre como un asqueroso.
—Saura es una puta mierda pinchada en un palo —me
dice, mientras le da una calada al purito que me acaba de birlar—.
Cuando me comentaste ayer lo que había pasado fui a hacerle una visita y
explicarle un par de cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
Siento una especie de miedo recorrerme el cuerpo, Saúl es
como uno de esos mafiosos a los que interpreta siempre Robert De Niro, en plan
horrible. Como tiene un dinero que te cagas y su familia es una de más más
importantes del país, se las da de Vito Corleone y campa a sus anchas como
quiere. Además, Saúl ni tiene vergüenza ni se corta un pelo, y si le tocan los
cojones es mejor no estar muy cerca para verlo.
Vuelve a encogerse de hombros, mientras deja escapar por
entre sus labios el humo blanquecino del purito.
—Las que le pueden ocurrir si no deja de decir
mierdas sobre mi mejor amigo, ese tipo de cosas —y luego añade, sonriente—. No te
preocupes, César, papá Saúl ha vuelto a salvarte ese culo partido que
tienes.
—¿Entonces no dirá nada? —Pregunto,
abriendo mucho los ojos, empiezo a sentir un alivio que te cagas.
—Pues claro que no —contesta él,
parece algo ofendido por mis dudas—, nadie se mete con mi marica
favorito y luego se va por las buenas. Ese mamón de Saura casi se mea en los
pantalones por lo que le dije, menudo puto tumor social. Menos mal que es un
mierdecilla y ni a contestarme se atrevió, porque le tenía muchas ganas y le
hubiese partido esa nariz de cerdo inmundo que tiene.
—¡Joder! —Exclamo, y le doy un abrazo.
Saúl se tensa y me separa, mirándome con gesto reprobatorio.
—Oye, oye, habíamos quedado que lo nuestro era
imposible —me dice, poniéndose serio—.
Yo ya sé que soy irresistible para hombres y mujeres, pero tú no tienes tetas y
eso abre un abismo inexpugnable entre ambos.
—Vete a la puta mierda —le digo,
frunciendo el ceño.
El cabrón de Saúl se pasa la vida haciendo bromas de ese tipo
desde que sabe que soy gay. Dice que si su mejor amigo es gay nadie le puede
tachar de homófobo, así que dice cosas muy bestias y tal. Es que Saúl es de
esos tíos con un humor bastante negro, de los que ven a un chino y lo llaman
amarillo, pero no porque lo piense sino porque le gusta provocar a la gente.
Más de una vez ha estado a punto de llevarse un par de hostias en algún bar, pero
a él se la suda.
Saúl siempre dice que sólo le importan las personas a las
que quiere y que el resto del mundo se la puede chupar. Dice que si a mí no me
molesta que me llame marica, entonces eso es lo único válido, el resto de gays
se la traen floja. Si a mí me molestase, dice, se callaría la boca. Y así con
todo. Aunque Saúl siempre dice que la gente que no sabe aceptar ese tipo de
bromas le parece la mierda de aburrida. Pero bueno, ya se sabe, hay quien es
muy sensible.
—Bueno, vamos —me pasa la mano por el hombro y
me mira, tirando el purito al suelo y arrastrándome hacia dentro del colegio—.
¿Ves? Te abrazo, como si fuésemos novios.
Y se echa a reír. Yo lo fulmino con la mirada.
—Sí, tú encima dale más pie a la gente para que
piense cosas —le regaño, arrugando la nariz.
Él suelta una enorme risotada, Saúl siempre se ríe como los
malos de las películas para niños.
—Me he encargado de que Saura haga saber a todo
el mundo que eres más hetero que yo —me dice—. Bueno,
realmente le he dejado bien clarito que si no consigue que la gente deje de dudar de tu hombría le voy a
putear hasta que les lloriquee a sus papis para que lo cambien de colegio.
Yo sonrío ladino, de puta madre entonces, y los dos nos
vamos hacia clase.
Saúl es un cabrón, de esos que no amenazan en vano y cumplen
lo que prometen. Si te dice que te dejará sin nariz por tal cosa, lo hará.
Además, es de esos que utilizan bastante a las mujeres, y eso no me acaba de
parecer muy bien. No porque sean mujeres, a mi lo de la guerra de los sexos me
la pela, pero porque no me va eso de tratar así a la gente. No sé, no me
molaría encontrarme con un tío como Saúl en el futuro, sería una putada muy
fuerte.
Pero Saúl es un tipo con muchos matices. Con sus amigos es
un santo, pero un santo a niveles de ponerle su nombre a una calle o a una diócesis
o algo así. Es de esos amigos a los que llamas a las cuatro de la mañana y se
levantan para ir adónde tú estés, o a los que pides ayuda y te la dan sin hacer
preguntas. Saúl es el mejor amigo que cualquiera querría tener, es un puto
encanto cuando quiere, la verdad. Por ejemplo, cuando mi viejo se largó yo
tenía como once años y mi madre estuvo en depresión, y juntado con su trastorno
eso fue una locura. Yo tuve que encargarme de mi hermana Marta, que por aquel entonces
era una cagona de unos trece meses, y Saúl se prestó a ayudarme en todo.
Parecíamos un matrimonio infantil y homosexual paseando a mi hermana por ahí. Saúl
quiere mucho a Marta, la trata como si fuera su hija y le compra un montón de
cosas y caprichos. Le compró una Barbie y un Stacy Malibú de esas que se han
puesto ahora tan de moda con su coche de niña rica y todo. Y también un tocador
gigante de esos rosas que anuncian en la tele y tal, con taburete y todo, la
consiente que no veas.
El caso es que Saúl puede ser muy cabrón, pero volvemos a lo
de antes: a él la gente en general se la trae floja, pero a las personas que se
estima las trata como gente de la realeza.
Llegamos a clase y ahí, en la misma puerta, está el culo
gordo de Saura que se pone blanco nada más vernos. Saúl se adelanta para decirle
algo, pero yo lo detengo con el brazo. Mi amigo se encoje de hombros y se va
hacia su sitio, y yo me acerco a Saura con una sonrisa maliciosa pintada en los
labios.
—Cuidado cuando vayas al baño, Carlitos —le
digo yo, en tono burlón—, que el profe de Inglés me la
pone durísima y siempre me gusta descargar entre clase y clase.
Él parece estar a punto de decirme algo, pero entonces mira
a Saúl, que lo observa de forma amenazante, y vuelve a ponerse como la cal.
Traga saliva y me mira de nuevo.
—Eres un puto maricón come pollas —me
espeta.
—Al menos me como algo, que tú los únicos higos
que te metes en la boca son los que se caen de la higuera de tu chalet, so
mamón.
Y dicho eso me volteo, con las manos metidas en los
bolsillos, y me siento al lado de Saúl sonriéndole con suficiencia.
En realidad yo también soy un cabronazo, sólo que a mí me
gusta ser el poli bueno y a Saúl el poli malo. Pero los dos somos unos
capullos.
Nos llaman el dúo dinámico.
Me encantó este dúo jajajaja. Es que me los imagino perfectamente a los dos, y la escena final entrando a clase es muy brutal. Esto sí es literatura juvenil y no la mierda que venden ahora.
ResponderEliminar¡Besos!