No sé muy bien que tienen los Dire Straits que me hacen
viajar a otra época y sentir el humo de un cigarro que nunca me he fumado. Me
traslada a las calles nocturnas y mojadas por las que no he transitado,
iluminadas por luces tenues y amarillentas que no he llegado a ver jamás. Cuando
cierro los ojos escuchando Tunnel of Love, mi mente viaja a aquella fatídica
noche de inicios de los noventa en la que el alcohol corría y las risas se
ahogaban en vasos de tequila barato. El olor a porros de filtraba por los
corazones solitarios de dos personas que no se podían ni ver pero que estaban
unidas por la fina línea de lo que pudo ser y jamás fue. La voz de Knopfler era
lo único que ambos tenían en común y, al
mismo tiempo, aquello que abría un abismo entre ellos.
Papá reproduce esa canción una y otra vez en sus largas
noches de trabajo, mamá lo hace cuando desea perderse en una época donde la
palabra libertad todavía albergaba algún significado en su vida. Y ambos se
pierden en sus notas musicales como cuando, hace ya tanto tiempo, dejaron a un
lado todo resquicio de raciocinio y se entregaron a sus instintos más
primarios.
Él canta esa canción como si se le fuese la vida a cada
estrofa. Ella simplemente se pierde en sus pensamientos.
Los Dire Straits es lo único que los dos adoran casi tanto
como a mí. Solo los escuchan cuando es de noche, porque ambos piensan que la
noche mata todo lo que está vivo y deja aflorar a los demonios humanos. Porque
cuando se trata de esa guitarra lenta y dolorosa, plagada de melancolía, los
dos hacen una tregua y se dejan llevar. Papá desde su casa en las afueras, mamá
desde su piso en el centro de la ciudad. Papá con la rabia corroyéndole las
venas, mamá con la tristeza de quien fue vencido y jamás lo querrá reconocer.
Ambos con el recuerdo de una noche que les cambió para siempre y que, sin
embargo, la amnesia del absenta no les deja recordar. Solo recuerdan Tunnel of
Love y el olor a vómito aliñado con ambientador de baño público.
Sonaba esa canción cuando ambos decidieron que ya era hora
de hacerse daño, de destruirse mutuamente de la peor de las maneras. Mientras
la música daba vueltas en una montaña rusa de feria, ellos se arañaban y se
mordían en la parte trasera de aquel local, intentando transmitirse mutuamente
el rencor de dos años de odio visceral.
Es un túnel del amor. Un túnel de odio disfrazado de pasión.
Y ellos nunca terminan bien después de escuchar la canción, porque siempre
acaban con la vista perdida en las luces de la noche y las calles desiertas de
la madrugada en la que sus destinos fueron sellados concibiéndome a mí.
Soy hijo de los Dire Straits, y a veces soy capaz de
escuchar los gritos de resentimiento que se ahogaron entre la música del bar y
las risas de la gente que consumía sus juventudes a sorbos de chupito
multicolor.
Bailo como lo hace papá y pienso en lo que piensa mamá. Soy
una fusión entre ambos cuando escucho las letras melancólicas de un grupo que
ya pasó de moda. Soy el resultado de unas notas que se perdieron por un retrete
cualquiera en un lugar que les cambió la vida a ambos, y que me la dio a mí.
Soy un accidente provocado por el resultado de varias sustancias y la música
adecuada.
Ahora, sumido en la penumbra, escucho como la guitarra llama
a todos los corazones que, con añoranza, recuerdan tiempos pasados que sin duda
fueron mucho mejores para todos. Y mientras el resto de instrumentos comienzan
a acompañar a la solitaria guitarra, abro los ojos y noto como las imágenes se
desvanecen, los sonidos quedan lejanos y los recuerdos que no son míos
desaparecen para intentar encontrar el olvido, que huye de ellos despavorido.
Le doy una calada al cigarro, como mis padres hacen siempre
que escuchan la canción, y bebo un sorbo de vino, porque nunca puedo escuchar
esto sin alcohol. A mi edad, mi madre ya me había tenido y, según cuenta la
leyenda, el día en que me tuvo pidió que le pusiesen en su habitación esta
canción. Y la escuchó una y otra vez, como lo hizo mi padre el día anterior al
que me conoció, después de cinco años de ausencia.
No sé muy bien qué tienen los Dire Straits que cuando los
escucho siempre tengo la sensación de que todo va a ir bien, como si me
asegurasen que la vida, simplemente, está siguiendo el curso correcto. Y cierro
los ojos, y me vienen las imágenes de un futuro que todavía no existe y del
cual no sé si quiero ser protagonista, pero es un futuro en el que la vida
sigue y todo está en su sitio. Y creo que me pasa porque cuando viajo al pasado
y la gente baila, la juventud embriaga y el alcohol enseña a amar odiando, me
percato de que todos los errores han llevado a que yo esté hoy aquí, augurando
un futuro lleno de gloria.
Así que la guitarra se despide, y la música se apaga, y yo
me termino el cigarrillo con una sonrisa en los labios. Porque los Dire Straits
son capaces de transformar el odio en pasión y el resentimiento en comprensión,
y son los únicos que pueden calmar mis nervios cuando no puedo ni con mi propia
alma. Porque ellos me concibieron, así, con ese poder de unión pacificadora que
tienen al ser mezclados con alcohol y otras sustancias. Ellos son lo único que
mis padres tienen en común aparte de mí, y son lo único de los dos que he
sacado por igual.
Se acaba Tunnel of Love y yo siento como que termina una
etapa, como cuando se terminó la canción aquella noche al tiempo en que dos
jóvenes con demasiadas ganas de destrozarse concluían una tarea que cambiaría
sus vidas para siempre.
Tal vez mi vida cambie para siempre después de ésta noche.
Tal vez solo sea una noche más.
Cojo las llaves y me las guarde en el bolsillo, es hora de
abrir los ojos y enfrentarme al presente, a mi realidad. Tarareo mentalmente y
me digo a mi mismo que la vida es un tune del amor y el odio. Y salgo de casa
dispuesto a comerme el mundo rasgando una guitarra melancólica dentro de mi
cabeza.
Ellos siempre logran unir aquello que está separado por los
más grandes abismos. Siempre te avisan de que, cuando los escuchas, es porque
termina una etapa y comienza una totalmente nueva. Y no sé si será mejor o
peor, pero si algo he aprendido del grupo que me creó y me vio nacer, es que
por más malos que sean los acontecimientos son exactamente los que tienen que
suceder.
Por ello los gemidos sonaban a gritos de reproche aquella
noche.
Por eso la vida es un túnel del amor.
Echaba de menos a Bosco y su forma de ver la vida :)
ResponderEliminar