martes, 10 de septiembre de 2013

La atmósfera se tiñe de Lana del Rey, y huele a vino tinto del bueno y a cigarrillos mentolados. La mezcla de olores, sabores y sonidos solo puede indicar una cosa: mamá está en casa.

Dejo el tubo sobre el sofá y la chaqueta encima de una silla. Es inusual que mamá me visite en casa, lo lógico es que yo vaya a la suya dos o tres veces por semana. Así que me preocupo, porque que mamá esté en casa solo puede significar dos cosas: o que uno de mis abuelos está enfermo, o que se ha vuelto a encontrar con papá en el momento más inesperado.

Porque no hay cosa más nefasta  para los nervios de mi madre que toparse con mi padre por la vida. 

Al llegar a la cocina y verla trajinando con la sartén no puedo evitar quedarme pasmado, que mamá cocine es como la aparición de los cometas famosos; algo que ocurre una vez cada siglo. Creo que la razón es papá y que, pese a todo lo que eso conlleva, debo alegrarme de que mis abuelos estén bien. No sé exactamente qué narices está haciendo con mi despensa, pero me va a pagar el dinero que ha malgastado en la comida de mi nevera. Porque de lo que está intentando hacer no va a salir nada comestible. Mamá nunca ha sido buena con el fogón. Hay gente que sabe cocinar y gente que no, mamá pertenece al grupo de personas que te envenenan si las dejas manipular las salsas.

Al lado de los utensilios de cocina que amenazan con atentar contra su vida o la mía se encuentra la botella de Rioja del bueno que se está bebiendo. Mamá nunca ha sido de escatimar en marcas. En el cenicero, a su derecha, unos siete u ocho cigarrillos con un letrero verde que me indica que, como yo había pensado, son mentolados.

Mamá siempre dice que mi padre huele a pintura, cigarrillos de los que ahogan y sabor a alcohol rancio en la garganta. Y eso es porque, desde que tenía dieciocho años, cada vez que se lo cruza esos son los olores que la embriagan.

Siempre el mismo drama.

Hola, cariño me saluda.

Y es un hola cariño de rencor femenino. Un hola cariño que esconde un te tengo que despotricar de tu padre o moriré ahogada por el silencio. Un hola cariño que me anuncia una noche repleta de reproches y batallitas de aquel tiempo en que él le arruinó la inocencia y echó su infancia a la basura. Del tiempo en que lo conoció y empezó a odiarlo, hace más de veinte años.

Mamá y papá son así: dos personas que se odian, que no se aguantan.

Y, curiosamente, nunca se han aguantado.

Desde mucho antes de que yo viniese a éste mundo. Desde años antes de que yo comenzase a gestarme ellos ya no se aguantaban.

Y no era un odio que esconde una pasión tras él, era un odio verdadero. De los que desprenden veneno corrosivo y te calan hasta en los huesos. De esos odios que perduran con el paso del tiempo y se incrusta como un tumor que va carcomiéndote el alma. Así se odiaban. Y así se odian ahora.

En realidad, me agotaban.

Ellos dos. Porque los que se pelean no se desean, los que se pelean se matan. Y ellos se habían matado tantas veces que ya solo les quedaba la opción de torturarse hasta el final. Hasta que solo quedase uno en pié, repleto de heridas internas y cicatrices en el alma. Y lo peor no era que solo vivieran para hacerse la vida imposible, lo peor era que llevaban tanto tiempo así que ya no concebían una vida sin el otro. Si alguno de ellos faltaba se crearía un vacío imposible de llenar. Y eso era muy triste, porque no habían nacido para estar juntos pero tampoco para estar separados. Así que solo les quedaba el odio. Una fina línea que los salvaba de la unión y nunca les dejaría estar separados. Un sentimiento tan destructivo y agónico como su propia relación.

Así que mi madre, envuelta en humo mentolado y música de Lana del Rey me dice:

Estoy haciéndote la cena, que hace mucho que no lo hacemos juntos.

Y sonríe sin hacerlo, porque cuando bebe vino tinto es que necesita reponer fuerzas, porque no tiene ni para sonreír. Porque a sus cuarenta, mi madre es muy joven y a la vez muy vieja. Es la niña que no pudo seguir siéndolo porque me tuvo demasiado pronto, y la adulta que se rehúsa a madurar del todo  porque necesita vivir desesperadamente. Es aquella que tuvo un hijo que resultó ser un genio con la persona a la que más ha despreciado a lo largo de su vida, con el único ser al que ha odiado realmente, y con el único espécimen sin el que ahora mismo no podría vivir sin perder el sentido de una buena parte de su existencia.

Y a mí, que me da mucha pena que ni ella ni él sean capaces de dejar todo eso atrás; de dejar de intentar romperse en mil pedazos, no me queda más que aceptar las cosas como son. Que tengo unos padres que desearían no haberse conocido jamás, y al mismo tiempo lo agradecen más que a nada por haberme tenido a mí. Que no pueden ni verse sin acabar montando una guerra civil, pero tampoco pueden vivir el uno sin la otra porque ya llevan casi veintitrés años así.

Así que, fingiendo como ella me ha enseñado, sonrío. Y poniéndome algo de vino  le digo:

Espero que no acabemos en el hospital.

Y ella se ríe sin reír, y yo le sigo el juego cínico. Y Lana de rey sigue envolviendo la atmósfera con su voz tristona. Y el vino marea, el tabaco huele a menta y mi madre, entonces, me dice:

Hoy he visitado a Manu en la facultad.

Manu es un amigo suyo de toda la vida que trabaja como profesor en la universidad. Ella lo visita de vez en cuando y de paso reviven aquellos años de juventud que ya se les han pasado a los dos. Un tiempo de encierros y vivencias en las aulas que hoy por hoy frecuento yo.

Bebo vino y le pregunto:

¿Y qué tal te ha ido?

Y ella se acaba el vaso que tenía lleno, le da una calada al cigarro, tararea Blue Jeans y me contesta:

Me he encontrado con tu padre al volver. Resulta que también había ido a verlo, fíjate tú.

Y la música se muere, el paquete de mentolados se termina y el vino va disminuyendo en la botella. Y mi madre frunce el ceño inconscientemente, haciéndome suspirar con una pena que heredé de ellos dos.


Me espera una noche bastante larga. 

1 comentario:

  1. Atmósfera muy bien recreada, señorita. Ese "le odio pero no puedo vivir sin él", la "tragedia" que se avecina... Pobre Bosco, lo que le toca aguantar.

    ¡Besos!

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