jueves, 11 de abril de 2013

2- Odio


Apretó los dientes y frunció el ceño. Había un silencio total en aquel camposanto, pero él no notaba nada, no sentía nada. Era incapaz de percibir lo que sucedía a su alrededor. Ni siquiera habría podido decir si era de día o de noche. El mundo había quedado reducido a la nada, y tan solo la lápida reluciente que observaba ante sus ojos tenía algún tipo de significado. Jadeaba, nervioso. Su cuello estaba tenso y su cuerpo inmóvil, como clavado en el suelo. Se sentía incapaz de moverse, notaba como todas las emociones que había podido albergar dentro de sí en algún momento se conjugaban y eran atraídas hacia un mismo punto, revolviéndose todas en la boca de su estómago. Un ardor comenzó a subirle por la garganta, invadiendo con calor corrosivo todas y cada una de las células de su cuerpo, arrasando con todo lo bueno que pudo tener alguna vez y quemando la poca inocencia que le quedaba sin miramientos. Ahora solo era capaz de albergar dentro de sí unos deseos homicidas que casi lo superaban, era una mezcla entre rabia e ira que pocas veces había sentido con tanta intensidad y ahora notaba que le invadía por completo. El odio se abría paso, devorando cualquier otro sentimiento en su interior, y lo consumía a velocidades vertiginosas. Ahí, frente a la tumba de su padre, todavía vestido de luto, Darius Golden hizo amago de todas las fuerzas de su cuerpo para no derramar ni una lágrima. No se permitió llorar, ni gritar, ni soltar un alarido por el dolor tan atroz que sentía en aquellos momentos. Sangraba por todos lados y nadie podría verlo nunca, no les dejaría. En concreto, no la dejaría a ella. La odiaba, la detestaba y haría lo que fuera por acabar con ella. Su madre, la bruja Golden, era la única culpable de todo aquello. Su padre estaba muerto y ella no había hecho nada por evitarlo, como tampoco hizo nada por ayudar a que sus otros dos maridos no pereciesen antes de tiempo. Darius la odiaba tanto que incluso sentía como las heridas internas supuraban ponzoña infectada de rencor. Tenía ganas de matarla, de torturarla, de hacerle sentir todo lo que él sufría en aquellos momentos. Pero se contuvo, como supo también reprimir sus lágrimas. Se tragó todo aquel odio y lo escondió junto a las heridas del alma. Lo encerró bajo llave para que nadie pudiese intuirlo u olerlo. Y allí, frente a la tumba de su padre, a la edad de trece años, Darius Golden juró dos cosas: que no volvería a querer a nadie jamás para no volver a sufrir, y que haría lo que fuese por devolverle a su madre todo el dolor que le había causado durante años. Hacerle sentir el odio que ese día fue capaz de despertar en él. 

1 comentario:

  1. Se puede palpar ese odio de Darius, ciertamente. Cómo me está gustando este personaje, creo que da mucho juego, tengo ganas de leer más de él^^

    ¡Besos!

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