En realidad no te me vas. Eres cicatriz que no se ve, pero sangra. Estás entre la quinta costilla y el pulmón. Como un tumor. A veces funciona la quimioterapia, otras creces hasta que la asfixia mata. No te me vas, no. Estás en la piel, como un tatuaje invisible que se escondió entre los poros, o un pegote de nicotina en la boca del estómago. Te escondes a veces, eso sí. Desapareces, te vuelves sueño -o pesadilla- y juegas a no existir. Eres una fantasía o algo así. Pero nunca te vas, qué va. Te mantienes agazapado, al acecho, esperando la metástasis fatal. Resurges de nuevo de entre tus cenizas, como un fénix mortuorio. Y presionas, ahogando. Lo que pudo ser pero no será. Lo que muere cuando sale el sol. Que sigues aquí y no te me vas. Ni te vas a ir
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