El estío sabe a brisa marina, cinco helados por día y una
vieja guajira que suena los domingos por la mañana. Trae consigo cañas de
pescar, noches que no terminan de cerrarse, calles desiertas, amigos que no
están. Lo mata un tango de Gardel que trae consigo los resquicios de una
infancia perdida entre zapatos a cuadros de ajedrez y un olor a vainilla que se
te incrusta en la garganta. Tardes de cine perdidas, calles iluminadas, días
que apenas llegan a nacer. Me pregunto si entre la vieja canción de Sabina que
trae al invierno consigo, tú podrás escuchar la selección de boleros que
enciende la primavera o preferirás esa vieja movida post rock. Si al final yo
no seré demasiado de Chavela Vargas y tú muy de Björk. A veces pienso que
éramos un poco así, yo tenía trompetas y timbales provocando tormentas en mi
pecho, tú eras mucha puesta en escena y poco incendio interior. Yo era el frío
que por dentro se quema, tú la chispa que no prende por falta de combustión.
Entre mis costillas resonaban las caderas
que se desencajan en un baile infinito, en tu sonrisa se entreveía el
vacío de lo que nunca será escrito. Supongo que es una cuestión de selección
musical, de notas sin armonía. Puede que lo sucedido no fuese más que un par de
compases a distintos tiempos.
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