viernes, 7 de noviembre de 2014

Nuestro problema es que somos los chicos malos de la película, aquellos por los que suspiran las adolescentes y que atacan en sueños a las mujeres adultas que siguen soñando con poder andar sobre las arenas movedizas de los sentimientos. Somos esos fantasmas rotos y llenos de cicatrices que fueron perdiendo poco a poco los trozos que les hacían parecer humanos hasta mostrarse como dioses bendecidos por el fénix, conscientes de que pueden levantarse de todas las caídas y dispuestos a plantarse en medio de la vía y dejar que la vida los arrolle sin problemas. Somos suicidas, cínicos sin esperanzas, piratas de sentimientos y adalides de la razón como única arma para defendernos de un mundo que desea comernos. Rebeldes sin causa, niños perdidos, somos todo lo que la gente desea y lo que nunca podrán tener. Y nuestro drama quizás es que es muy fácil tenernos, que todos esos rollos y esas mierdas sobre sanar heridas son todo lo que nosotros necesitamos. El problema es que la gente como nosotros no se presenta con una chupa de cuero, un porro en la boca y una moto de segunda mano. Podemos ser cualquiera, desde un vecino hasta una compañera de clase, no hay cuestión de sexos o de procedencia social en esto, no existe un patrón que nos defina como lo que somos: muñecos rotos a la espera de que alguien les arregle la cuerda. Supongo que por eso siempre estamos solos, aunque tal vez sea que ya la soledad no nos pesa. Puede que por ello nos conformemos con meras ideas, ilusiones que jamás caerán del pedestal en el que las hemos subido por puro masoquismo. Y es que en el fondo tenemos tantas ganas de querer y de que nos quieran, pero al igual que ninguna niña tonta nos conseguirá por mera bondad y algo de providencia, nosotros tampoco conseguiremos lo que queremos porque las corazas en el mundo real no ayudan, sino que condenan. 

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