—La gente como tú… —Wolf vaciló
unos instantes, cohibido.
La mirada de Rain podía llegar a ser tan penetrante que a
veces hasta dolía. Sus ojos azules eran como chuchillas afiladas que se
clavaban en el alma de su enemigo. Tenía una capacidad aterradora de infringir
dolor con tan solo un simple gesto o un mísero parpadeo, y no dudaba ni un
segundo en utilizar sus armas siempre que lo creyese necesario. Era tan fría e
imperturbable que Wolf a veces pensaba que en lugar de tener sangre en las
venas poseía un atajo de cables electrónicos. Tras la primera impresión, tragó
saliva e intentó recomponerse, endureciendo su expresión para reforzar sus
palabras.
—La gente como tú es despreciable —escupió,
rabioso—. ¿Sabes cuantos de los míos han muerto por vuestra
culpa? ¿Cuántos otros han desaparecido sin dejar rastro? ¡Todo por vuestra
avaricia, por esa arrogancia vomitiva que poseéis todos! Os creéis los dueños
del mundo ¿eh? Pues deja que te diga una cosa, sin nosotros no seríais nada.
Absolutamente nada. Solo una panda de peces muertos encerrados en un habitáculo
de metal.
Jadeaba, había dejado escapar a la bestia que yacía dentro
de él, ese lado salvaje que durante tanto tiempo había permanecido dormido,
ocultándose bajo los yugos de la infancia. Desde el inicio de su viaje,
aquellas cadenas cada vez estaban más debilitadas, y ese hombre que se resistía
a imponerse frente al niño se desperezaba, inquieto y ansioso por salir,
devorando poco a poco los resquicios inmaduros y soñadores que Wolf tanto se rehusaba
a desechar.
Rain lo observó, seria e impasible, su porte se mantenía rígido
y majestuoso, sin perder un ápice de la elegancia atronadora que la
caracterizaba. Le propinó una calada al cigarrillo infinito que se había
encendido instantes antes y se tomó su tiempo en responder, como siempre hacía,
tentando a la paciencia de Wolf peligrosamente.
—Eres un niño, Wolf, un crío inconsciente e
inmaduro —le espetó. Su voz sonaba suave, pero la
frialdad de su tono jamás desaparecía. A Wolf le daba la sensación de que
siempre que ella le dirigía la palabra era como si le hablase una máquina. A
veces se preguntaba si aquella muchacha no sería realmente algún androide,
porque desde luego su conducta no era humana—. Toda tu vida en tu precioso y
adorado pueblo, criado y mantenido por tus padres. Tienes veintidós años, Wolf
¿no deberías estar ya en otra aldea ejerciendo un oficio? Por supuesto que
deberías, de hecho, tendrías que haberte engresado hace dos años y, sin
embargo, has comenzado tres oficios distintos sin terminar ninguno ¿no es
cierto?.
No había satisfacción en sus palabras, ni ironía. Tampoco se
percibía en ella la menor intención de herirle, simplemente constataba un hecho
objetivo. Wolf apretó las mandíbulas, sentía una furia interna que amenazaba
peligrosamente con apoderarse de todos sus movimientos, albergaba el impulso
irrefrenable por callarla a base de golpes, por detener su discurso. Escuchar
la verdad aplastante que Rain le tiraba en la cara era demasiado para él,
cerciorarse de que durante toda su vida había sido un inútil incapaz de madurar
y seguir el ritmo de aquellos junto con los que se había criado era uno de sus
puntos más débiles, y ella le estaba dando de lleno en el punto más sensible de
la herida.
—Te crees distinto a los demás, un lobo
solitario —Rain chasqueó la lengua y dejó escapar una
bocanada de humo—, pero no lo eres, mi querido Wolf, no lo
eres. Lo que te pasa es que te da miedo crecer, abandonar el nido, dejar atrás a
la manada. Estás realmente acojonado, Wolf, tiemblas de miedo todas las noches
pensando en llegar a Gelepolis ¿Y sabes por qué? Porque los salvajes os creéis
que sois mucho mejores que nosotros, que el vivir en la naturaleza y tener que
sobrevivir a los bosques es una tarea ardua que os endurece el carácter. Pero
no es así, Wolf, no tienes ni la más mínima idea de lo que es el mundo real. El
mundo real es la polis, es la ciudad metálica y asfaltada. Es un mundo donde no
existen los sentimientos, las emociones o la naturaleza emotiva del ser humano.
Un mundo plagado de bestias carentes de corazón que no dudarán en rebanarte el
pescuezo si amenazas con interrumpir alguna de sus rutinas. Yo vengo de ese mundo,
querido, vengo de un mundo en el que no caes sobre un montón de hojas mullidas
que amenizan el golpe. En donde vengo, cuando caes, tu cabeza se estampa contra
un suelo de cemento y tus sesos se desparraman por todos lados. Esa es la
diferencia entre tú y yo, Wolf; tú estás madurando porque te lo pide el cuerpo,
yo lo hice hace mucho por necesidad. Claro que me creo mejor que tú, soy mejor
que tú, y ya va siendo hora de que te dejes de niñerías y me hagas caso cuando
te hablo. Deja de ser tan imbécil y pusilánime, deja de pensar que eres
distinto a los demás. Eres igual que yo, eres igual que la gente de tu aldea, eres
igual que todo el mundo. Como decían hace tres mil años aquellos que creían en
un dios que acabó destruyendo su mundo: polvo eres, Wolf, y en polvo te
acabarás convirtiendo. Como yo, como cualquier otro. En tu mundo puedes obviarlo
si quieres, puedes vivir feliz y contento entre tus árboles y tus ríos si es lo
que deseas. En mi mundo; o entiendes el concepto, o te mueres.
*Aplauso*
ResponderEliminarY no hay más que decir. Genial el contraste de los dos personajes y los dos mundos, personificados en ellos. ¿Es alguna historia que estás escribiendo? Porque me gustaría leer más de estos dos y su mundo. Tiene muy buena pinta.
¡Besos!