domingo, 9 de julio de 2017

Dime si vale la pena esperarte hasta la próxima madrugada

Hay una enredadera que crece adhiriéndose a mis costillas, rodea todo el pulmón, apretándolo, dejándome sin aire. A veces recuerdo las cosquillas en la boca de mi estómago al ver tu mirada, preguntándome sin aliento cuándo me volveré a cruzar con ese brillo lobuno que me aprisiona entre sus fauces a plena luz del sol. Anudas mi garganta con tanta fuerza que no puedo ni sangrar, así que guardo los lamentos de una balada triste que suena a destiempo, aliñada con una letra que está por acabar. La amargura de la espera florece quebrantando unos muros que nunca te supusieron ningún problema, paredes de hielo que se derritieron ante la primera sonrisa de niño que apareció en la comisura de tus labios. Estás aquí, entre los suspiros que todavía no han salido de mi boca y las conversaciones sin sentido que no son capaces de apagar el fuego que irradias, como una catástrofe natural que en lugar de ventiscas trae consigo un incendio tímido, taciturno, capaz de derretir hasta el más grueso de los glaciares. No habrá ningún iceberg que destroce nuestro barco, ni tampoco un final feliz entre vestidos de gala y canciones de Sinatra. Lo nuestro es un suspiro en el tiempo, una mancha diminuta en medio del eterno mapamundi que nos separa, la sonata triste de un cuento que nunca se escribió. Y mientras los días pasan y nosotros seguimos jóvenes, intactos, lujuriosos, la enredadera se cuela sin permiso atravesándome las entrañas, como tú hiciste -sin cita previa ni aviso de recibo- un boquete en medio de mi alma. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario