martes, 19 de febrero de 2013

Cuando iba al colegio, solían hablarnos del bien y del mal, del blanco y del negro, del amor y del odio. Danny, mi mejor amigo, mi hermano del alma y uno de los seres mas disfuncionales que conozco, solía reírse de todas aquellas chorradas, porque siempre decía que tanto extremismo no llevaría a ninguna parte. Yo le decía que todos veníamos, estábamos y nos dirigíamos a ninguna parte, así que si no podía llevarnos ahí, aquella conclusión era equívoca. Danny odia cuando me pongo excesivamente filosófico, suele decir que en esos casos soy un toca pelotas sin remedio. Qué le vamos a hacer.

 Cuando uno de los curas nos habló sobre la importancia del amor sobre el odio, recuerdo que tuve una fuerte discusión con él. Yo le dije que el amor iba unido al odio, igual que el odio al amor. Que eran las dos caras de una misma moneda. 
    Lo opuesto al amor es la indiferencia. Si odias a alguien, le das importancia. Le mantienes en tu vida. Si, por contra, te es indiferente si vive o muere, entonces es cuando acabas con el afecto completamente. 
 Le puse el ejemplo de mis padres. Y le dije que mis padres se odiaban, en serio, de verdad. De una forma tan visceral que a veces incluso parecía explícita, como un cuadro. Una mancha fusiforme de colores estridentes que representaba lo mucho que se detestaban. Que no podían ni verse, pero tampoco dejar de hacerlo. El odio los había mantenido unidos de alguna manera, tenían un lazo de sentimientos negativos y enfermizos que habían ido fortaleciendo entre los años y los malos deseos el uno hacia el otro, y ahora ya era un lazo casi indestructible. 
   Él es su cuenta pendiente le dije, encogiéndome de hombros. Y ella, para él, su peor pesadilla. 
 Y eso los unía, tantos años de rencor, le dije. Demasiada mierda acumulada. La mierda se apelotona y si no la limpias pues te absorve y te enmierdas tú, es obvio. Habían pasado tanto tiempo odiándose, que ya no imaginaban manera de cubrir el vacío que supondría dejar de sentir tanto asco el uno por la otra. Se tenían tan presentes, deseaban tan poco encontrarse, verse o tener que articular palabra, que la mera posibilidad de toparse y el horror que eso les suponía representaba para ellos una parte constante en su pensamiento, algo que se había perpetuado en ambos durante años. 
   Y dejar de odiarse sería como un... ¿y ahora qué coño hacemos? ¿Con qué narices cubrimos eso?
 Mis padres habían cimentado casi dos décadas de sus vidas en el odio y el rencor. Estaban tan unidos por aquel hilo infesto que no concebían una existencia sin detestarse. Era triste, tal vez algo crudo, pero era la verdad. Si ellos realmente quisiesen sentir lo opuesto al amor, simplemente se ignorarían. Un hola por cortesía qué tal estás, un me da igual si quieres bajo yo y se lo digo a tu padre. Eso es lo opuesto al amor, la indiferencia. El odio solo es el hermano bastardo del amor, un experimento que salió mal pero que procede de la misma raíz. Yo lo sabía, y lo se a día de hoy. Y, como era cura, puedes imaginarte que no lo entendió. 

 Ahora, a mis veinte años, Nora me dice que no lo entiende. Que esa es la relación mas autodestructiva y vomitiva que ha escuchado en su vida. Que no quiere que me ofenda, pero es así. 
Y yo le digo: 
   Ya. 
 Y me encojo de hombros. 
 Ella me dice: 
   ¿Pero cómo lo soportas? 
 Y yo le contesto que no hay nada que soportar. Que a mi me quieren, y se preocupan por mí. Que sí, que están desquiciados pero ya está. A mi no me meten en sus movidas, y si no me meten pues me da igual. 
 Me dice: 
 Ya, pero no se, es una pena. Si al menos pudiesen... no se, simplemente pasar ¿sabes? ¿Qué les cuesta, sencillamente, ignorarse? Los míos hacen eso, bueno, la mayoría. 
 Y yo le doy la misma contestación que le dí al cura cuando me interrogó sobre si se me ocurría alguna razón lógica para perpetuar tanto odio en el alma del hombre. O lo mismo que le dije a Danny cuando una vez me preguntó por qué yo me tomaba las cosas con tanta calma, si evidentemente rozaban el absurdo de la disfuncionalidad. Y le digo lo mismo que te diré a ti si me preguntas sobre el tema:
   Mis padres son así: no han nacido para estar juntos, ni siquiera en una relación pasajera. Pero tampoco han nacido para estar separados. Así que solo les queda eso, odiarse, y tenerme a mí por accidente. Y punto. No hay más. 
Nora no dice nada. Lo entiende y asiente con la mirada perdida. 
Como Danny, como el cura. Como todos.
Todos lo entienden y asienten con la mirada perdida. 
Siempre asienten con la mirada perdida. 
Sin mirarme a mí a los ojos.
Nunca. 

2 comentarios:

  1. Las relaciones entre los padres siempre son un punto clave en la evolución de los hijos. Si siembras odio, recoges odio. Bosco esconde algo, algo profundo, oscuro. Y yo a cada línea que leo deseo saber más. Me gustan tus finales. Son crudos, reales. Puedo sentirme identificada en esos ojos huidizos, en todas esas personas que me rodean y me miran, pero que en realidad no me ven. La empatía entre el personaje y el lector es algo que no todo escritor consigue. Pero tú lo haces. Juro que esas últimas frases se me han calado hasta el alma…
    Un placer leerte. :)

    No obstante, ten cuidado con los acentos diacríticos.

    ¡Un beso!

    ResponderEliminar